Un dilema social
El papa Francisco advierte que la ciencia “tiene límites que respetar”
La muerte de Alfie Evans reabre el debate sobre quién decide sobre la vida. El papa Francisco advierte que la ciencia tiene límites que respetar.
“Estoy profundamente afectado por la muerte del pequeño Alfie. Hoy rezo especialmente por sus padres, mientras Dios Padre lo acoge en su abrazo de ternura”.
Así se expresaba ayer el papa Francisco, vía Twitter, después de conocer la noticia de que Alfie Evans, el niño británico en el corazón de una batalla legal, había muerto. “Mi gladiador ha entregado su escudo y ha ganado las alas a las 2.30. Absolutamente desconsolado”, escribía el padre del pequeño, Thomas Evans, en las redes sociales.
El caso de Alfie Evans, de 23 meses de edad, y con una grave enfermedad neurodegenerativa, ha vuelto a poner los ojos del mundo sobre la actuación de la justicia británica, que ya protagonizó otra ardua batalla legal en el caso del pequeño Charlie Gard, que falleció en julio. Evans estaba en estado semivegetativo desde hace más de un año y finalmente fue desconectado del soporte vital el pasado lunes por orden de un juez, que dio la razón a los médicos que le trataban en el hospital Alder Hey de Liverpool. Aunque decían que no sobreviviría más de cinco minutos, al final lo hizo más de cuatro días.
La muerte de Evans ha causado un profundo malestar en algunos sectores del Reino Unido, pero sobre todo en Italia, que bajo petición del Vaticano se ha implicado contra viento y marea para poder traer a Evans al hospital Bambino Gesù de Roma, bajo la autoridad de la Santa Sede. “Cada muerte es una derrota, especialmente la de un niño”, se expresó ayer desolada la directora del centro, Mariella Enoc, que se había personado en el Reino Unido para tratar de convencer a los médicos del traslado. Dijo estar “destrozada”. Los padres lo intentaron hasta el último momento, pero los médicos consideraban que era “cruel, injusto e inhumano” seguir con los cuidados paliativos. A causa de la enfermedad irreversible, no identificada, Alfie había perdido la capacidad de ver, oler o responder al tacto.
Italia incluso le había concedido la ciudadanía en menos de un día para facilitar el traslado a Roma y había enviado un avión del Ministerio de Defensa a Liverpool para partir tan pronto tuviesen el beneplácito de la justicia británica. Al final, después de muchas manifestaciones, el juez de Manchester dictó que los médicos decidiesen si enviar a Alfie a su casa, pero no a Roma, porque necesitaba “paz, tranquilidad y privacidad”.
“Queremos expresar nuestras sinceras simpatías y condolencias a la familia de Alfie en este periodo especialmente duro”, reaccionó el hospital Alder Hey en un comunicado. El jueves, el mismo Thomas Evans les agradeció su “dignidad y profesionalidad en el que debe haber sido un tiempo increíblemente difícil también para ellos”. La enfermedad, la larga batalla judicial de meses y la posterior muerte de Alfie Evans han encendido el debate sobre si los jueces, los médicos o los padres tienen derecho a decidir sobre la vida. Ha sido un caso muy mediático en el que se han pronunciado numerosos políticos italianos, así como el presidente de Polonia, Andrzej Duda, a favor de los progenitores. El papa Francisco, que recibió a los padres de Evans en una audiencia privada, no ha cesado de repetir que era necesario respetar la “dignidad” del niño y probar un tratamiento alternativo en Roma.
En una conferencia internacional sobre la medicina regenerativa convocada ayer en el Vaticano, el Pontífice advirtió que la ciencia “tiene límites que respetar por el bien de la humanidad y necesita sentido de responsabilidad ética”. “La Iglesia elogia todo esfuerzo de investigación y de aplicación para sanar a las personas que sufren pero recuerda que uno de los principios fundamentales es que ‘no todo aquello que es técnicamente posible o factible es por sí éticamente aceptable’”, aseveró Francisco horas después de que se conociese la muerte del pequeño.
“Mi gladiador ha entregado su escudo y ha ganado las alas”, escribía Thomas Evans, el padre del pequeño