Debate ético en la sociedad
Las sociedades democráticas tienen el riesgo de vaciarse éticamente, de perder la fuerza indispensable de unas concepciones sobre la vida humana y de unos valores morales que inspiren, dinamicen y fortalezcan su vida y sus impulsos hacia delante. Por eso, en una sociedad democrática tienen que existir grupos sociales, religiosos y culturales que se ocupen de una irrigación espiritual y ética de los ciudadanos, para que después estos transmitan al Estado el reflejo de estas sensibilidades morales y exijan a los que aspiran al poder político o lo ejercen, el respeto y la protección de esta savia espiritual sin la cual no puede existir una sociedad libre ni una ciudadanía responsable. Como afirma González de Cardedal, “la cultura, la ética y la religión son las tres fuentes en las que tiene que beber la conciencia ciudadana. Desde ellas, la persona humana mantendrá la conciencia de la propia dignidad y libertad sabiendo defenderlas, y de su responsabilidad sabiéndola ejercer”.
En este sentido, creo que en nuestra sociedad hay un déficit de reflexión y de debate social, plural y respetuoso, realizado por aquellos grupos, sobre los temas de alcance antropológico y ético, que evite el riesgo de excesiva politización y confrontación. Se pasa deprisa y fácilmente de los resultados sociológicos sobre una cuestión que hace falta regular, a su debate y aprobación en el Parlamento. Está el peligro de gobernar sociológicamente, con criterios prevalentes de aceptación o no aceptación de las encuestas. Aquella aportación de los grupos y entidades culturales, religiosas y sociales ayudaría al debate parlamentario, enriqueciéndolo con las reflexiones que ofrecerían los grupos mencionados. Pienso que se tendría que realizar un mayor esfuerzo por conseguirlo.
Habermas, en los años setenta, sostenía que la religión no se podía considerar ni siquiera como algo privada, pero ha ido modificando su opinión afirmando que las tradiciones religiosas consiguen hasta el día de hoy la articulación de una conciencia de aquello que nos falta. El mundo se hace más humano gracias a los estados de opinión creados por las religiones en favor de todo aquello que es humano. Hoy hay un campo en que la religión es especialmente significativa, y es el de la fraternidad. Mounier afirmaba que aquello que es propio del cristianismo no es amar la humanidad, sino amar al prójimo, a la persona concreta.