Y tú, ¿qué le dices a tu hijo?
No recuerdo a quién le leí eso de que los legados más importantes que les puedes dejar a tus hijos son dos: uno, las raíces; el otro, las alas. Suelo recurrir a esta idea cuando alguien me pregunta, a propósito de la sentencia de La Manada, que tú que tienes dos hijas en edad de explosión hormonal qué les dices.
Desde luego, no les hago sentir miedo, ni quiero que anden por la calle volviendo constantemente la cabeza.
Tampoco las culpabilizo por si salen de fiesta o por cómo visten.
Porque les da la gana: son libres e iguales a los chicos, que lo tengan claro.
Deben saber que son dueñas de sí mismas, de su cuerpo y de su alma, porque nadie las posee. No son un botín.
El amor, el de verdad, no duele, aunque a veces puede acabar en llanto y crujir de dientes. Amar a la otra persona por encima de todo es lo más. Sin embargo, en una relación hay cosas imperdonables, injustificables e innegociables.
Cariño, hay lobos con piel de cordero. Incluso entre el grupo de tus amigos del instituto. Sí, también hay chavales que tu abuela invitaría un domingo a comer.
Que la solidaridad de género se escribe en gerundio porque se demuestra practicándola, no sólo de boquilla. Hay mucho impostor en los festivales de buenismo.
Que el alcohol nubla el entendimiento y algo más. Así que mucho ojo.
En todos los análisis de la sentencia de ‘La Manada’, hemos pasado por alto algo importante: los hijos varones
Que ni la intimidad ni los juegos de iniciación sexual se graban con el móvil.
No es no, aquí y en Tombuctú. Ante la duda, tío, mejor dejarlo para otro día, o para nunca jamás y que te vaya bonito. Ya nos veremos por ahí.
Que no hay heroínas y sí agresores que te doblan en corpulencia. La vida no va del cuento de Alicia en el País de las Maravillas. El riesgo cero no existe, cosa que no debe condicionar tu día a día.
(...)
Darles alas, ¿para qué? Para que cuando salgan al mundo adulto ya no les acojone nada y todo les preocupe lo justo.
(...)
Una viene observando estos días que se habla mucho de las hijas, “¿y si fuera la tuya?”, pero en los análisis hemos pasado por alto algo importante: los hijos varones.
Ni uno solo, ni uno, de los cinco bestias que montaron la encerrona del portal de Pamplona tuvo un neurona activa, un célula de humanidad o una brizna de sensibilidad para detener la violación.
Resulta que en esta sociedad en la que está tan desnaturalizada la violencia machista y donde los chavales aprenden educación sexual viendo vídeos porno de internet, habrá chicos, jóvenes, hombres que no esperarán a saber si hay un no en vez de esperar a que haya un sí, que no entenderán que el sexo es algo de mutuo acuerdo, que creerán que la violación es un buen plan de fin de semana o que contar a la panda de amigos machotes cómo ella se resistió les convierte en los reyes del mambo.
Hay que resetear el sistema y cambiar el Código Penal. Ya. Pero no basta. Pregúntate qué haces tú y qué le dices a tu hijo.