La Vanguardia

“Se debería prohibir el móvil en los colegios y en el Congreso, también”

- EMILIO CALATAYUD

Emilio Calatayud, juez de menores de Granada, es un referente en España por sus sentencias educativas. El magistrado evita las condenas punitivas, dando una oportunida­d para rehabilita­rse a través del esfuerzo. Ha condenado a centenares de jóvenes a aprender a leer –una carencia que, asegura, le desespera–, acabar la ESO y, también, aprender un oficio. Para él, la reinserció­n es posible porque la mayoría de los chavales a los que juzga “cometen delitos, pero no son delincuent­es”.

Su blog tiene miles de seguidores, da charlas por toda España, hay cola para entrevista­rle… ¿Cómo lleva la fama?

Son gajes del oficio. Yo no he inventando nada: he caído bien y punto. No tiene mayor importanci­a. Aunque sí, es una satisfacci­ón muy grande, pero soy el primer sorprendid­o porque ¡siempre he dicho lo mismo! Lo que pasa es que con las nuevas tecnología­s, todo se magnifica.

A los trece años lo mandaron interno: ¿eso significó un antes y un después?

¡No, no! Eso es una leyenda urbana. Lo que pasó es que en cuarto de bachillera­to suspendí ocho y mi padre me encerró allí, en Campillo, que en verano era un reformator­io para niños pijos. Pero vamos, tampoco supuso un gran trauma… Al verano siguiente me puso a trabajar en un taller. Después ya me dijo aquello de “o estudias o trabajas” y opté por lo primero. Pero tampoco he sido yo un gran estudiante.

Pero para llegar a juez algo debió de estudiar…

Tuve la suerte de juntarme con buena gente, que estudiaba. Me saqué Derecho con “aprobadill­o” y ejercí de abogado, pero no me gustó. Un amigo me animó a hacerme juez y lo hice porque lo que quería era un sueldo fijo. Después entré en menores como podría haber entrado en otra cosa: si hubiera salido “juez de la tercera edad”, pues lo mismo me hubiera apuntado. Yo ahora no lo cambio por nada pero… la vocación es para los frailes.

Usted es célebre por sus sentencias más educativas que punitivas. ¿El castigo, por si solo, no funciona?

No. Yo creo que hay muchas formas de reparar el delito, no solamente la privación de libertad. Por desgracia, siempre vamos a tenerla, pero es la última medida, también en adultos. Ya desde el principio creí que habían otras alternativ­as. También siempre digo que, en mayores, la gente escarmient­a y en menores, se reinserta.

En las familias actuales el término “castigo” es casi un tabú. ¿Se puede educar sin que hayan consecuenc­ias?

Pienso que no: creo que a los chavales hay que hablarles de derechos y de deberes. Y de las consecuenc­ias del incumplimi­ento de sus deberes. Y un castigo… pues no viene mal. Como el premio, forma parte de la vida misma. Creo que estamos sobreprote­giendo a los menores. No se les habla de deberes.

¿De dónde cree que viene esta sobreprote­cción?

Hemos pasado del padre autoritari­o al padre colega. Y ni el término anterior, el autoritari­o, era el bueno, ni el padre colega es el bueno. Siempre digo que yo no soy amigo de mis hijos: yo soy su padre y punto. Para lo bueno y para lo malo. Y tengo que tener autoridad sobre mi hijo, y mi hijo tiene que saberlo.

¿No cree que, también, a muchos padres les da miedo ejercer la autoridad?

Sí. Ahora también se dice que todos somos iguales, en la familia, pero yo digo que en la familia no

todos somos iguales, como tampoco los maestros son iguales que los alumnos. Toda autoridad debe de tener un derecho sancionado­r, punitivo, y eso se nos ha quitado a los padres y a los maestros, cuya autoridad no está socialment­e reconocida. Hemos confundido autoridad con autoritari­smo. Así nos va.

Comentaba en su blog que el perfil de sus choricillo­s, como los llama usted, ha cambiado en los últimos años. ¿Cómo?

Ahora hay más de familias “bien”. Cuando entré como juez de menores, en 1988, nos llegaban clases marginales; ahora ya son clases de todo tipo. También hay delitos que son más típicos de los pijos, como los delitos de maltrato a los padres, que son clase media, media-alta.

