La crisis del Nobel de Literatura
LA Academia Sueca ha decidido aplazar un año la concesión del premio Nobel de Literatura del 2018. Ello no es una buena noticia para el mundo de las letras. Pero los miembros de la hasta ahora prestigiosa institución no han encontrado otra solución más que optar por ganar tiempo ante las discrepancias internas que tienen sobre cómo abordar el escándalo por posibles acosos sexuales y reiteradas filtraciones del nombre de los ganadores del certamen en ediciones anteriores.
La citada decisión, pese a todo, no supone suspender el premio Nobel de Literatura de este año, que acostumbra a concederse a mediados de octubre, sino entregarlo junto con el correspondiente al año 2019. El riesgo de pretender haber actuado este año como si no hubiera pasado nada habría supuesto llevar el descrédito de la propia institución hasta el galardón que concede y, con ello, desmerecer incluso al autor que lo recibiese.
Aunque el secretario permanente en funciones de la Academia Sueca recordó ayer que las decisiones sobre los galardones han sido aplazadas en varias ocasiones durante la historia de los premios, hay que admitir que la institución atraviesa la peor crisis de su historia. La última vez que no se otorgó el premio Nobel de Literatura fue en 1943, en el momento álgido de la Segunda Guerra Mundial.
El fotógrafo y dramaturgo francés Jean-Claude Arnault, muy vinculado al círculo literario de la Academia Sueca y marido de un miembro de la institución, la poeta Katarina Frostenson, está en el centro de las acusaciones de las filtraciones de los ganadores y de haber protagonizado acosos y agresiones sexuales a dieciocho mujeres entre 1996 y el 2017, según denuncias anónimas de las propias afectadas, entre las que se encontrarían académicas, esposas de académicos y hasta sus hijas, en un escándalo que ha sacudido no sólo la Academia sino el conjunto de la sociedad sueca. No fue hasta la explosión del movimiento de denuncia #MeToo contra el acoso sexual, iniciado por las actrices de Hollywood, que las citadas mujeres se atrevierona efectuar sus denuncias. Ello revalida la importancia que este movimiento tiene en todo el mundo y que ahora ha afectado al corazón cultural de Suecia.
La crisis de gobierno de la Academia Sueca, sin embargo, se ha producido por las discrepancias sobre la expulsión de la institución de Katarina Frostenson, la esposa del acosador sexual, tanto por haber roto el compromiso de confidencialidad al revelarle las deliberaciones internas de la institución sobre los posibles galardonados, que él a su vez utilizaba para ganar dinero en casas de apuestas, como por compartir con su marido la gestión de un club cultural que recibía generosas donaciones de la propia Academia. Este embrollo se ha saldado finalmente con la dimisión de seis académicos, incluida Katarina Frostenson, a los que hay que sumar los dos que habían renunciado con anterioridad. Al final, sólo quedaron diez de los dieciocho miembros vitalicios de la Academia, una cifra inferior a los doce que conforman la mayoría establecida en los estatutos para la toma de decisiones.
Cabe esperar que los miembros de la Academia Sueca, en el año que se han dado de plazo, puedan sanar las heridas abiertas en la institución. El propio rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, protector de la Academia, ha propuesto una reforma de estatutos que debería permitir un mejor funcionamiento de esta, reforzar la confidencialidad y recuperar la reputación perdida. Será difícil, pero es algo necesario no sólo por el bien de la Academia Sueca sino también de la literatura universal.