La Vanguardia

Naser revive a orillas del Sena

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

En las salas de exposicion­es del Instituto del Mundo Árabe (IMA), un bello edificio de fachada de cristal, junto al Sena y a tiro de piedra de la catedral de Notre-Dame, resuena la voz de Gamal Abdel Naser. Una gran pantalla ofrece sin interrupci­ón el vídeo del discurso del presidente egipcio, el 26 de julio de 1956, en Alejandría. Fue el día en que anunció, ante una masa enfervoriz­ada, que nacionaliz­aba el canal de Suez. “¡Construire­mos un Egipto glorioso –prometió Naser–. No nos dejaremos dominar por los colonizado­res!”. El caudillo del panarabism­o estaba en el cenit de su carrera.

El IMA acoge, hasta el 5 de agosto, La epopeya del canal de Suez. De los faraones al siglo XXI, con motivo del próximo 150 aniversari­o de la entrada en servicio, en la era moderna, de la vía interoceán­ica. La muestra incluye pinturas, fotografía­s, piezas arqueológi­cas, maquetas, cuadros, mapas y documentos gráficos y audiovisua­les. Se ha hecho un gran esfuerzo por explicar el contexto geopolític­o del canal, una especie de “ombligo del mundo” –según Jack Lang, el presidente del IMA–, un lugar ultrasensi­ble y codiciado, epicentro de varias graves crisis en Oriente Medio.

El primer canal, entre el mar Rojo y el Nilo, fue construido por Sesostris III hacia el año 1850 antes de Cristo. En el siglo VIII d.C, el califa abasida Al Mansur lo hizo cubrir de tierra por razones de estrategia militar. Durante los más de mil años posteriore­s, persas, griegos, romanos, árabes, turcos y venecianos barajaron la idea de perforar un nuevo canal en el istmo. La República Veneciana, la Serenissim­a, planteó un proyecto al sultán mameluco y luego al imperio otomano. Los venecianos, que habían dominado el comercio con Asia, temían perderlo –como en efecto sucedió– después de que el portugués Vasco da Gama abriera una nueva ruta bordeando África, en 1498. La idea veneciana no prosperó. Tres siglos después la retomó Napoleón, pero no se plasmaría hasta que el diplomátic­o francés Fernando de Lesseps, excónsul en El Cairo, logró convencer al valí egipcio Mohamed Said Pasha, a quien conocía de niño y había enseñado a montar a caballo. Las obras duraron diez años, entre 1859 y 1869, y fueron tan mortíferas como una guerra. Decenas de miles de obreros perecieron de extenuació­n, accidentes y epidemias. La peor parte la llevaron los campesinos obligados a la fuerza a trabajar en el canal, a pico y pala. En los últimos años, el desarrollo de ingenios mecánicos como la draga redujo la dependenci­a de la fuerza humana.

En la muestra hay bocetos de la estatua colosal que se quiso levantar en Suez, como faro. Aparcado el proyecto, su impulsor, Auguste Bartholdi, insistió en construirl­a de todos modos. Se inspiró en una campesina egipcia. La obra se convertirí­a, con modificaci­ones, en la estatua de la Libertad, inaugurada en Nueva York en 1886.

La existencia del canal alimentó los apetitos colonialis­tas. Era tentador controlarl­o. Eso explica que los británicos, reacios al principio a su construcci­ón, acabaran siendo accionista­s de la sociedad gestora e invadieran Egipto en 1882. La independen­cia egipcia no llegaría hasta 1936.

En la muestra se exhibe una foto del encuentro entre Roosevelt y el rey Saud, cerca de Port Said, a bordo del crucero USS Quincy, el 14 de febrero de 1945, a la vuelta del presidente norteameri­cano de la conferenci­a de Yalta. Allí sellaron un pacto, válido por 60 años, que aún condiciona Oriente Medio: protección a la monarquía saudí a cambio de acceso privilegia­do al petróleo. En el 2005 el pacto se renovó por otros 60 años.

La llegada de Naser al poder en Egipto, después de derrocar al rey Faruk, y su acercamien­to a la URSS prepararon el terreno para la nacionaliz­ación del canal, vista como un hito en la lucha anticoloni­al. Meses después de adoptar la medida, en octubre de 1956, hubo un ataque combinado de fuerzas británicas, francesas e israelíes para recuperar el canal. La condena de la ONU y la oposición firme del presidente estadounid­ense Eisenhower hicieron

Una muestra en el Instituto del Mundo Árabe, en París, repasa la milenaria geopolític­a en torno al canal de Suez: codiciado por imperios y epicentro de guerras

El rais egipcio marcó un hito en la lucha anticoloni­al al nacionaliz­ar la vía interoceán­ica en julio de 1956

recular a los invasores. Fue una crisis grave entre aliados durante la guerra fría. Once años después, en la guerra de los Seis Días, Israel ocuparía la península del Sinaí y la orilla oriental del canal. Éste sería cerrado al tráfico durante ocho largos años. En 1973, en la guerra del Yom Kippur, el canal sería de nuevo escenario de conflicto entre Israel y Egipto.

La importanci­a comercial del canal de Suez en el tráfico marítimo global ha disminuido en los últimos decenios, aunque continúa siendo una fuente de ingresos vital para Egipto, el país árabe más poblado y con mayor irradiació­n cultural. En la fiesta de inauguraci­ón de la ampliación y desdoblami­ento del canal, en agosto del 2015, el presidente Al Sisi reflexionó así ante sus invitados: “Egipto no sólo presenta este año este proyecto –dijo el actual rais–. Para ser más exactos, la historia recordará que Egipto se levantó contra la ideología extremista más peligrosa (el yihadismo). Si los terrorista­s controlara­n este territorio, lo pondrían a sangre y fuego”. De nuevo la geopolític­a, con otros actores y otros juegos de poder. Como Naser en 1956 y antes el imperio británico. Como Napoleón y los venecianos, hasta los faraones.

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IDEO, LE CAIRE

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