La Vanguardia

El sagrado campo de batalla

El régimen iraní organiza peregrinac­iones a los escenarios de la guerra con Irak para exaltar el patriotism­o y reforzarse

- CATALINA GÓMEZ Shalamcheh (Irán). Servicio especial

Através de un camino de tierra que se eleva entre lagos artificial­es de donde brotan filas de varas de hierro en forma de erizo, las caravanas de peregrinos hacen su entrada en Shalamcheh. Entran en fila, siempre siguiendo grandes banderas rojas y verdes, como si fuera una marcha triunfal. Muchos vienen descalzos en homenaje a los que murieron en este frente de batalla, el más letal de la guerra entre Irán e Iraq en la década de los ochenta.

Consideran que esta tierra es sagrada. El escenario evoca a un set de película con trincheras, defensas alambradas y decenas de tanques oxidados abandonado­s. Por momentos, cuando el grupo que hace su entrada es de mujeres, los chadores que las cubren crean el efecto de una mancha negra. En otras, trajes color caqui que identifica­n a los milicianos, conocidos como basijis, se mimetizan con el entorno. Sus cánticos son tan altos que resuenan en este desierto que limita con Irak.

Forman parte del Rahiane Nour, la gran peregrinac­ión anual organizada por las institucio­nes militares y religiosas iraníes a los lugares emblemátic­os de guerra. Se calcula que cada año más de un millón de personas llegan en autobuses desde todo el país para visitar los frentes del sur de Irán, en la provincia del Khuzestan, en el periodo conocido como Nouruz en el que los persas celebran su año nuevo.

“Karbala, un simple saludo”, dice un cartel que se levanta en la línea fronteriza. La mítica batalla de Karbala –en la que fue asesinado el nieto del profeta Mahoma, Husein, y que marcó definitiva­mente la división entre las dos grandes sectas del islam–, es tomada como ejemplo por los clérigos y ex combatient­es que lideran cada uno de estos grupos. Con la misma retórica con que se narra el martirio del imán Husein durante la celebració­n de la Ashura –días en que los chiíes recuerdan su calvario y muerte–, estos oradores reconstruy­en los duros momentos que vivieron las fuerzas iraníes durante esta guerra cuyo recuerdo ha sido cuidadosam­ente alimentado por los líderes de la revolución desde la firma del alto el fuego hace 30 años.

El sacrificio de quienes lucharon y murieron en esta guerra conocida localmente como la “guerra impuesta” es recordada sistemátic­amente por el régimen tanto en sus discursos oficiales como en las mezquitas y en su iconografí­a. Las imágenes de los mártires están presentes en cada población. Y tanto las familias de los muertos como los excombatie­ntes son los principale­s pilares sobre los que se ha construido la República Islámica. De ellos surge la gran base que defiende, sin cuestionam­ientos, los principios el sistema.

Frente a un grupo de al menos 200 milicianos sentados en medio del desierto, Ahmad Panahian, reconstruy­e una de las batallas que se vivió en este frente. Para ellos tiene la categoría de estrella.

Los más jóvenes lo persiguen para hacerse fotos y sus discursos son grabados y transmitid­os en canales religiosos. Algunos de los basijis que lo acompañan han peleado en Siria y otros, dicen, desearían hacerlo. “Cuando tenía la edad de estos jóvenes yo estaba aquí, peleando. Tenía 13 años cuando vine a la guerra”, explica.

“Nuestra vida entonces en estos frentes estaba llena de regocijo”, asegura Panahian frente a su público. Sus palabras tienen como objetivo promover entre sus discípulos ese mismo sentimient­o que movilizó a millones de iraníes a presentars­e como voluntario­s para pelear en esa guerra. A falta de armas, los iraníes recurriero­n a su capital humano. Muchos de los movilizado­s eran bastante jóvenes.

Las cifras no son claras, pero se considera que entre ambos bandos habrían muerto al menos 500.000 combatient­es, más del 60% iraníes. Hay versiones que hablan de un millón en total. Lo cierto es que, tres décadas después, los iraníes todavía siguen repatriand­o cuerpos de aquel conflicto que comenzó poco después de la victoria de la revolución islámica en 1979.

Sadam Husein, el hoy derrocado y ejecutado exdictador iraquí, atacó a Irán en 1980 movido, entre otros motivos, por el miedo a las amenazas del ayatolá Jomeini de exportar la recién creada revolución islámica al mundo entero. Sadam, un suní que imponía su ley frente a una población de mayoría chií, temía que este sector que representa alrededor del 60% de la población iraquí se viera influencia­do por estos nuevos aires que llegaban del vecino Irán. También tenía sus intereses económicos en esta región, de donde proviene la mayor parte del petróleo iraní.

“No fue sólo Sadam. Lo apoyaron cuarenta países más”, repiten sistemátic­amente cada uno de los visitantes y organizado­res. Las banderas de Estados Unidos, Israel y el Reino Unido se despliegan en muchos lugares para ser pisadas por los peregrinos.

Fateme ha llegado con sus dos hijos desde Tabriz, en el norte de Irán, y asegura que es la tercera vez que trae a su hijo de sólo cuatro años. Quiere que entienda desde pequeño el valor del sacrificio de los mártires y quiera ser como ellos en el futuro.

Unos kilómetros más al sur, donde las aguas de los ríos Tigris y Éufrates se han unido, otros grupos de peregrinos caminan por los humedales que bordean esta zona conocida como Arvand Kenar, uno de los frentes más difíciles de aquella guerra. “Los pies se enterraban y el agua era tan salada que ardía la piel”, explica Nasser Hamad, que define a este frente como el infierno. Al otro lado del río Arvand está la península de Al Fau, que los iraníes tuvieron en su poder más de dos años. Un logro que fue fundamenta­l para Irán, pues es el único acceso de Irak a aguas del golfo.

“Yo tenía a mi cargo una de estas pequeñas lanchas de motor”, recuerda frente a su familia Hamed, que llegó a este frente cuando tenía 15 años. Una noche, cuenta, tuvo que traer tres heridos que habían sufrido ataques químicos. Cuando llegó a tierra y se acercó a mirar a uno, vio que la piel de su rostro se había desprendid­o. “Sentí mucho miedo”, explica al recordar con horror los ataques químicos que Sadam ordenó al final de la guerra.

Mohamed es uno de los más de doscientos mil habitantes de Khorramsha­hr, ciudad que las tropas de Sadam invadieron. Más del 90% quedó destruida.

“Volví tres años después del fin de la guerra y la ciudad estaba en ruinas, no había ni siquiera agua. Ha sido la misma gente la que la ha reconstrui­do”, dice Mohamed. Recuerda que Khorramsha­hr era una de las más desarrolla­das de Irán. Como lo era el resto de la región. Pero eran otros tiempos. Aquí, 30 años después las heridas siguen abiertas.

Los excombatie­ntes y las familias de los caídos son los principale­s pilares de la República Islámica

“No fue sólo Sadam, lo apoyaron cuarenta países más”, repiten tanto visitantes como organizado­res

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CATALINA GOMEZ El veterano estrella Uno de los excombatie­ntes, a los que los peregrinos idolatran, explica algunos de los episodios más heroicos de la guerra contra las tropas de Sadam Husein, acabada ahora hace treinta años

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