LA VUELTA AL MUNDO
Hay un total de once fotografías de surfistas a gran tamaño. Funcionan casi como oleos.
La mayoría reflejan momentos en las Islas Canarias –refugio de Guillermo Cervera para la descompresión bélica o de lo que sea–, pero también aparecen algunos en Indonesia. Y uno en La Habana de un efecto óptico cautivador.
El navegante, subido en la tabla, parece coger la ola entre dos edificios que se alzan saliendo de mar, en una comunión perfecta entre el urbanismo soviético y la naturaleza.
Como canta Silvio Rodríguez, “la última vez lo vi irse”... Esta vez no había “humo y metralla” como apela el poeta cubano, sino un mar de sonrisas. Guillermo Cervera estaba feliz en las horas previas a la apertura de su exposición de la calle Ludlow, en ese cuarto mes que la meteorología robó a Nueva York.
Al día siguiente del estreno, y los agasajos, se dirigió rumbo a Bahamas, donde le esperaba la primavera y su barco.
Salió navegando de España hace ya un tiempo y la intención de dar la vuelta al globo terráqueo. Ha descubierto algo. “La vuelta al mundo se puede hacer de muchas maneras”, sostiene. Ha decidido romper el círculo, lleno de navegantes enrolados en la escuadra turística del Coronel Tapioca y marcar su propia ruta. Ha sentido la llamada de África, donde le lleva su flow.
¿Su qué?