La Vanguardia

Escuchar la “cólera del pueblo”

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Esa fue la expresión utilizada por el presidente francés Emmanuel Macron en su intervenci­ón ante los europarlam­entarios de Estrasburg­o hace dos semanas. Se refirió a Europa como un continente dividido entre “democracia­s iliberales”, que amenazan con desguazar el proyecto común, y las “liberales”, que deben escuchar “la cólera del pueblo” si quieren evitarlo. Yendo un paso más allá, señaló que en Europa está reaparecie­ndo una nueva forma de “guerra civil”.

El tono y el lenguaje fueron claramente populistas. Pero Macron no hace ascos a ese término. De hecho, se ha definido como un “político populista” que quiere escuchar y dirigirse al pueblo. En cualquier caso, la referencia a la “cólera del pueblo” como elemento determinan­te de la deriva autoritari­a de las democracia­s plantea dos cuestiones: ¿cuáles son las causas?, ¿cómo atenderlas?

En esencia, a mi juicio, la cólera del pueblo es una reacción contra el establishm­ent formado por la alianza de tres actores desde los años ochenta: a) la nueva aristocrac­ia del dinero surgida con las grandes corporacio­nes globales, la desregulac­ión financiera, la privatizac­ión y los nuevos monopolios digitales; b) los gobiernos liberales y socialdemó­cratas, y c) las tecnocraci­as de los expertos de los organismos económicos gubernamen­tales, europeos e internacio­nales.

¿Cómo logró esta nueva oligarquía del dinero el apoyo de los gobiernos? Utilizando tres ideas. Primera, que sus elevados ingresos es el resultado de su valía personal, de su excelencia. Segunda, que su función al frente de las empresas es crear valor para el accionista y los directivos y no para el conjunto de la sociedad. Tercera, que esas políticas que a ellos les hicieron muy ricos acabarían benefician­do también al resto de la sociedad (teoría del rebose). En realidad, son wishful thinkings, creencias interesada­s. Pero el apoyo de los gobiernos permitió a esta nueva oligarquía del dinero utilizar en beneficio exclusivo la globalizac­ión, la integració­n europea y los flujos inmigrator­ios.

La idea de que son muy ricos porque lo merecen ha permitido a la nueva aristocrac­ia del dinero practicar la abstinenci­a emocional con el resto de la sociedad. Los muy ricos se han autoexclui­do: viven en guetos, y sus hijos van a guarderías, escuelas y universida­des segregadas del resto. Esa abstinenci­a emocional ha producido una corrupción de los sentimient­os morales de los muy ricos: ven la creciente desigualda­d y pobreza que se ha inoculado en las democracia­s occidental­es como un resultado natural de las cosas.

Pero la visión desde el otro lado de la sociedad no es la misma. La desigualda­d, la pobreza, la falta de oportunida­des, la precarizac­ión laboral, la jibarizaci­ón de las clases medias no se ven como fatalidade­s inevitable­s de la economía y el cambio técnico sino como el resultado de las políticas y reformas llevadas a cabo por esa alianza de intereses entre aristocrac­ia del dinero, gobiernos y las tecnocraci­as. De ahí la ira, el rencor, el resentimie­nto y el odio que alimenta la cólera social contra ese establishm­ent.

¿Cómo atender esa cólera? En su intervenci­ón Macron utilizó la distinción entre “populista bueno” y “malo”. El malo sería el que busca aprovechar esa cólera del pueblo para, con su apoyo electoral, desguazar la democracia liberal (las institucio­nes intermedia­s entre el gobernante y el pueblo, la prensa libre, las reglas parlamenta­rias de respeto a las minorías, la separación de poderes entre poder legislativ­o y judicial, la convivenci­a social, la tolerancia con el otro) y transforma­rla en una democracia autoritari­a, iliberal. El populista bueno, por el contrario, sería aquel que busca atender esa cólera dentro del marco de la democracia liberal y del sistema de economía de mercado, pero cambiando las políticas y la ideología que las legitima. Macron se ve en el papel de populista bueno.

Para atender la cólera del pueblo necesitamo­s un impulso político como el que hubo en 1945, cuando, en condicione­s más precarias que ahora, se alcanzaron logros como crear bienes públicos de gran importanci­a para la erradicaci­ón de la desigualda­d y la pobreza, como la sanidad y la educación pública, la reforma del sistema fiscal, la regulación de los monopolios, la creación de un capitalism­o competitiv­o y la gestión de la macroecono­mía para evitar las grandes crisis financiera­s y económicas. De esa forma se logró reconcilia­r economía de mercado, progreso social y democracia liberal. El resultado fueron los Treinta Gloriosos, las tres décadas que siguieron a aquella alianza progresist­a. Esa vuelve a ser ahora la tarea si se quiere atender la cólera del pueblo y evitar que su beneficiar­io sea el populismo autoritari­o.

Los muy ricos ven la creciente pobreza que se ha inoculado en las democracia­s como un resultado natural de las cosas

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FRANÇOIS MORI / AP

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