La Vanguardia

Nuestros vecinos de fe musulmana

- Eduard Ibáñez EDUARD IBÁÑEZ, EN NOM D’ENTITATS CRISTIANES AMB ELS IMMIGRANTS : ACCIÓ CATÒLICA OBRERA, BAYT-ALTHAQAFA, CÀRITAS BCN, SANT EGIDI, COMUNITATS VIDA CRISTIANA, CON-VI-VIVIM, CRISTIANIS­ME I JUSTÍCIA, DELEGACION­S DE PASTORAL OBRERA I SOCIAL, EKUME

Es una evidencia que, en los últimos años, nuestra sociedad se ha hecho mucho más plural, a consecuenc­ia de la globalizac­ión y el hecho migratorio. Hace falta aceptar esta realidad, hacer el esfuerzo de gestionarl­a en su complejida­d y, a la vez, tratar de aprovechar en positivo las oportunida­des que eso comporta.

Desde las entidades que suscribimo­s este artículo, hace tiempo que trabajamos para favorecer la convivenci­a y la cohesión social. Con este objetivo, hemos visitado comunidade­s musulmanas de Barcelona, Terrassa, Manresa, Mataró, Sabadell, Vilafranca del Penedès, Girona, Tarragona... formadas mayoritari­amente por personas de Marruecos y otros países árabes, pero también en notable proporción por pakistaníe­s y africanos subsaharia­nos (Senegal, Gambia, GuineaBiss­au, Mali...). Con exquisita hospitalid­ad, nos han abierto amablement­e sus puertas y sus oratorios y nos han dado a conocer sus actividade­s. En su inmensa mayoría, se trata de comunidade­s formadas por gente trabajador­a y humildes, dirigidas por personas que actúan de forma puramente voluntaria, con una gran ilusión y vocación de servicio.

El elemento central de las comunidade­s es la práctica religiosa (principalm­ente la plegaria), que es su vínculo principal. El mantenimie­nto de la fe es para ellos una dimensión fundamenta­l de su identidad, que da sentido y esperanza a sus vidas, no siempre fáciles. En general, se trata de entidades que cuentan con unos recursos económicos bastante limitados. Mayoritari­amente disponen de oratorios de acuerdo con la práctica musulmana, pero a menudo se trata de locales provisiona­les, bajos, antiguos talleres o naves industrial­es precariame­nte reconverti­das, sin espacio para las grandes celebracio­nes del Islam, como el Ramadán. Eso los obliga a buscar otros espacios para estas ocasiones. A menudo, los locales se encuentran ubicados en polígonos industrial­es o en barrios periférico­s, vistas las dificultad­es para encontrar espacio en zonas más céntricas.

Esta situación va cambiando día a día y algunas comunidade­s ya disponen de locales nuevos y espaciosos. Una realidad que pronto será normal en Catalunya, como lo es en la mayoría de países europeos.

Por otra parte, estas comunidade­s, en la medida de sus capacidade­s, también desarrolla­n una tarea social, educativa y cultural muy importante, con una atención particular a niños y mujeres, así como a las familias con dificultad­es. Eso las convierte en institucio­nes claves en favor de la cohesión social en nuestras ciudades. Al mismo tiempo, se muestran preocupado­s por las dificultad­es sociales que afectan a buena parte de la gente de sus comunidade­s, a menudo a causa del paro. Como es obvio, están horrorizad­os por el fenómeno terrorista que manipula el Islam y ataca sus valores esenciales, como la vida, la paz y la tolerancia. Y se muestran preocupado­s por cómo detener los procesos de radicaliza­ción de algunos jóvenes, y por las repercusio­nes negativas que este hecho comporta a las comunidade­s.

Por todas estas circunstan­cias, nos duele profundame­nte que algunos grupos minoritari­os pongan dificultad­es a las comunidade­s para abrir sus centros de culto. Es lo que sucede en este momento en Barcelona, en la calle Japó (Nou Barris), donde acaba de inaugurars­e un nuevo oratorio. No hay que olvidar que la libertad religiosa es un derecho humano fundamenta­l, reconocido y protegido en la legislació­n de nuestro país y en los tratados internacio­nales de derechos humanos. Despreciar este derecho es atentar contra la dignidad humana. A pesar de eso, algunas personas, que en muchos casos no son vecinas de la zona, se han propuesto perjudicar y obstaculiz­ar la vida de esta comunidad, vulnerando su libertad religiosa, desprecian­do gravemente la dignidad de estas personas y poniendo en peligro la convivenci­a. Afortunada­mente, la inmensa mayoría de vecinos y vecinas del barrio y, en general, de la ciudad sabe que los derechos humanos y la convivenci­a son el bien más precioso que tenemos. Y eso exige respetar las creencias y las prácticas religiosas de todos, a fin de que todo el mundo se sienta parte de este país y pueda contribuir al bien común.

Hemos podido constatar que las comunidade­s musulmanas son una realidad muy diversa, cada vez más importante en el futuro de este país. Una realidad poco conocida por el resto de la ciudadanía, donde a menudo reinan los prejuicios. No sólo son nuestros vecinos, sino que desde una perspectiv­a cristiana también son nuestros hermanos, creyentes como nosotros en el mismo Dios, y con los cuales compartimo­s, más allá de las diferencia­s, un enorme patrimonio común de valores éticos.

Tenemos un largo camino por recorrer. Y constatamo­s con orgullo que nuestra sociedad tiene un alto grado de madurez y tolerancia que nos permite mirar el futuro con esperanza.

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PEDRO CATENA / ARCHIVO

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