Corrupción, mentiras y cintas de vídeo
Necesito marcar distancia profiláctica con el caso Cifuentes. Me siento, literalmente, intoxicada por todo el asunto en general. Ya el tema del máster supuso un importante desgaste, pero la sensación de náusea se ha quedado pequeña después del robo de cremas que ha acabado tumbando a la presidenta madrileña.
Estaba en Madrid la mañana en la que estalló el asunto del presunto robo en un supermercado, con la difusión a través de un controvertido medio de comunicación digital del vídeo donde se ve a Cristina Cifuentes, entonces vicepresidenta del Parlamento madrileño, rebuscar en su bolso para sacar dos cremas que acaba pagando al guarda de seguridad que le acompaña. Trabajaba con un grupo de colegas cuando el WhatsApp, las alertas de Twitter y todo lo demás empezaron a echar humo. Llegamos al sitio donde debíamos trabajar y ya todos sabían los detalles. Como un show de Truman político, fui siguiendo aquella mañana minuto a minuto el proceso de exposición, escarnio, escándalo y burla, con centenares de memes creados en tiempo récord dando la vuelta al país varias veces.
Los únicos referentes que puedo recordar de un caso tan extremo de comunicación, juicio y condena rápida es el vídeo sexual del entonces director del diario El Mundo, Pedro J. Ramírez. Claro que aquel fue un vídeo que llegó a las redacciones en un VHS
El escándalo es que Cifuentes no dimitiera hace un mes por haberse dejado regalar un máster y mentir
que empezó a pasar de mano en mano. Siempre se ha dicho que fue la venganza de los mandamases del Ministerio del Interior por toda la porquería que propalaba el periódico sobre el moribundo gobierno de Felipe González, empezando por la pestilencia de los GAL. Muchas de aquellas noticias sobre corrupción, abuso de poder y guerra sucia venían avaladas por grabaciones telefónicas que se escuchaban en determinadas radios cada mañana. También ahora se dice que Cristina Cifuentes ha caído finalmente gracias al fuego amigo, el que ha sabido recuperar una cinta grabada hace siete años, que debería haber sido destruida y que ha dado a un medio de comunicación afín.
Pero entre las grabaciones de la corrupción de los 80 y el momento presente haya una diferencia substancial. Entonces fue una tarea de gota china. Duró meses y meses. Era la repetición meticulosa, en portadas y radios, de escándalos que crecían cada día y que iban llegando a los oídos de los ciudadanos. Esta semana, entre la difusión del vídeo, el estallido del escándalo, los chistes y la dimisión de Cifuentes, han pasado pocas horas y el nivel de conocimiento ha sido prácticamente universal.
Hace treinta años, decidí no ver el vídeo de Pedro J. Me parecía inmoral entrar en la vida privada de nadie para mofarse, sobre todo si formaba parte de una venganza en la que no participaba. Ahora es imposible tomar distancia, intentar explicar en medio del clamor general que el escándalo es que Cifuentes no dimitiera hace un mes por haberse dejado regalar un máster y mentir. Por esto me siento intoxicada, incapaz de escapar a la velocidad de transmisión de hechos contra los que no hay ni tiempo ni ganas de sumarles reflexión. Espero que nadie haya guardado algún vídeo mío poniéndome el dedo en la nariz. Porque la turba en la red no distingue el asesinato del pecado venial.