A la caza de la economía azul
En 1992, cuando el Port Olímpic estaba a punto de estrenarse al mundo en los JJ.OO., Joan Guitart se encontraba en Polinesia. Capitaneaba el Rainbow Warrior de Greenpeace. Los ecologistas habían planeado una acción en Mururoa, el archipiélago donde Francia iba a desarrollar ensayos con la bomba atómica.
Al final, la Legión francesa obligó al barco a abortar su misión. Él se negó a obedecer, al considerar el abordaje de los militares como ilegal. Guitart estuvo cuatro días retenido en el islote y llamado a declarar. Al final pudo evitar consecuencias penales y volver a Barcelona, para tomar las riendas del flamante puerto, justo a tiempo para el acontecimiento olímpico.
Han pasado 25 años desde entonces. Hoy Guitart ya no lleva la vida aventurera de antaño, cuando, como destacado ecologista, tenía relaciones con el Dalai Lama o Fidel Castro. Trabaja en un despacho en la capitanía, con unas espléndidas vistas al mar y a las dos torres, la Mapfre y el hotel Arts.
La instalación está a punto de experimentar la mayor transformación desde su nacimiento. “Ha cumplido su función”, destaca Guitart, que a lo largo de más de dos décadas ha sigo testigo de la evolución del centro portuario.
En su opinión, sus puntos de éxito han sido la Escuela de Vela Municipal, que ha acercado a los más pequeños al mar, así como el desarrollo de las actividades náuticas más lúdicas, desde golondrinas hasta motos de agua. En cuanto a las embarcaciones, el puerto se ha consolidado como una referencia en el litoral: siempre está lleno. En algunos amarres hay listas de espera. La gestión, por cuenta del Ayuntamiento, refleja cifras económicas positivas, con un volumen de negocio de casi 2,5 millones de euros.
No obstante, también han emergido problemas con los años. Hace una década, el Port Olímpic tuvo que hacer cuentas con una población residente de 130 personas. Guitart se acuerda de la mayoría de ellos: bohemios, divorciados, aventureros románticos... Un microcosmo singular, al que hubo que añadir otros tantos que usaban los barcos como alquiler turístico, al aprovechar un vacío legal. Un cóctel explosivo para la convivencia de estas instalaciones, que finalmente hubo que reconducir.
El desarrollo de los bares de copas también alteró los frágiles equilibrios portuarios en la zona, de allí que para el 2020, cuando se acabe la actual concesión, el Port Olímpic va a cambiar de cara. Se han presupuestado inversiones de 35 millones de euros.
Una de las novedades más llamativas es el cierre de los locales de ocio. El proyecto prevé que se destinarán espacios a empresas de la llamada economía azul, un concepto que, en palabras de la UE, es aquella que “reconoce la importancia de los mares y los océanos como motores de la economía por su gran potencial para la innovación y el crecimiento”.
En la práctica, según Guitart, las actividades abarcan varios sectores que tienen en común el mar como recurso y activo económico, desde el carpintero náutico hasta la empresa de chárter. Este último es uno de los negocios que más ha crecido. En la próxima remodelación, el 60% de los amarres se destinará al alquiler y también se redibujarán los espacios para que puedan acoger a embarcaciones más anchas, destinadas especialmente a estos usos.
Los datos confirman el papel de Barcelona. Acaba de concluir en la ciudad uno de los mayores salones internacionales de yates de alquiler, MYBA Charter Show. Recientemente, la Asociación Nacional de Empresas Náuticas indicó que en el 2017 el mercado de alquiler creció el 24,7%, al haberse registrado 1.570 embarcaciones para uso exclusivo de alquiler frente a las 1.259 registradas en el 2016.
Otras obras previstas en la reforma del Port Olímpic son la mejora del dique para protegerse de los temporales y un paseo marítimo para abrir el puerto no al mar, sino a la ciudad. El antiguo capitán de Greenpeace está listo para otra misión.
El puerto de los JJ.OO. planea abrir espacios para empresas vinculadas a la náutica y el mar