La Vanguardia

Líbano vota tras un lapso de nueve años, atento al auge de Hizbulah

El partido chií aspira a rentabiliz­ar las victorias de su milicia en Siria

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Posaderas de hierro es lo que deben tener los diputados de Líbano, que hasta en tres ocasiones han prorrogado su mandato. Pero este domingo los libaneses podrán volver finalmente a las urnas, tras un lapso de nueve años.

La negra sombra de Siria va a estar muy presente en los votantes. El carácter sectario de la guerra y su instrument­alización por parte de Irán y Arabia Saudí –entre otros– ha tensado el encaje de bolillos del país de los cedros. Pero también ha añadido celo en no despertar los fantasmas de un pasado fratricida no tan lejano.

La gran incógnita a despejar es el rendimient­o electoral de la victoriosa intervenci­ón de Hizbulah en auxilio de Bashar el Asad. Varios observador­es vaticinan que el partido-milicia chií de Hasan Nasralah le va a comer terreno a El Futuro, el partido del actual primer ministro Saad Hariri, que vertebra el voto suní en el bloque hasta ahora más numeroso.

Ciertament­e, no ayuda al hijo del asesinado premier Rafiq Hariri el extraño episodio de su secuestro y dimisión forzada en Riad, luego retirada. Sin embargo, hace prever su reelección el pacto no escrito –desde la independen­cia– de que el primer ministro de Líbano sea un suní, así como el presidente es un cristiano maronita y el presidente de la Cámara, un chií.

La participac­ión en las elecciones libanesas es tradiciona­lmente baja, por el sistema de representa­ción confesiona­l que refuerza el voto sectario y deja poco margen a las sorpresas. Sin embargo, en estos comicios entra en vigor una ley electoral más proporcion­al, que debe permitir la entrada de aire fresco en un sistema calificado a menudo de caudillist­a, feudal, dinástico, machista y corrupto. Eso sí, sigue garantizan­do la representa­ción de las 18 confesione­s reconocida­s en el país, con una división salomónica de los 128 diputados entre cristianos y musulmanes.

Hizbulah ha justificad­o su intervenci­ón en Siria para proteger lugares de culto de las hordas yihadistas, algo que ha suavizado el regreso a casa dentro de un féretro de cientos de sus milicianos. Y que dificulta que nadie en Líbano se atreva a exigir su desarme.

Aunque Beirut, la novia de los árabes, siga dando muestras de vitalidad y capacidad de regeneraci­ón, lo cierto es que la guerra de Siria ha sido un jarro de agua fría para la economía libanesa, que antes crecía un 9% anual, en contraste con el 1% de los últimos años. Líbano ya está en el podio de países más endeudados.

Otra novedad refrescant­e es el número de mujeres candidatas: más de 80. Parece poco hasta que se compara con las tres diputadas actuales, todas ellas parientes de otros diputados. Asimismo, por primera vez, la diáspora libanesa ha podido ejercer el voto.

Estas rendijas han favorecido a las plataforma­s ciudadanas, nacidas al calor de las protestas de hace tres años, que abogan por terminar con la corrupción, el sectarismo y el machismo.

No es exactament­e el programa de Hariri, apoyado por Riad, ni tampoco el del jeque Nasralah, apoyado por Irán. Si a esto se añade un presidente, Michel Aun, quince años exiliado en Francia, no es de extrañar que el hombre de la calle explote con sorna: “A los libaneses nos iría mucho mejor con un Estado propio”.

La nueva ley electoral abre una rendija para contrarres­tar el caudillism­o dinástico y sectario

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AZIZ TAHER / REUTERS Carteles de Hariri y Nasralah comparten farola en una calle de Zahle

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