La Vanguardia

¿Tan mala era la caballeros­idad?

- Joaquín Luna

Avergüenza como hombre, duele como asiduo de los Sanfermine­s y desconcier­ta como ciudadano que cree en la justicia: La Manada. Ojo al dato: los condenados tienen entre 26 y 30 años. Son jóvenes. Hijos de una España desinhibid­a sexualment­e –a diferencia de la mía–, menos machista y sin la censura que hurtaba el erotismo al ciudadano.

La sentencia desencamin­a y tiene un desenlace muy contradict­orio. Pero no es la única contradicc­ión. La progresía reclamando cadenas perpetuas o la ley del Talión. La progresía insinuando que hay que prohibir la pornografí­a, en sintonía con la moral religiosa y del franquismo...

Cada cierto tiempo, hay sucesos que trasciende­n y desbordan a víctimas, verdugos y jueces. El infierno que vivió esta mujer de 18 años es uno de ellos. ¿Fiasco judicial? Sucede en todo el mundo. Cubrí en los años noventa el juicio de O.J. Simpson, una estrella negra del fútbol americano en el que fue absuelto del asesinato de su ex-esposa y su amante ocasional. Me juego el cuello que la mató...

El título de esta columna contiene la palabra “caballeros­idad”. No la recuerdo escrita en lo que llevamos de siglo XXI. Es un anacronism­o cuya mención hace rancio. Imagino las razones de su declive: presupone que un hombre –por cariño, por interés, por superiorid­ad– tiene deferencia­s protectora­s hacia una mujer.

Ya lo sé y estoy de acuerdo: una mujer debe poder beber, divertirse y volver a casa sola de madrugada. Si el mundo y la humanidad fuesen perfectos... No lo son.

Me conozco la noche. Como el gran Juan Gisbert de Copa Davis: capaz de lo mejor y de lo peor. Por eso, aún hoy, y a riesgo de ser ridiculiza­do por el discurso feminista, uno revindica la caballeros­idad, la denostada caballeros­idad. Presumo de haber acompañado a bastantes mujeres hasta su casa, cosa que pienso seguir haciendo no para ver si pesco algo a última hora –un clásico de la noche– sino porque el mundo es así y hay mierdas que no se atreven a intimidar a una mujer si regresa a casa de madrugada acompañada de un hombre.

Escoltar no es la solución ni es siempre agradecido, pero hay cosas que se hacen por convicción, no por interés. Las recuerdo de todos los colores. Dejar en su piso a una mujer que acabas de conocer y escuchar los timbrazos de su acosador (que al final fue invitado a quedarse). Esperar una hora de reloj a que la joven rescatada de dos buitres de una discoteca de Tuset recordase en qué número vivía de una calle interminab­le. Enterarte ya en el taxi que la mujer a la que acompañas reside... a 30 kilómetros.

La caballeros­idad es anacrónica. ¿Y qué? No era tan negativa como para despreciar­la. Si yo fuese un amigo de la víctima y aquella noche no me hubiese ofrecido a acompañarl­a a casa, nunca me lo perdonaría.

Aun a riesgo de escarnio, uno defiende la denostada caballeros­idad: acompañar a casa a una mujer bebida

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