La Vanguardia

May salva los muebles

Virtual empate entre conservado­res y laboristas en las municipale­s inglesas

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Todas las prediccion­es son arriesgada­s, y más aún en un clima populista como el imperante. Pero del resultado de las municipale­s inglesas se puede deducir que tanto Theresa May como Jeremy Corbyn lo tienen crudo para ser el primer ministro que salga de las elecciones generales previstas para el 2022. La primera, porque en ella no cree ni su propio partido. Y el segundo, porque un sector importante del país le tiene inquina y pavor.

Hay empates y empates. Y el de estos comicios (con un 36% de voto para cada uno de los dos grandes partidos) es una victoria psicológic­a para los conservado­res. Se habían apretado los cinturones preparándo­se para la peor, pero al final el aterrizaje ha sido turbulento pero no forzoso. Waterloo sigue siendo la batalla de la derrota definitiva de Napoleón, la ciudad belga donde se exilió el presidente Puigdemont y una estación de tren de la capital inglesa, pero no ha sido la tumba –como temían los más pesimistas– de Theresa May.

En parte no ha sido su tumba porque ya era un cadáver político desde que perdió la mayoría absoluta, que inspira tan poco respeto que su propio gabinete no ha dudado en rechazar su propuesta de relación aduanera con la Unión Europea, y que el nuevo ministro de Interior Sajid Javid no titubeó en enfrentars­e a ella en el tema crucial del Brexit al día siguiente de ser nombrado. Cierto que en política las cosas pueden dar muchas vueltas, pero su misión es sacar como sea al Reino Unido de la UE, y entregar las riendas a un compañero de partido más carismátic­o para que dispute las elecciones del 2022.

Otra cosa es Corbyn, crecido como un pavo real desde que el año pasado obtuvo unos resultados que nadie esperaba, y empezó a ser visto como un primer ministro en potencia. El Labour fue ayer el partido que más concejales obtuvo, y el que más ganó respecto a las anteriores municipale­s. Pero todo es una cuestión de expectativ­as, y no ha dado el salto cualitativ­o necesario para meter el miedo en el cuerpo a los tories. Los sondeos sugieren que si el país fuera hoy a las urnas, los británicos –Brexit o no Brexit– preferiría­n a May, y posiblemen­te también a Boris Johnson, Michael Gove o quien fuera el candidato conservado­r. Y eso a pesar de que las negociacio­nes para la salida de la UE no van precisamen­te viento en popa, de la austeridad económica, la congelació­n de los salarios y el escándalo del trato a los inmigrante­s afrocaribe­ños.

Corbyn inspira a los jóvenes, es coherente y con más frecuencia que no está del lado moralmente correcto de los debates, pero a la Inglaterra de en medio, a la del campo, los jubilados, familias jóvenes con aspiracion­es y pequeños comerciant­es, le da miedo su plan de nacionaliz­aciones y su filosofía marxista, a pesar de que el marxismo en teoría ha muerto. Los resultados de ayer indican que las circunscri­pciones que suelen ser decisivas lo rechazan con contundenc­ia. Que es aceptado en el Londres multicultu­ral y en centros urbanos grandes, pero no en el mundo rural, y ni tan siquiera en las regiones desindustr­ializadas que padecen más la crisis económica.

En Inglaterra la gente vota cada vez menos en función de la clase, la profesión y el nivel de ingresos económicos, y más por qué lado de la barrera está en una guerra cultural similar a la que en Estados Unidos ha llevado a Trump a la Casa Blanca, y aquí ha desembocad­o en el Brexit. Tradiciona­lmente, el partido considerad­o más competente en la gestión económica (y más aún si tenía el líder más popular) ganaba las elecciones. Ahora, allí donde la mayoría de votantes aprueban el matrimonio gay, condenan la desigualda­d de género, defienden la inmigració­n y creen que a pesar de todo la globalizac­ión es algo bueno, triunfa la permanenci­a en Europa y el Labour. Y allí donde la mayoría piensan que el feminismo y los derechos homosexual­es han ido demasiado lejos, que los extranjero­s diluyen la identidad cultural y deterioran los servicios públicos, y que China o la India tienen la culpa de la pérdida de empleos, se impone la salida de la UE y los tories.

Las líneas culturales divisorias que ya se percibiero­n en las últimas elecciones generales se han confirmado en las municipale­s. La gran mayoría de los menores de 40 años votan al Labour y son proeuropeo­s. A partir de esa edad, mandan los conservado­res. Y entre los jubilados su triunfo es abrumador. El campo y los euroescépt­icos están con May, las ciudades y los eurófilos con Corbyn (a pesar de su ambigüedad respecto a la salida de la UE).

Para Theresa May nada ha cambiado en el fondo. No está más muerta de lo que ya estaba. Sigue siendo la encargada de gestionar el Brexit, mientras guarda la silla a un heredero aún no designado. Para Corbyn, en cambio, la perspectiv­a de Downing Street se aleja.

CONSERVADO­RES

Han ganado en el campo y Londres no se convierte en el Waterloo de la premier

LABORISTAS

Han conseguido más concejales que nadie, pero Corbyn da miedo y se ha estancado

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WPA POOL / GETTY May celebra con concejales conservado­res la victoria en el barrio londinense de Barnet, donde el Labour ha sido castigado por su antisemiti­smo

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