La Vanguardia

EUSKADI BORRA LA SOMBRA DE ETA

EL FIN DEL TERRORISMO HA PROPICIADO UN RÁPIDO CAMBIO EN LA SOCIEDAD VASCA

- JOKIN LECUMBERRI

La gente, en vez de andar sobre el suelo, levitará a 20 centímetro­s sobre él por el peso que nos quitaremos de encima”. La frase del escritor vasco Bernardo Atxaga era su definición de la paz. Pronunciad­a en 2003 en el documental La pelota vasca, la piel contra la piedra,

todavía faltaba tiempo para que ésta llegara. Ocho largos años hasta aquel 20 de octubre del 2011. El cese de la violencia ha provocado un cambio social, político y económico impensable en Euskadi hace sólo una década. La sociedad se ha desprendid­o con rapidez de un corsé que constreñía cada movimiento por leve que fuese. Sin la amenaza de ETA, ha pasado página con decisión, como quien borra un mal sueño por la mañana.

“Se ha avanzado muy rápido –explica Paul Ríos, impulsor de la Conferenci­a de Aiete que precedió al anuncio del cese de la banda–, ahora parece que ni nos acordemos de que, hace sólo siete años, la amenaza estaba muy extendida: mucha gente iba con escolta por la calle y se extorsiona­ba a empresario­s”. A pesar del celebrado anuncio esta semana de la disolución, el punto de inflexión en Euskadi fue 2011. La losa de la violencia desapareci­ó, arrastrand­o consigo el estado de tensión y miedo. “A partir de ese momento éramos consciente­s de que se había acabado”, indica Mario Zubiaga, politólogo de la Universida­d del País Vasco (UPV).

Los datos son claros. En el 2002, el terrorismo era la principal preocupaci­ón para el 29% de los vascos, un porcentaje que, con la tregua del 2006, que parecía la última, descendió hasta el 7%. Sin embargo, tras sólo nueve meses de negociació­n –entre marzo y diciembre– , la sombra de la lucha armada volvió a instalarse en la sociedad vasca con el atentado del 30 de diciembre en el parking de la T4 de Barajas, en el que falleciero­n dos personas. Las conversaci­ones quedaban una vez más en nada y en junio de 2007 se rompía formalment­e la tregua.

Dos años de actividad más y nueve asesinatos colocaron de nuevo la violencia como la principal preocupaci­ón de los vascos –20%–, una percepción que regresaba a porEse centajes de otras épocas. Sin embargo, la debilidad progresiva de la banda, la ruptura de Herri Batasuna con la lucha armada y su ilegalizac­ión, quedando fuera por primera vez del Parlamento de Vitoria, rebajaron una tensión social que ya nunca más alcanzaría las dos cifras en las estadístic­as.

mismo 2009, la preocupaci­ón por el terrorismo descendió hasta el 9%, superado ya totalmente por la incipiente crisis económica y el paro –principal tema para el 50% de los vascos–. A partir de ese momento, y más con el alto el fuego de 2010 y el cese de 2011, el terrorismo retrocedió a niveles de preotodaví­a cupación mínimos, entre el 1 y el 2%. En el 2012 rozaba el 0%, donde se ha mantenido hasta ahora.

“Desde entonces hay una liberación”, subraya Maite Pagazaurtu­ndúa, hermana de Joseba Pagaza, jefe de la Policía Local de Andoain asesinado en el 2003. “Hemos recobrado la tranquilid­ad y, aunque cuesta hablar de todo, ya no hay chivatos ni propaganda a los niños… era muy incómodo y pesaba mucho”, indica. Las estadístic­as reflejan esa ruptura del silencio, un muro social antes muy grueso.

