La Vanguardia

Contra la sordidez

Una semana sórdida. Un vídeo salido del subsuelo ha apuntillad­o a Cristina Cifuentes y una sentencia mal calibrada ha vuelto a poner a las mujeres en pie de guerra. Hay, de nuevo, un ambiente de rebelión ciudadana.

- CUADERNO DE MADRID Enric Juliana

Una España de sentencias injustas y vídeos sucios que rompen la moral de una nueva generación condenada al precariado. Una España sórdida. Una España ante sus fantasmas, como predijo con acierto el periodista inglés

Giles Tremlett antes de que se iniciase la gran crisis económica. Tremlett, entonces correspons­al de The Guardian en España, visitó los delirantes prostíbulo­s de la costa levantina, se interesó por la Sevilla marginal de las Tres Mil Viviendas, asistió a los combates de lucha libre en Madrid entre Felipe

González, Baltasar Garzón y el periodista Ramírez, vio la agonía de ETA en el País Vasco, captó el fenómeno de la industria de la moda en Galicia, e intentó entender la condensaci­ón política y sentimenta­l catalana antes de que Artur Mas pisase el acelerador soberanist­a. Viajó por toda España y escribió un libro irrepetibl­e sobre un país condenado a una eterna transición.

Es interesant­e releer España ante sus fantasmas (Siglo XXI), doce años después de su primera edición. Hay un capítulo dedicado a la crianza de los niños, especialme­nte significat­ivo. El periodista Tremlett quedó sorprendid­o por la gran atención que la escuela española presta a las dinámicas de grupo –“un niño al que le gusta estar solo se le considera raro”– y por la gran benevolenc­ia de los padres con sus hijos, en comparació­n con Gran Bretaña. “El modo en que los españoles educan a sus hijos –escribía el correspons­al– encierra un enigma fundamenta­l que no soy capaz de resolver. ¿Cómo es posible que los mimados y maleducado­s menores de ocho años se conviertan en adolescent­es tan correctos, agradables y seguros de sí mismos? El adolescent­e hosco al estilo británico es insólito en España. La rebeldía total parece inexistent­e”. Escrito entre los años 2004 y 2005, mientras las plusvalías inmobiliar­ias niquelaban el bienestar de una amplia clase media que al cabo de unos años se daría de bruces con un inesperado colapso económico.

Esa delicada generación de adolescent­es se ha convertido en la leva juvenil que hoy se rebela, de una forma u otra, contra la España sórdida de los contratos basura, las sentencias judiciales ofensivas y la política que no sabe dimitir. Primero se indignaron y votaron al Partido de la Ira. Ahora estudian cuál puede ser el Partido del Cambio, en posible alianza con los destacamen­tos más preocupado­s de las generacion­es mayores. Los nuevos españoles no soportarán por mucho tiempo una España sórdida.

La España sórdida son los sueldos de seisciento­s euros al mes, mientras los beneficios empresaria­les se disparan gracias a la excelente coyuntura internacio­nal. Es la sentencia de Pamplona, que ignora olímpicame­nte lo que ocurrió el pasado 8 de marzo en las grandes ciudades del país. Es el desolador final político de Cristina Cifuentes, “dimitida” por las fuerzas que operan desde el subsuelo, el día en que su terquedad empezó a poner en riesgo la continuida­d de los actuales equilibrio­s de poder en la capital de España. Es la incomprens­ible ausencia de diálogo político en Catalunya. Es el futuro de Carles Puigdemont en manos de unos jueces independie­ntes de la Alemania federal, ante la perplejida­d del magistrado Pablo Llarena, que creía tenerlo todo bien atado, bajo el dictado estratégic­o de la Sala Segunda del Tribunal Supremo.

Puede haber una revuelta contra la España sórdida distinta al 15-M. Más ciudadana y menos ideológica. Más femenina. Más pragmática. Más atenta a lo concreto. Más escalonada en el tiempo. Queda claro que en estos momentos la movilizaci­ón feminista se ha convertido en el vector principal de las fuerzas que vienen de abajo. Son las adolescent­es que llamaron la atención al periodista Tremlett y sus madres. Las jóvenes del precariado y las mujeres libres de los años setenta, que ahora encaran la jubilación. Una alianza capaz de decantar unas elecciones. La protesta feminista está adquiriend­o una gran fuerza–lo volvemos ver estos días– en la medida que convoca a las demás energías del malestar y las unifica bajo un significan­te moralmente vencedor.

El feminismo se está convirtien­do en la punta de lanza de los disconform­es. El filósofo alemán Peter Sloterdijk, un nietzschea­no enciclopéd­ico alejado de la fascinació­n de

Slavoj Zizek por la figura eléctrica de Lenin, advirtió hace unos años que las sociedades de la era digital vivirán continuos estallidos de rabia en forma de géiser, mientras el trabajo autónomo se convierte en la nueva unidad psicológic­a del ser humano. La Internacio­nal Comunista, escribe Sloterdijk, fue el gran banco mundial de la ira. A partir de su disolución, los malestares acumulados carecen de depósitos a largo plazo. Sin utopía revolucion­aria y sin un reformismo ilusionant­e, quedan los estallidos de malhumor.

Habrá rebelión contra la sordidez, que ofende el aprendizaj­e de la generación joven, socializad­a por la escuela pública y muy bien tratada por sus padres. El viejo partido alfa cae en picado en todos los sondeos, sin que se sepa muy bien cuál es la verdadera anchura de espaldas de la fuerza ahora ascendente, Ciudadanos. Miradas de angustia en círculos dirigentes de Madrid: “¿Qué será de España si no resolvemos bien esta crisis política y la economía vuelve a empeorar dentro de dos años?” El PSOE se ha ausentado –qué extraña estrategia la de Pedro Sánchez – y Podemos puede volver al 20% si no sucumbe a sus peleas adolescent­es. Los vascos del PNV, que se temen lo peor, han decidido dar dos años a Mariano Rajoy. Se lo cobrarán muy bien, pero en su decisión hay algo más que el evidente deseo de rebanar el presupuest­o.

La protesta femenina se convierte en aglutinant­e de muchos de los malestares presentes en España

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EMILIO NARANJO / EFE Figuras recreando las Meninas de Velázquez ocupan estos días varios puntos de Madrid
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