Escándalo en las letras
PABLO Neruda se extiende en sus memorias, tituladas Confieso que he vivido, acerca de la ceremonia de entrega del premio Nobel de Literatura en 1971. Sin ningún pudor, un comunista como Neruda muestra su satisfacción por “las rubias doncellas escandinavas” que lo despertaron cantándole en los pasillos del espléndido hotel donde fue alojado junto con su esposa Matilde y por haberle dado la mano al rey, que se la apretó “por más tiempo” y le trató con “evidente simpatía”. Pero lo más curioso de su relato es cuando cuenta que ensayó varios días, todo filmado por un cámara, la ceremonia de la entrega con el frac, a fin de no equivocarse en el protocolo. La rebeldía del chileno fue aplacada por el honor de los fastos suecos.
La lista de anécdotas de los Nobel de Literatura es larga, y la emoción de los galardonados, intensa. Aunque tres estuvieron ausentes: Ernest Hemingway, Doris Lessing y Bob Dylan. Y dos más, Jean-Paul Sartre y Borís Pasternak, lo rechazaron. La última vez que no se concedió fue en 1943 a causa de la guerra. Pero en el 2018 no se adjudicará –se aplaza un año– por las dimisiones de una serie de miembros del jurado a causa de los acosos sexuales del marido de Katarina Frostenson, el fotógrafo Jean-Claude Arnault. Ella es miembro de la Academia Sueca, y un diario de Estocolmo ha publicado el testimonio de 18 mujeres que aseguran haber sido víctimas de acoso, abusos y violaciones entre 1996 y el 2017 por parte de Arnault. Algunos de estos episodios se habrían producido en la sede de la propia institución. Además, también se le acusa de haber ganado mucho dinero en apuestas sobre los ganadores del Nobel al haber obtenido información confidencial.
No es una buena solución no conceder el premio. Lo correcto habría sido que Frostenson hubiera dejado su cargo en un primer momento, hasta que la justicia interviniera y los académicos que renunciaron reconsideraran su decisión. La literatura no merece pasar este mal trago.