La Vanguardia

Primera visita a la Cuba poscastris­ta de Díaz-Canel

Los cubanos no atisban la llegada del fin del régimen castrista

- FRANCESC PEIRÓN La Habana Enviado especial

Aleida Rodríguez disfruta de un trabajo de película.

No sólo porque Fernando Pérez retrató esa tarea en el film documental Suite Habana (2003), sino porque su ocupación resulta inimaginab­le en cualquier otro lugar que no sea Cuba.

Cómo explicarlo. Ella es la custodio de las gafas de John Lennon. “Esto es agotador, día sí día no, de nueve a siete. Además he de cuidar de todo lo demás y, a veces, he de regresar corriendo para evitar lo peor. ¡Y yo no soy Juantorena!”, exclama.

Alude a Alberto Juantorena, mito del atletismo al que el comandante Fidel Castro colocó en el pedestal de la Revolución.

Que se sepa, el músico inglés no pisó “la Mayor de las Antillas” –denominaci­ón que gusta al Granma, diario oficial del Partido Comunista–, al menos no como estrella del pop. Los Beatles estuvieron mal vistos e incluso prohibidos. Formaron parte del llamado “sonido extranjeri­zante”.

Sin embargo, el de Liverpool, mejor dicho, su estatua sentada en uno de los bancos, se ha convertido en una presencia constante en el barrio de El Vedado, en esa zona de recreo de la calle 17, entre la 8 y la 6, y le ha dado nombre: Parque John Lennon.

Cuenta Aleida que el propio Fidel vino a la inauguraci­ón, en el 2000. Que mudó de opinión respecto al autor de Imagine “por influencia de los cantautore­s Silvio Rodríguez y Pablo Milanés”, quienes le convencier­on –versión no verificada– de que ese tipo de los lentes era diferente.

“Dime que soy soñador, pero no soy el único”, reza la inscripció­n cincelada a sus pies.

José Ramón Villa realizó la estatua en bronce. La figura incorporab­a las icónicas gafas. “Un mes y las arrancaron”, lamenta Aleida. El escultor le perforó un par de agujeros, encima de las orejas, para colocarle “los espejuelos” durante la jornada laboral y retirarlos por la noche.

Desapareci­eron al rato de su estreno. De esta manera se instauró una nueva profesión, la de vigilante de las gafas de Lennon. A la que observa que llegan unos turistas y se van a hacer una foto, Aleida irrumpe. Quita y pon.

“No sabes lo difícil que resulta conseguir estas lentes”, remarca con un tono que no oculta una cierta queja por las limitacion­es materiales en que todavía viven.

“¿Qué me parece el que se las lleven?”, se repregunta. “Así somos los cubanos, no creo que vayamos a cambiar nunca”.

Algo ha cambiado, pese a todo. Aunque el uso de internet se mantiene restringid­o. “Donde vea gente con el celular, ahí se puede conectar”, informa la empleada de uno de los centros de Etecsa, empresa de las telecomuni­caciones cubanas, que vende las tarjetas para el acceso on line. Esas concentrac­iones se visualizan en los parques, aunque precisamen­te no en el Lennon, sin wifi.

Este es el relato de 60 horas en La Habana, al poco de que se consumara la sustitució­n de Raúl Castro –heredero de Fidel, fallecido en el 2016– por Miguel DíazCanel en la presidenci­a de Cuba.

Ni los convencido­s del régimen, ni los escépticos, ni los contrarios consideran que esta cesión del mando suponga nada especial. Unos, porque defienden el continuism­o. Y otros porque son unos descreídos –en grado más o menos ácido– y están convencido­s de que Raúl, al frente del partido, lo tienen todo atado.

“Esto continuará por la misma dirección. Díaz-Canel está muy preparado, todos los sabemos aunque afuera no se dicen esas cosas”, afirma Pepe, profesor de sociología jubilado que, como tantos otros, se ha de buscar ingresos extras. Alquila dos habitacion­es en su apartament­o.

La conversaci­ón se entabla a la espera de que arranque la obra El enano en la botella –monólogo de Abilio Estévez, interpreta­do por Yaikenis Rojas– en el escenario de La Fábrica de Arte Cubano.

La FAC es un espacio que combina salas de música en directo o disco, teatro, exposicion­es, barras de bar y tiendas, donde conviven lugareños y turistas, mezcla inimaginab­le no hace tanto.

A la salida, de madrugada, hay una colección de coches esperando clientes. Yuriel conduce un trasnochad­o Lada, rememoraci­ón de la época soviética. Ejerce de contable en una empresa y se saca un sobre sueldo.

“He entrado una vez en la Fábrica, no me lo puedo permitir”, responde. Aquí emerge la esquizofre­nia monetaria. Yuriel dice que gana 40 CUC, el peso convertibl­e que equivale a poco más de un dólar (por las trabas del bloqueo) y algo menos que un euro. Pero los más relevante en la existencia cotidiana local es que un CUC son 25 pesos normales.

Si se paga 1,5 CUC por una cerveza cubana (Cristal), uno por una hora de internet, cinco por recargar el teléfono o cantidades similares por productos básicos, de inmediato se entiende que el salario es bajo y los precios altos.

Incluso en el Granma de este pasado miércoles se tilda de “de-

UN PAÍS Y DOS BILLETES Los cubanos viven desquiciad­os por la existencia de dos monedas nacionales

NUEVO OFICIO EN LA HABANA Una funcionari­a custodia las gafas de la estatua dedicada a John Lennon

formación” la dualidad monetaria. El colapso de la URSS y la apertura al turismo propició la creación de esa nueva moneda para equipararl­a a la estadounid­ense. Raúl Castro intentó sin éxito la unificació­n por las distorsion­es económicas que provoca.

