Nuestros vecinos de fe musulmana
Es una evidencia que, en los últimos años, nuestra sociedad se ha hecho mucho más plural, a consecuencia de la globalización y el hecho migratorio. Hace falta aceptar esta realidad, hacer el esfuerzo de gestionarla en su complejidad y, a la vez, tratar de aprovechar en positivo las oportunidades que eso comporta.
Desde las entidades que suscribimos este artículo, hace tiempo que trabajamos para favorecer la convivencia y la cohesión social. Con este objetivo, hemos visitado comunidades musulmanas de Barcelona, Terrassa, Manresa, Mataró, Sabadell, Vilafranca del Penedès, Girona, Tarragona... formadas mayoritariamente por personas de Marruecos y otros países árabes, pero también en notable proporción por pakistaníes y africanos subsaharianos (Senegal, Gambia, GuineaBissau, Mali...). Con exquisita hospitalidad, nos han abierto amablemente sus puertas y sus oratorios y nos han dado a conocer sus actividades. En su inmensa mayoría, se trata de comunidades formadas por gente trabajadora y humildes, dirigidas por personas que actúan de forma puramente voluntaria, con una gran ilusión y vocación de servicio.
El elemento central de las comunidades es la práctica religiosa (principalmente la plegaria), que es su vínculo principal. El mantenimiento de la fe es para ellos una dimensión fundamental de su identidad, que da sentido y esperanza a sus vidas, no siempre fáciles. En general, se trata de entidades que cuentan con unos recursos económicos bastante limitados. Mayoritariamente disponen de oratorios de acuerdo con la práctica musulmana, pero a menudo se trata de locales provisionales, bajos, antiguos talleres o naves industriales precariamente reconvertidas, sin espacio para las grandes celebraciones del Islam, como el Ramadán. Eso los obliga a buscar otros espacios para estas ocasiones. A menudo, los locales se encuentran ubicados en polígonos industriales o en barrios periféricos, vistas las dificultades para encontrar espacio en zonas más céntricas.
Esta situación va cambiando día a día y algunas comunidades ya disponen de locales nuevos y espaciosos. Una realidad que pronto será normal en Catalunya, como lo es en la mayoría de países europeos.
Por otra parte, estas comunidades, en la medida de sus capacidades, también desarrollan una tarea social, educativa y cultural muy importante, con una atención particular a niños y mujeres, así como a las familias con dificultades. Eso las convierte en instituciones claves en favor de la cohesión social en nuestras ciudades. Al mismo tiempo, se muestran preocupados por las dificultades sociales que afectan a buena parte de la gente de sus comunidades, a menudo a causa del paro. Como es obvio, están horrorizados por el fenómeno terrorista que manipula el Islam y ataca sus valores esenciales, como la vida, la paz y la tolerancia. Y se muestran preocupados por cómo detener los procesos de radicalización de algunos jóvenes, y por las repercusiones negativas que este hecho comporta a las comunidades.
Por todas estas circunstancias, nos duele profundamente que algunos grupos minoritarios pongan dificultades a las comunidades para abrir sus centros de culto. Es lo que sucede en este momento en Barcelona, en la calle Japó (Nou Barris), donde acaba de inaugurarse un nuevo oratorio. No hay que olvidar que la libertad religiosa es un derecho humano fundamental, reconocido y protegido en la legislación de nuestro país y en los tratados internacionales de derechos humanos. Despreciar este derecho es atentar contra la dignidad humana. A pesar de eso, algunas personas, que en muchos casos no son vecinas de la zona, se han propuesto perjudicar y obstaculizar la vida de esta comunidad, vulnerando su libertad religiosa, despreciando gravemente la dignidad de estas personas y poniendo en peligro la convivencia. Afortunadamente, la inmensa mayoría de vecinos y vecinas del barrio y, en general, de la ciudad sabe que los derechos humanos y la convivencia son el bien más precioso que tenemos. Y eso exige respetar las creencias y las prácticas religiosas de todos, a fin de que todo el mundo se sienta parte de este país y pueda contribuir al bien común.
Hemos podido constatar que las comunidades musulmanas son una realidad muy diversa, cada vez más importante en el futuro de este país. Una realidad poco conocida por el resto de la ciudadanía, donde a menudo reinan los prejuicios. No sólo son nuestros vecinos, sino que desde una perspectiva cristiana también son nuestros hermanos, creyentes como nosotros en el mismo Dios, y con los cuales compartimos, más allá de las diferencias, un enorme patrimonio común de valores éticos.
Tenemos un largo camino por recorrer. Y constatamos con orgullo que nuestra sociedad tiene un alto grado de madurez y tolerancia que nos permite mirar el futuro con esperanza.