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La suspensión de la entrega del próximo premio Nobel de Literatura, y la ajustada victoria de la primera ministra británica, Theresa May, en las elecciones municipales.
LA primera ministra conservadora británica, Theresa May, sigue con el agua al cuello, pero al menos ha logrado que las elecciones municipales inglesas celebradas el jueves no la ahogaran de manera definitiva. Tras el desastre que supusieron para el Partido Conservador las elecciones generales que May anticipó el pasado año y en las que perdió la mayoría absoluta, los tories temían que los laboristas les pasaran por encima, y eso no ha sucedido. El Labour ha ganado las elecciones, pero se ha quedado lejos de sus expectativas. Crece en Londres, pero no ha logrado arrebatar a los conservadores distritos tan emblemáticos como Westminster, Kensington y Chelsea, donde hace un año ganaron los laboristas. El partido de Jeremy Corbyn no puede presumir de victoria, pues lo logrado no le permite presentarse como una fuerza con poder suficiente para sacar a May de Downing Street. No son buenas noticias para Corbyn, incapaz de capitalizar el desgaste de la primera ministra, aunque no hay que olvidar que el voto local se mueve muchas veces por parámetros distintos de los de unas elecciones generales.
Estos comicios parciales eran una prueba de fuego para Mayen pleno debate sobre el Brexit, con el último escándalo sobre el trato dado a los emigrantes de origen caribeño que le ha costado el cargo ala ministrad el Interior, con un Gobierno dividido entre defensores de una ruptura total con Europa y partidarios de una salida soft y con una amenaza de posible revuelta en los Comunes por su estrategia sobre el Brexit.
Y la tabla de salvación electoral se la han dado a May en gran medida los votantes del populista y euroescéptico UKIP, un partido en caída libre que ha quedado borrado del mapa –ha pasado de 126 a sólo tres concejales– y cuyos votantes han apostado en numerosas alcaldías por el Partido Conservador.
En definitiva, unas elecciones en que tanto conservadores como laboristas han ganado y perdido algo, pero que suponen un balón de oxígeno para May y una importante frustración para Corbyn, sobre quien crecen las dudas respecto a su capacidad para liderar el laborismo de vuelta al 10 de Downing Street. Son resultados difíciles de extrapolar a escala de toda Gran Bretaña, pero que han evidenciado una vez más la resiliencia de Theresa May –instalada en una crisis permanente– y la escasa confianza que genera Corbyn como alternativa. Ni una ni otro convencen a los británicos.
May respira, pero ello no cambia el equilibrio de fuerzas dentro de su partido y entre los diputados tories, divididos entre partidarios y adversarios del Brexit. Su posición no ha empeorado, pero la pesadilla continúa.