Según el Euskobaróm­etro, en 2009, sólo el 35% de los vascos sentían libertad para hablar de política “con todo el mundo”, cifra que en 2016 alcanzaba el 60%. De nuevo 2011 es el giro. Al año siguiente, el dato aumentó en diez puntos porcentual­es. “La sociedad se quitó un lastre terrible y comenzó a caminar con normalidad, todo lo relativo a la violencia de ETA ha envejecido en siete años como si hubiesen pa- sado veinticinc­o”, resalta Jonan Fernández, secretario de Paz y Convivenci­a del Gobierno vasco.

El cambio se percibe en todos los ámbitos. Cuando ETA comete su último atentado mortal, asesinando en marzo del 2010 al gendarme francés Serge Nerin, el ‘miedo a participar en política’ era ‘ninguno’ para sólo el 12% de los vascos. Ahora es la respuesta más elegida –42%–. Otra forma de presión social, la kale borroka, pierde fuelle desde entonces: en el 2008, el 35% opinaba que la violencia callejera iba a peor; sólo tres años después, la gran mayoría –81%– considerab­an que el problema estaba ya encauzado. La violencia física –ETA asesinó a 853 personas y provocó miles de heridos– fue la expresión más evidente del terrorismo, pero el impacto social, el de los silencios, el de apartar la mirada o denegar el saludo en función de la cabecera del periódico que se llevaba bajo el brazo constituyó otro tipo de consecuenc­ia, una que, en mayor o menor medida, padeció toda la sociedad. La brecha, aunque sin acabar de cerrar, cicatriza a gran velocidad. El Buzón de Joseba es una muestra de ello.

En el 2015, la familia de Joseba

Pagaza instaló un buzón en un árbol de Andoain (Gipuzkoa), a escasos metros del monumento que el escultor Agustín Ibarrola dedicó en su honor. Aunque con dudas ante las reacciones, la familia quería que la pequeña caja blanca sirviera como receptácul­o para las reflexione­s de los vecinos sobre el terrorismo. Si las hubiera. Al ser anónimo, quizás algunos se lanzaran a expresar lo que sintieron con respecto a la violencia.

La iniciativa, aún en marcha, fue un éxito. “Yo también miré para otro lado, lo siento y me avergüenzo”, se lee en una carta. Otra incide en el miedo social y una tensión política que llegaba hasta el salón de casa. Tras el asesinato de Pagaza, el firmante cuenta que su mujer, chilena, le propuso colocar un cartel

El cese de la violencia de ETA en el 2011 marcó el punto de inflexión para una sociedad que se ha sacudido la sombra del terrorismo y mira con optimismo al futuro

contra la violencia en el balcón. “Le expliqué pacienteme­nte que no sólo no serviría de nada, sino que encima era peligroso; nunca me he sentido tan miserablem­ente cobarde como en esos días”, dice.

Maite, la hermana de Pagaza, destaca que, conforme ha ido pasado el tiempo, las misivas son “más interesant­es y profundas”. Ahondan más en la experienci­a personal del terrorismo. Una refleja cómo, mediante excusas cotidianas, un vecino evitó durante años acompañar a sus padres en las manifestac­iones contra ETA: “He sentido vergüenza por el silencio claudicant­e bajo el temor al terror, no tan lejano en el tiempo y aún hoy con secuelas. Me cuesta escribir mi nombre y apellidos pero me puede la vergüenza”. “La gente –destaca Pagazaurtu­ndúa– antes pasaba de ti o te evitaba, eso se ha tranquiliz­ado y ya no les da miedo interactua­r contigo, hay gente anónima que hasta nos ha dado abrazos”.

Así como a nivel social el cambio ha sido muy rápido, en política está costando más. La colaboraci­ón entre partidos previa a Aiete quedó en suspenso tras el cese. “Con el fin de la violencia –indica Ríos– pasó como cuando agitas una botella de champán y sale la espuma: en este caso no expulsó felicidad sino desconfian­za y agravios a borbotones”. “Ahora –continúa– hay esfuerzos por llegar a acuerdos, la tensión es incomparab­le”. “En política –tercia Fernández– está costando más porque las heridas eran todavía más terribles”.

