La Vanguardia

El niño bueno

- Xavier Mas de Xaxàs

Quién no se ha reído a costa de Kim Jong Un, por su vestuario y su corte de pelo, la cara de niño en un cuerpo que se hincha como un globo y parece a punto de estallar? Es un personaje grotesco, insano, un hombre de 34 años que mandó ejecutar a su tío, a su hermanastr­o y a muchos más para afianzarse en el poder, el líder de Corea del Norte, el país más hermético del mundo, 25 millones de personas atrapadas en una fantasía socialista que mata a la gente de hambre y obliga a los supervivie­ntes a desfilar en masa, siguiendo una coreografí­a que los despoja de toda individual­idad.

Hace apenas tres meses, Kim Jong Un, armado con la bomba atómica y misiles balísticos interconti­nentales, era la mayor amenaza para la seguridad de todos. Donald Trump, número dos en la lista de líderes esperpénti­cos, lo llamaba “hombre bala” y le amenazaba con “fuego y furia”, un holocausto nuclear que no dudaría en desencaden­ar porque su botón, el botón de la bomba atómica, era el más grande.

Hoy, Trump dice que Kim es un hombre honorable y de palabra, y está dispuesto a estrecharl­e la mano a finales de mes o principios de junio en una cumbre difícil de imaginar. El temple y la meticulosi­dad que exige una negociació­n diplomátic­a no parece que estén a su alcance.

La semana pasada, al reunirse con Kim en la zona desmilitar­izada de Panmunjon, Mun Jae In, el presidente de Corea del Sur, quedó sorprendid­o. Kim dominaba el temario, se mostró razonable y actuó con cortesía. Hasta llevó un mago que al anochecer hizo que un dólar se transforma­ra en cien. Todos aplaudiero­n.

También se había llevado sus propios bolígrafos y lápices, y su propio váter. No quería dejar en el sur deposicion­es que luego pudieran ser analizadas para determinar su estado de salud. A pesar de su adicción al tabaco, no encendió ni un cigarrillo para no tener que recoger las colillas. Unos ayudantes frotaban con trapos todo lo que tocaba. No había que dejar ni una huella atrás.

Una cosa es avenirse al teatro diplomátic­o que vimos en Panmunjon y otra muy diferente es fiarse de buenas a primeras del “país hermano” con el que 68 años después Corea del Norte sigue estando técnicamen­te en guerra. Kim puede ser un demonio pero no es tonto.

Lo que no está muy claro es por qué ha cambiado, por qué quiere pasar ahora por un niño bueno, firmar la paz con Seúl y renunciar al arsenal nuclear sin el que no sería nada.

No hay duda de que Kim esconde sus cartas. La entrevista que Trump aceptó sin pestañear legitimará su liderazgo. Puede jugar a la diplomacia porque ya no necesita hacer más pruebas nucleares. Negociar el desarme será largo y complejo. El acuerdo con Irán llevó dos años y la república islámica ni siquiera tenía la bomba.

Kim no tiene prisa. Mientras sonría para las cámaras, Estados Unidos no le atacará, China y Corea del Sur relajarán las sanciones económicas que tanto daño le han hecho, podrá nutrir a su pueblo, su gran prioridad.

Hace siete años, cuando sucedió a su padre, Kim diseñó una política de desarrollo paralelo que llamó byungjin: bomba atómica y progreso económico. El pasado 21 de abril decidió que byungjin había sido un éxito. Corea del Norte ya era una gran potencia nuclear socialista y ahora tocaba concentrar los esfuerzos en crear más riqueza.

No hay duda de que teme tanto la furia de Donald Trump como morir aplastado en una revuelta popular. Él, que se esfuerza por parecerse a su abuelo Kim Il Sung –lo imita hasta en gordura, un gran riesgo dada su probable diabetes– no quiere ser el último de la dinastía que ha gobernado Corea del Norte durante siete décadas.

Al presidente Mun le ha dicho que quiere un país normal, con inversores internacio­nales y que la bomba atómica no la necesita si Estados Unidos se aviene a firmar un tratado de no agresión, a mantener relaciones y ser, incluso, aliados. Sueña con un McDonald’s y una Trump Tower en Pyongyang.

Es posible que Kim haya comprendid­o que no tiene más salida que reformar. Se lo dijo en marzo el presidente chino, Xi Jinping, al que visitó por sorpresa en Pekín. Kim llegó en su tren acorazado, hubo las fotos de rigor y un comunicado que no decía nada pero que daba a entender que Corea del Norte iba a realizar las reformas políticas y económicas necesarias para evitar el colapso.

Kim Jong Un ya no quiere ser un déspota totalitari­o, encerrado en sí mismo, aburrido, sin nadie que lo reciba en los palacios del mundo. Parece que ahora prefiere ser un dictador amable, abierto al capital extranjero, al turismo, los intercambi­os culturales y alguna que otra libertad mientras no sea política o dé alas a la disidencia. Deng Xiaoping podría ser su modelo.

Mientras espera a Trump, Kim deshoja la margarita. Su padre rompió todas las promesas que hizo para firmar la paz y abandonar la bomba: 2000, 2005 y 2007. Él mismo rompió el compromiso del 2012 por el que renunciaba al programa nuclear. Debe pensar que Trump tampoco es un hombre de palabra. Está a punto de tirar por la borda el pacto con Irán.

Es posible que Kim y Mun firmen la paz. A cambio de una compensaci­ón económica, Kim enviará a su “ejército de bellezas femeninas” para celebrarlo.

Mucho más difícil es la bomba. Kim sabe que es gracias a ella que pronto conocerá a Trump. ¿Por qué renunciar a lo que te hace vivir y te da la felicidad?

Pronto veremos a dos egos echándose flores y tonteando con la idea del Nobel de la Paz. Teatro del absurdo para un mundo grotesco pero más seguro.

Kim puede firmar la paz con Seúl, pero ¿por qué renunciar a la bomba que le ha llevado a verse con Trump?

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KOREA SUMMIT PRESS / POOL / EFE Kim, a sus anchas en Panmunjon, cumbre a la que se llevó su propio váter para no dejar deposicion­es atrás
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