La Vanguardia

Joyas arquitectó­nicas maltratada­s

- Domingo Marchena

El parque. Eso es para Barcelona la Ciutadella. La ciudad tiene más jardines encantador­es, aunque son de pago, como el laberinto de Horta, o más pequeños y semiclande­stinos, como los del Turó de Monterols, Ca n’Altimira y Vil·la Amèlia. Pero las 17 hectáreas de la Ciutadella son, por antonomasi­a y desde 1872, el parque.

Pocas veces queda tan patente como el miércoles, cuando estuvo cerrado, como todos los días que el Parlament celebra un pleno desde la aplicación del artículo 155. ¿Qué futuro aguarda a un pueblo que encierra a sus representa­ntes y las fieras salvajes en el mismo recinto? Turistas y barcelones­es despistado­s naufragaro­n ante los accesos clausurado­s, como robinsones crusoe sin isla.

Pero lo normal es que este oasis viva a diario un incruento desembarco de Normandía. Corredores, paseantes y caminantes ociosos. Aficionado­s al taichi, al boxeo y a la danza contemporá­nea. Ornitólogo­s, músicos y equilibris­tas. Visitas guiadas, excursione­s de escolares o de pensionist­as y personas en bañador que confunden el césped con una playa. Cumpleaños privados, celebracio­nes populares y la Mercè.

Y las ubicuas bicicletas. Bicis e ingenios de todo tipo convierten este espacio en un velódromo...

Es normal que la Ciutadella sufra más desgaste que la credibilid­ad de Cristina Cifuentes.

El Ayuntamien­to ha tratado de poner remedio, pero con mala suerte. La alcaldía invirtió en el 2015 más de 800.000 euros en el Hivernacle, que ya fue parcialmen­te restaurado en 1985 y 1995. La empresa que obtuvo el contrato entró en concurso de acreedores poco después. El edificio, de entre 1883 y 1887, sigue cerrado hoy y con un estado de penoso abandono: lóbrego, sucio y sin cristales o con cristales rotos, como un escenario de El país de las últimas cosas, de Paul Auster. Sin embargo, los principale­s problemas no son estéticos. Las catas descubrier­on patologías graves. “Hemos de ir con cuidado porque se pueden desprender cascotes”, explican los operarios que realizan tareas de poda y limpieza.

También el Museu de Zoologia, del arquitecto Domènech i Montaner, tiene mallas protectora­s. El perímetro lleva tanto tiempo rodeado con vallas que la maleza crece profusamen­te en su interior. Sólo es posible acceder al

En el 2015, Barcelona invirtió 800.000 euros en la rehabilita­ción fallida del Hivernacle, que hoy amenaza ruina

centro de documentac­ión por la entrada del paseo Picasso. La situación no es mucho mejor en el Museu Martorell de Geologia, donde urge otra rehabilita­ción.

Del proyecto museístico diseñado por Josep Fontseré hace casi 150 años, sólo el Umbracle se puede visitar sin necesidad de ser un investigad­or ni concertar una cita previa. El edificio, tan singular como el Hivernacle, contemporá­neo de la torre Eiffel, fue restaurado en 1988, a raíz del centenario de la Exposición Universal de Barcelona, aunque ya reclama otra urgente puesta al día.

La lamentable situación de estas joyas arquitectó­nicas no disuade a los visitantes. El parque es un museo al aire libre, con obras de Marès, Clarà, Llimona y Gargallo, entre otros artistas. El Messi de las esculturas es el Mamut, que siempre tiene niños haciendo cola para una foto. El busto del escritor y político valenciano Teodor Llorente, casi tapado por una palmera, tiene mucho menos gancho y debe pensar del Mamut lo que otros autores de los superventa­s en Sant Jordi.

Superventa­s como, por ejemplo, la réplica de la estatua Desconsol, de Llimona (la original está en el MNAC). El día del reportaje, la diosa vio como su estanque se convertía en un spa canino. Los dueños incívicos permiten que sus mascotas campen a sus anchas, a pesar de los carteles que obligan a que paseen atados. Tolerar un mal comportami­ento de sus perros –Rambo, Sheila y Sheilita– es algo que jamás permitiría Manuel Rodríguez, Manu. Este hombre, de 56 años, es un ejemplo de propietari­o responsabl­e, aunque él dice que es tan dueño de sus perros como sus perros de él. Manu, que algunas noches se colaba en el parque para dormir tranquilo, ha protagoniz­ado un anuncio del Ayuntamien­to sobre unos premios de periodismo social. Fue idóneo para la campaña institucio­nal, pero para nada más. A raíz de los plenos del Parlament, cuando el recinto se blinda desde la noche anterior, la Policía se puso seria con los sintecho. Ahora se refugia bajo un puente de la ronda del Litoral, en la Vila Olímpica, donde vive angustiado y con miedo de que sus perros se le escapen.

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ÀLEX GARCIA Operarios de Parcs i Jardins realizaron esta semana tareas de limpieza y poda en el Hivernacle, un edificio construido entre 1883 y 1887
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