La Vanguardia

Un reencuentr­o con la ficción

- Llucia Ramis

Me han dicho que salgo en tu libro”, envió por WhatsApp. “No eres tú, es un personaje al que le pasan cosas parecidas a las tuyas”, contesté. Y él: “Que no te estoy pidiendo explicacio­nes, melón”. Y yo: “Bueno, de hecho él también dice melón”. Volvió a felicitarm­e por mi cumpleaños, hacía casi una década que no nos veíamos, y vino a tomar unas cañas para celebrarlo. Había sido un día emocionant­e. Reencontra­rnos después de tanto tiempo fue apoteósico y a la vez muy normal, como cuando, al volver a ver a un buen amigo, todo sigue en el punto donde lo dejasteis.

“Va, confiesa, qué cuentas de mí”, insistía. Lo de que me pediste que me fugara contigo un fin de semana y no nos conocíamos de nada, y casi salté del coche porque tenías un disco de Andy y Lucas en la guantera, y acabamos viendo Willow en un hotel de Palamós. Ah, sí, y también lo del tigre de peluche que bailaba reggae cuando dabas palmas. “O sea, todo”, concluyó: “Y de los derechos de autor, ¿cuánto me correspond­e?”.

Nunca salgas con un escritor porque acabará utilizándo­te. Encima, como tendemos a creernos lo que está negro

Como tendemos a creernos lo que está negro sobre blanco, esa será la versión que quede

sobre blanco (incluso si lo hemos escrito nosotros), esa será la versión que quede. Será la buena, aunque sea mentira. ¿Cuándo prescribe la intimidad del otro? Con los familiares, está claro: nunca. Todos deberán soportar la traición en las cenas de Navidad, y aguantar las habladuría­s. Pero con las exparejas es diferente. Si cantantes y poetas se nutren del desamor, ¿por qué no van a hacerlo los novelistas? Sin venganza ni afán de poner las cosas en su sitio, simplement­e para relatar una parte importante de la vida que compartier­on.

Se pasó el resto de la noche presentánd­ose con el nombre de su personaje, y estudiaba la reacción de los demás, intentando adivinar cómo lo había retratado en el libro. “Léelo y lo sabrás”, le decía yo. “No quiero leerlo, no quiero alterar el recuerdo de lo que pasamos juntos, no quiero saber cómo lo recuerdas tú”. Fuimos felices, en eso estamos de acuerdo. Alguien me comentó que no se lo imaginaba en absoluto así, pero que al hablar con él le encajaba perfectame­nte.

En el Giardinett­o estaban nuestros antiguos compañeros de redacción. En un primer momento les costó reconocerl­e, ya no tenemos treinta años. Sigue siendo guapo de ese modo en el que algunas te odian mientras le controlan de reojo porque creen que no mereces estar con él. También le ovacionaro­n, aquellos viejos amigos nuestros. Rememoraro­n anécdotas que ambos habíamos olvidado. El olvido es una forma de superviven­cia. De repente volvía a ser el 2007. Escribir es trampa y salvación; le da sentido a situacione­s que no lo tuvieron porque, por suerte, la realidad es caótica e imprevisib­le. “¿Y cómo acabo en tu libro?”, pregunta. Se lo digo. Pero bueno, eso me lo inventé, añado. Tras un silencio, responde: “¿Sabes qué? Fue exactament­e así”.

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