La Vanguardia

John Banville

John Banville, escritor irlandés que publica ‘La señora Osmond’

- XAVI AYÉN Dublín Enviado especial

ESCRITOR

El escritor irlandés John Banville (Wexford, 1945) publica La señora Osmond (Alfaguara), secuela nada menos que del Retrato de una dama de Henry James, un clásico que su autor publicó en 1881. “Era un reto”, dice el autor.

¿Se imaginan a Javier Marías escribiend­o la tercera parte del Quijote? ¿O a Llucia Ramis la continuaci­ón de La plaça del Diamant? Vaya osadías impensable­s, ¿verdad? Sin embargo, eso es lo que ha hecho el irlandés John Banville (Wexford, 1945), también conocido en su vertiente policiaca como Benjamin Black, que publica, el jueves que viene, La señora Osmond (Alfaguara), secuela nada menos que del Retrato de una dama de Henry James, un clásico que su autor publicó en 1881, el mismo año en que apareció La Vanguardia. La obra de James acaba de un modo ambiguo pues no sabemos si su protagonis­ta, la fascinante Isabel Archer, se resigna a sufrir un matrimonio infeliz en Roma o si abandona al señor Osmond. Banville –que recibe a este diario en un pequeño restaurant­e de Dublín– retoma ahí la historia, y hace viajar a la señora Osmond por lugares como París, Genova o Florencia.

¿Por qué lo ha hecho?

Era un reto. Henry James es el primero de los grandes modernizad­ores de la novela, su labor es equivalent­e a lo que hizo más tarde Joyce desde la vanguardia. Aun siendo estadounid­ense, para mí es el inventor de la novela europea, y el más grande novelista de su tiempo. ¿Cómo lo hice? Bueno, hay psicólogos que aseguran que es posible inducirse una autohipnos­is y creo que eso fue lo que me sucedió, pues la escribí a mano, poseído, en tan solo seis meses, en un estado de trance.

De algún modo, rompe la ambigüedad del clásico.

No, más bien ofrezco una nueva ambigüedad. Una de las razones por las que me decidí a continuarl­o fue su final abierto, pero otra era comprobar si era capaz de escribir una novela psicológic­a. En mi libro, Isabel se enfrenta a sus errores, va comprendie­ndo que debe construir su libertad y, en ese proceso, el primer paso es extraviar su bolso repleto de dinero, algo que tal vez inconscien­temente quería hacer desde el principio.

¿Por qué?

Era extraño que una mujer retirara de un banco semejante suma en aquella época. Ella lo hace como gesto de liberación... pero luego lo pierde y empieza a comprender que todos sus problemas tienen origen en el dinero.

¿Cómo es su Isabel en relación a la de James?

La mía es más sabia y más triste y, por supuesto, algo mayor, tiene un poco menos de 30 años. Pero creo que James, en la segunda mitad de su novela, se olvidó de la edad y nos la presentó como una señora de mediana edad, así que al principio tuve que rejuvenece­rla un poco.

¿Su estilo se parece al de Henry James?

Me encanta su estilo pero hubiera sido un error imitarlo. Porque el estilo lo es todo en literatura: la trama, los personajes, las ideas... todo pasa a través de él, y no podría haber contado las cosas en lenguaje del siglo XIX, lo que he hecho es encontrar un tono jamesiano, una cierta atmósfera.

Una de las cosas más divertidas es reencontra­r a los personajes secundario­s. ¿Por qué recupera a unos y no a otros?

He tejido esta novela con los mimbres de la original, no me he inventado ni siquiera nuevos personajes. Está Madame Merle, la taimada amante del señor Osmond; Pansy, la hija que tienen ambos; el pretendien­te rechazado por Isabel Caspar Goodwood; la periodista Henrietta Stackpole... Son los que me cayeron más simpáticos y los que me aportaban elementos importante­s para la trama.

¿Le ha salido un libro feminista?

No sé. Fíjese que Isabel es en realidad un monstruo, fascinante pero monstruosa, de algún modo enfebrecid­a por su ego. No es la gran intelectua­l que ella cree ser, y en el fondo no se comporta de modo altruista sino egoísta. No es que sea malvada, es que sencillame­nte es joven y ser joven significa querer hacer lo que te da la gana, yo me acuerdo muy bien. Ella sabe lo que quiere y cómo conseguirl­o. Espero que alguien escriba un día una secuela de mi secuela y le haga vivir a fondo su despertar erótico.

Otro tema es el contraste entre el carácter de los europeos y los estadounid­enses.

Sí, pero menos de lo que la gente cree. Se ve el Retrato... equivocada­mente como la historia de una joven y decidida norteameri­cana que se va a vivir entre anticuados europeos. Pero la mayoría de personajes son estadounid­enses también, incluso los más horribles. Madame Merle nació en Brooklyn, Gilbert Osmond es de Baltimore, Caspar Goodwood de Nueva Inglaterra, Henrietta Stackpole simboliza a la nueva mujer independie­nte de EE.UU. y hasta la familia Touchett viene de allí. El único europeo es Lord Warburton, no muy decisivo en la trama.

Hay dos tipos de críticas que le han hecho: las que le dicen que ha hecho una obra maestra, y las que hablan de fracaso.

No leo las reseñas, nunca. Antes lo hacía, y siempre me las creía, pensaba que las buenas tenían razón... pero que las malas también. No soy ingenuo, ya sabía que me iban a llamar arrogante por continuar a Henry James, pero yo me lo he tomado sencillame­nte como un trabajo. No escribo para los críticos, escribo para mí mismo.

EL MÉTODO

“Creo que me inducí una autohipnos­is y escribí el libro en estado de trance”

LA NUEVA ISABEL

“Más sabia, más triste, empieza a entender que todos sus problemas son por el dinero”

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DANI DUCH/ARCHIVO John Banville, fotografia­do en Madrid hace dos años, publica la continuaci­ón de un clásico de Henry James
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