El gordo: vendido aquí
Una vez le oí decir al editor Daniel Fernández que cuando otorgan el Premio Nobel de Literatura, coincidiendo con la Feria de Frankfurt, le editorial debería colgar un cartel en el puesto, “El gordo: vendido aquí”. En el fondo del fondo, en los sectores culturales el Premio Nobel de Literatura se ha visto siempre como una lotería. Es tan discutible el canon, tan inciertos los criterios para escoger a uno u otro autor, se podría hablar tanto de que la literatura tenga que funcionar como el ranking del ATP... Al margen de los argumentos clásicos: han metido la pata tantas veces, han dejado de lado a escritores indiscutibles, han mezclado en las decisiones argumentos políticos...
Los mensajes simples, cuanto más simples mejor, facilitan las cosas. Un premio bien gordo ahorra tiempo y esfuerzo. A la gente que se pirra por los escritores desastrados mientras son jóvenes (ay, el encanto de la bohemia literaria) compra la postal del mismo autor con un frac de alquiler haciendo reverencias cuando ya está mayor y parece que ha llegado a la cima (en el Premio Cervantes también pasa: que afición a ponerse de frac, ciertos autores que años atrás habíamos admirado porque nos parecían iconoclastas). De no ser por un escándalo extraliterario, en el Premio Nobel de Literatura las cosas hubieran seguido mucho tiempo como si tal cosa. Un año a este, el otro a aquel, tres o cuatro días de chismorreos (sobre todo si el premiado no es escritor), y aquí paz y después gloria. Al margen de los libros vendidos, que siempre interesa. Sobre todo si te toca el gordo.
El accidente del Nobel de este año me hace pensar en dos temas. El primero es el desprestigio de las grandes instituciones que teóricamente han de gobernar el mundo global: de la UEFA a la ONU. Burocráticas, con mangoneos y aprovechados, desconectadas de la realidad, con un bla, bla, bla pretencioso que pocos se tragan. El Premio Nobel de Literatura no escapa a la norma.
El otro tema es el descrédito de los premios literarios. Reza el tópico que los premios que organizan las editoriales están amañados, que están al servicio de la propaganda y que no premian a los mejores sino a libros que ya están contratados y que necesitan de un altavoz cuanto más potente mejor. Que en lugar de los premios a obra inédita debería haber más a obra publicada (como si no existieran de sobra) que estos sí que son limpios y están la mar de bien.
Francamente, tengo mis dudas. Cuando todavía aceptaba formar parte de jurados de premios, hace mucho, había participado en algún jurado del premio de la crítica en el que ninguno de los miembros era crítico en activo. ¿Cómo podía ser aquello el premio de la crítica? Esta semana se han anunciado varios premios a obra publicada en catalán que han consolidado una tendencia de las últimas temporadas: el premio Robin Hood, que más que premiar al que se considera mejor, tiene como objetivo desfacer entuertos y reparar injusticias, llevando la contraria a los más vendidos, a los libreros, al boca-oreja, a la crítica, y a tutti quanti. ¿Es realmente necesario todo esto?