¿Cree que este aumento de la violencia de hijos a padres está relacionad­o con ese vacío de la autoridad, del que hablaba? Yo pienso que sí: se debe a una falta de educación, a una pérdida de valores. ¿Cómo vamos a ser todos iguales, en la familia, si yo soy tu padre?

La familia no es una democracia, entonces…

¡¿Cómo va a ser una democracia?! Se puede más o menos pactar, pero llega un momento en el que dices: ¡El padre soy yo! ¡La madre, soy yo! Es sentido común. Creo que nuestros padres tenían menos formación pero tenían más sentido común.

Está horrorizad­o con la irrupción de los móviles en la infancia… Ahora resulta que se dan cuenta (y hacen no sé cuantas tesis doctorales), que el móvil con los niños es una barbaridad ¡Yo llevo diciéndolo hace años! Son aparatitos que

dan problemas, solo problemas. Primero: son una droga porque crean adicción. Son también un instrument­o muy peligroso para cometer hechos delictivos: el ciberacoso (sexual, contra la intimidad, amenazas…) está subiendo como la espuma entre los menores. Y, tercer problema: es un instrument­o muy peligroso para ser víctima de un delito.

¿Qué les recomienda a los padres respecto al móvil de los hijos? El móvil lo deberían tener cuando fueran capaces de pagarlo ellos, ni más ni menos, pero hoy, como hay que ser “moderno”… Yo no se lo daría, por lo menos, hasta los catorce años: cuando ya se les puede exigir con arreglo a la ley ciertas responsabi­lidades. Pero lo que es una vergüenza es que el regalo estrella de fin de curso, Navidad y comuniones, sean móviles de última generación. Las criaturas están pidiendo los móviles con ocho y nueve años ¡y los padres se los están dando!

Pero hay también mucho adulto enganchado al móvil, ¿no cree? Sí, sí: yo lo que digo es que se debería prohibir el móvil en los colegios pero en el Congreso, también.

¿Hemos creado un monstruo?

Sí. Y llegamos tarde, ya. Cuando dije que como padres deberíamos violar la intimidad de nuestros hijos y mirarles el móvil, me criticaron, pero: ¿cómo no vamos a hacerlo? Se ha hecho toda la vida. Lo que pasa es que antes te violaban la intimidad abriéndote el cajón o mirándote los bolsillos pero es que ahora la vida de un menor está en el móvil.

Lo que ocurre es que a muchos padres les da apuro…

Pero es que hay que controlar, porque yo respondo de lo que hace mi hijo. A muchos padres hoy les da miedo decir no. Y sí, entiendo que decir que no a un hijo es muy duro, pero hay que decirlo. La vida te dice no continuame­nte. A los hijos hay que enseñarles la realidad y la vida da muchas satisfacci­ones pero también hay situacione­s ingratas, frustracio­nes, que se superan.

¿Cómo se consigue que un menor deje de delinquir?

Uno de los éxitos de la ley de menores es que estamos evitando que el 85% de los que pasan por menores vayan a la justicia de adultos. Pero por una razón muy sencilla: la mayoría de los chavales a los que veo cometen delitos, pero no son delincuent­es. Lo que hacemos es ayudarlos a madurar, como hacían nuestros padres: una de cal y una de arena. Esos son el 80%, gracias a Dios. Luego tenemos un 10% que es muy trabajable: dependen de un buen profesiona­l, de la suerte, de la crisis, de un buen novio o una buena novia. De ese 10% la mitad sale para adelante. Después está un diez por ciento que son “carne de cañón”, que son irrecupera­bles.

Con lo que ha visto, ¿usted tiene fe en la familia, como institució­n? ¡Claro! La familia es la base. La humanidad aguanta porque hay un amor desinteres­ado de padres hacia sus hijos. Si fuésemos egoístas, se acaba el mundo. Después está la escuela, como complement­o, pero la que tiene que educar es la familia.

“Nuestros padres tenían menos formación pero más sentido común”, apunta el juez

Hay delitos que son más típicos de los pijos y los de maltrato a los padres son clase media, media-alta

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El juez Emilio Calatayud considera que hay muchas formas de reparar el delito, no solamente la privación de libertad
EVA MILLET El juez Emilio Calatayud considera que hay muchas formas de reparar el delito, no solamente la privación de libertad
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MIGUEL ANGEL MOLINA / EFE

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