Un país no tan remoto
La diplomacia del caviar lo tenía todo a favor. Azerbaiyán puede ser una remota república exsoviética para los europeos, pero no lo es tanto. El país mantiene buenas relaciones con EE.UU. y la OTAN, la UE lo incluyó hace unos años en su política de buena vecindad y, sobre todo, es el origen de los 1.700 kilómetros de tubo que transportan petróleo hacia Occidente a través de Georgia y desembocando en Turquía, el oleoducto BTC (Bakú-Tbilisi-Ceyhan), y de los casi mil kilómetros del gasoducto Bakú-Tbilisi-Erzurum. Fue por cierto la consecución del BTC –promovido por British Petroleum– hace diez años lo que impulsó la campaña de lavado de imagen en el Consejo de Europa, según el think tank European Stability Initiative. Las elecciones del 2008, celebradas sin oposición, recibieron críticas suaves del Consejo y de la misión de la OSCE. Un miembro de esta última hablaba sin embargo con sigilo (y hastío) de lo que sucedía en un país de salarios bajos, represión creciente y funcionariado soviético. Mientras, la comunidad de expatriados que trabajaba en el sector energético vivía en una urbanización exclusiva de Bakú y se reía con una novela bastante pedestre más o menos inspirada en el país que acabó en película, Absurdistán. Desde entonces, el régimen no ha sido molestado sino por Amnistía Internacional y Human Rights Watch, e incluso ha tenido algún think tank europeo trabajando a su favor. Y en el 2011, Azerbaiyán ganó Eurovisión.