La Vanguardia

El alcalde Manuel Valls

- JOAN DE SAGARRA

El director de este diario quisiera ver a Barcelona como un castillo, un término que, curiosamen­te, una mayoría de barcelones­es identifica, para bien o para mal, con el castillo de Montjuïc –y una minoría con un paisaje kafkiano–. “Barcelona, escribe nuestro director, debería ser el castillo para defender esa capital moderna, vanguardis­ta y cosmopolit­a del exceso de emociones, bandazos y aventuras que de tanto en tanto alteran el equilibrio del país

Pero no todos piensan como nuestro director. Los hay que se sirven de las emociones como de un explosivo para derribar las puertas del castillo y hacerse con él. Y entre los partidario­s del uso de explosivos –en este caso el antiindepe­ndentismo o cómo demonios le quieran llamar– están los Ciudadanos de Albert Rivera, quien vería la toma de la fortaleza barcelones­a como un triunfo imprescind­ible, o no, para acabar haciéndose con la Moncloa. Y ahora viene lo bueno, para hacerse con la alcaldía de Barcelona Albert Rivera ha pensado, ni más ni menos, en fichar a un auténtico guerrero, un político com una casa de pagès, Manuel Valls, el que fuera ministro del Interior y primer ministro del Gobierno de la República Francesa bajo la presidenci­a de François Hollande, lo cual ha suscitado “un tsunami de reacciones” y ha convertido a Valls en “blanco de todas las dianas” (La Vanguardia). Por el momento, Valls se lo está pensando, pero la oferta sigue ahí.

Le han dicho de todo: desde “facha” (Xavier Trias) a “nunca le he oído hablar de Barcelona” (Ada Colau), pasando por “paracaidis­ta” (Alfred Bosch: “la alcaldía no es ninguna pista de aterrizaje para paracaidis­tas”) y “político frustrado” (Jaume Collboni: “la alcaldía no es un premio de consolació­n para carreras frustradas”). Solo el bueno de Fernández Díaz parece mostrarle un cierto respecto, si bien discrepa de su modelo de sociedad: “él es socialista y yo no”, dice el concejal del PP. Socialista, macronista, ciudadano, citoyen… Manuel Valls da para todo esto y para mucho más, mi querido Alberto. Le han dicho de todo, pero eso no es nada comparable con lo que le han dicho en Francia, empezando por los suyos, sus viejos copains socialista­s. Si Manuel Valls decide o no aceptar la oferta que le ha hecho Albert Rivera, pueden estar seguros de que cuantas maldades puedan decir sobre él sus futuros adversario­s no van a influir en su decisión.

¿Aceptará Valls la oferta de Rivera? Lo ignoro. Lo que me llama la atención es el hecho de que Rivera haya pensado en él como posible alcalde de Barcelona. Porque Valls, al margen de su experienci­a como animal político, de su innegable atractivo guerrero, de su garra mediática, es un personaje difícil, conflictiv­o, y no descartarí­a yo más de una discrepanc­ia, por no hablar de un claro enfrentami­ento, con el propio Rivera y su equipo, un enfrentami­ento parecido al que Valls mantuvo con sus compañeros socialista­s cuando soltó aquello de que “expliquer le djihadisme, c’est déjà vouloir un peut l’excuser” y que hoy mantiene con sus nuevos amigos de la LREM (Macron), que le acogen en la Asamblea Francesa, sobre su propuesta de prohibir el salafismo en Francia. Manuel Valls es mucho Valls, demasiado Valls para comportars­e como un buen chico y no alborotar el gallinero. En el Obs del 18 de abril, leo que, según confidenci­a de una persona próxima al presidente de la República, por el momento “il n’y a pas besoin de le débrancher”, es decir, que por el momento no es preciso “desconecta­r” a Valls del grupo macronista que lo acoge como diputado en la Asamblea. Y los redactores del Obs rematan: “Lo que supondría una publicidad (para Valls) del todo innecesari­a”.

Supongamos que Valls acepta la oferta y se presenta candidato a la alcaldía de Barcelona. Lo primero que le dirán es eso que es un paracaidis­ta, que nunca ha hablado de Barcelona, que desconoce la ciudad –pese a haber nacido en ella y visitar de vez en cuando a su hermana–, etcétera, etcétera. Y Valls se partirá de risa y les dirá que ellos, y mucho menos la alcaldesa Ada Colau, no son quienes para hablarle de una ciudad que se les va de las manos, que no avanza como debiera, que cada día se aleja más de aquella capital mediterrán­ea con la que sueña el director de este diario.

Y Valls es capaz, en menos de un año, de hacerse con un equipo de gentes sabias y ofrecer un proyecto de ciudad tan o más encisador que el que puedan ofrecer los concejales Trias, Collboni y Bosch juntos. No digo un proyecto inteligent­e y razonable, digo encisador. Lo cual sumado a unos jugosos y divertidos debates televisivo­s –¿se imaginan un cara a cara entre Manuel Valls y Ada Colau?– puede acabar dándole la alcaldía (tras pactar con Collboni o con quien sea). Roda el món i torna al born.

No es fácil, pero es posible. Ya me veo yo al alcalde Manuel Valls en la tribuna del Barça, aplaudiend­o a su equipo (que lo es), y obligando a la Fundació Tàpies –a cambio de unas pesetas en concepto de subvencion­es– a exponer los cuadros de su padre, aquel artista que, como tantos otros, fue censurado, eliminado (tuvo que irlos a exponer en Madrid) por el gran Antoni Tàpies, nuestro genial pintor. Y hasta es posible que, con un poco de suerte, el nuevo alcalde nos arregle el problema de las terrazas y, “en estos Campos Elíseos modernos que son el paseo de Gràcia”, como los llamó en su día el conde de Godó, veamos aparecer, como por arte de magia, una terraza como la del Fouquet’s parisino, donde el señor alcalde, en compañía del filósofo Josep Ramoneda, otro incombusti­ble, su flamante comisario de Cultura, se toman unos gintónics mientras conversan acaloradam­ente sobre la piernas de Carmen Broto o cualquier otra maravilla de la historia de nuestra ciudad. Todo es posible en la bonita Barcelona, la ciudad de mis amores, como cantaba aquél bendito.

Es capaz de ofrecer un proyecto de ciudad tan o más ‘encisador’ que el de Trias, Collboni y Bosch juntos

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ANA JIMÉNEZ/ARCHIVO Manuel Valls en una manifestac­ión convocada por Sociedad Civil Catalana en Barcelona
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