“Sí, los cubanos entramos en la Fábrica, pero hay muchos que van buscando yuma”. Esto es, a la caza de un extranjero.

Hubo un tiempo, no lejano, en el que nada más pisar la calle aparecían los que pedían que se les comprara algo de comer o para la higiene en los establecim­ientos sólo para visitantes –las diplotiend­as–, en las que se pagaba con dólares, ilegales para los cubanos.

La presión ha bajado. ¿Y las jineteras, las mujeres que a cada instante ofrecían su cuerpo por unas migajas? “Aún existen, lo que ocurre es que las esconden, las han puesto en determinad­os sitios”, replica Yuriel.

Si estos trapos se ocultan, la larga década del gobierno de Raúl deja otro rastro más que evidente en las calles de la capital.

De no disponer de acceso a numerosos alimentos en el denominado “periodo especial”, la larga noche de la miseria que se produjo tras la caída del bloque socialista, ahora se registra una sucesión de restaurant­es –los afamados paladares– y cafeterías. “Cada mes abrían cinco o seis”, comenta Gustavo, de 57 años, con cargo en un museo. Matiza que el grifo de licencias se ha cerrado.

A la mesa se sientan los cubanos del interior y los cubanos de Miami. Son esos cubanoamer­icanos que en el aeropuerto de la ciudad de Florida cargan con televisore­s o bicicletas.

“¿Qué ha cambiado? Puedo te“al ner un teléfono móvil, ir a restaurant­es, pero mi sueldo ha ido a peor con las dos monedas”, subraya Gustavo, “Yo sigo en periodo especial”, sostiene.

Su amiga Miriam Socarrás, que esta semana ha cumplido los 77, es una estrella de la televisión y el cine que durante catorce años (1981-1995) fue la conductora del show del cabaret Tropicana.

En su casa de El Vedado cuelga la portada de una revista española en la que aparece con el entonces presidente Felipe González, junto a otras fotografía­s al lado de Fidel Castro o del escritor y Nobel Gabriel García Márquez.

Asegura Gustavo que en una ocasión iba con ella de compras, en el auge de una de sus telenovela­s, y el tendero sólo articulaba una frase: “Señora, que usted mató al viejito, mató al viejito”.

Miriam, que es mulata, agradece que Castro pusiera a los negros nivel de los seres humanos en un país que era racista”.

Cobra 250 pesos o diez CUC. “De no ser por mi hijo pediría limosna”, reconoce. “Tener dos monedas –añade– te hace sentir muy inferior. Una no sirve para nada y otra para todo, pero te pagan con la que no vale nada”.

En la Habana Vieja –área de mayor transforma­ción urbana en una ciudad destartala­da–, una pareja de jóvenes sale del banco, en el que se registra una larga cola. “Hay dinero si eres inteligent­e”, contesta Frank, de 24 años y productor musical. –¿Vosotros sois inteligent­es? –Fíjate si lo somos que nos queremos ir de Cuba.

Esta es la voz de Laura, de 19. “No hay ni presente ni futuro”, insiste. Frank piensa que puede haber una transforma­ción a la larga con el cambio de presidente. “Seguiremos con la misma mierda”, tercia Laura. “La Habana se paró en el tiempo”, reitera.

En el casco antiguo, repleto de turistas, existe una línea invisible. En el entorno de la calle Jesús María no se ve un extranjero.

La gente guarda fila para recibir el suministro de vinagre con la cartilla (de racionamie­nto).

Otros hacen turno ante el portal de un negocio en el que se facilita “el paquete”. Los clientes van con un lápiz de memoria y el dueño se lo recarga con películas de Hollywood de estreno o series de televisión. “Aquí se piratea todo”, reconoce Óscar, de 30 años, ex militar y estudiante de Medicina, que se va con unos cuantos capítulos de National Geographic.

Al deshacer la ruta, Enrique conduce un almendrón, uno de esos viejos coches americanos que en su país de origen soló perduran en los museos. A todos les han cambiado el motor de gasolina, insostenib­le en el gasto, por el de gasóleo. La inmensa mayoría están destinados al transporte. Este Buick de 1950 suena como un camión. Enrique confiesa que compra el combustibl­e en la calle.

En los postes sale por un CUC el litro. Gasta 30 al día. “Ves –señala a un autobús público-, una vez que llega a las cocheras, el conductor pone el tubo, sopla, y saca lo que le sobra. Luego lo vende por 40 centavos”, aclara.

“Yo también lo hacía cuando conducía un bus escolar, me sacaba un dinero”, indica.

En El Vedado se escucha el canto del gallo. Amanece un nuevo día en Cuba o el mismo.

“Fíjate si somos inteligent­es que nos queremos ir de Cuba”, dice una joven

EL CAMBIO

El acceso a internet está restringid­o pero abundan los restaurant­es

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pasado. Un joven camina por una calle de La Habana junto a unas pintadas ya gastadas con vivas al desapareci­do Fidel Castro y a su hermano Raúl, que aunque retirado a un segundo plano sigue gobernando el timón
YAMIL LAGE / AFP Mensajes del pasado. Un joven camina por una calle de La Habana junto a unas pintadas ya gastadas con vivas al desapareci­do Fidel Castro y a su hermano Raúl, que aunque retirado a un segundo plano sigue gobernando el timón
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gafas. El trabajo de Aleida Rodríguez consiste en poner y quitar las gafas a la estatua de John Lennon y cuidar que no las roben
FRANCESC PEIRÓN Guardiana de las gafas. El trabajo de Aleida Rodríguez consiste en poner y quitar las gafas a la estatua de John Lennon y cuidar que no las roben

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