El cese de ETA afectó a todos los ámbitos y, por supuesto, al económico también. Entre 10.000 y 15.000 empresario­s, directivos y comerciant­es sufrieron la extorsión de la banda y los secuestros y atracos fueron habituales. Según el ambicioso estudio La bolsa y la vida sobre el impacto económico de la banda, el porcentaje de PIB per cápita perdido por los vascos como consecuenc­ia de la violencia es del 10%. “Afectó a la inversión extran- jera, la caída del turismo, la pérdida de vocaciones empresaria­les, la deslocaliz­ación de empresas, la fuga del empresaria­do e incrementó la dificultad para captar talento de fuera”, destaca Josu Ugarte, coordinado­r del trabajo.

Confebask, la patronal vasca, no puede fijar en cifras exactas el que ha supuesto, pero reconoce una mejora obvia en todas las actividade­s económicas. “La sociedad vasca todavía tiene que reconocer esa valentía de los empresario­s que, aun habiendo sufrido el acoso de ETA y su entorno, sus amenazas y chantajes, decidieron resistir”, leyeron en el acto del paDonde sado 20 de octubre por la memoria del empresaria­do vasco. El departamen­to de Economía admite por su parte el auge relacionad­o con el cese de la banda aunque lo considera muy difícil de cuantifica­r, más aún cuando el final de la violencia coincidió con el brutal mazazo de la crisis.

sí queda muy clara su impronta es en el turismo, que ha experiment­ado un aumento espectacul­ar. En el 2006, 2,3 millones de personas visitaron Euskadi, una cifra que descendió con la ruptura de la tregua de ese año. A partir del alto el fuego de 2010 y el cese de la violencia del 2011, el ascenso de tunes ristas es meteórico en un territorio tradiciona­lmente volcado en la industria y que, anteriorme­nte, desconfiab­a del sector servicios. Buena parte del turismo, de hecho, era de habitantes del propio País Vasco. Ese escenario nada tiene que ver con el actual.

El pasado año más de 3,6 millocambi­o de personas entraron en Euskadi atraídas por su oferta cultural, gastronómi­ca y paisajísti­ca. San Sebastián, la ciudad más golpeada por la violencia de ETA con 94 asesinatos, vive un boom turístico sin precedente­s y las pernoctaci­ones se han multiplica­do exponencia­lmente: de 700.000 en el 2006 a 1,3 millones en el 2017. “El fin del terrorismo –explica Alfredo Retortillo, consejero de Turismo– trajo un nuevo aire fresco a nuestras calles y nuevas oportunida­des, también en un turismo que encuentra en Euskadi un país moderno y con una variedad de recursos que ofrecer”.

El relato del pasado violento es el gran reto al que se enfrenta la sociedad vasca, la garantía de que algo así no se vuelva a repetir. La celeridad en el paso de página de una sociedad con ganas de sacudirse de una vez la violencia tiene sin embargo una doble lectura. “Una –indica Fernández– es muy positiva: que se mira al futuro y se quiere avanzar; la otra es preventiva: que eso no signifique olvidar el pasado sin analizarlo y hacer una lectura crítica de él”.

Se da una paradoja. Los cuarenta y tres años de violencia de ETA han marcado las vidas de buena parte de la sociedad vasca pero, sin embargo, a sus universita­rios y mayoría de jóvenes es un tema que les resulta casi ajeno. Cuando el anuncio del cese eran menores de edad y muchos ni siquiera tienen el recuerdo de la actividad de la banda. Son más libres pero también está el riesgo de que el tema caiga en el olvido. “Los mayores –indica Iker Usón, profesor de la Universida­d de Deusto– todavía marcamos unas fronteras ideológica­s que ellos por lo general no tienen”.

Hace dos años, Usón coordinó junto a otro grupo de docentes el Proyecto Ahotsak (Voces), una experienci­a piloto para introducir el tema del terrorismo en las aulas. La iniciativa fue muy positiva y, a pesar de que quedó patente la necesidad de mejorar en conocimien­tos sobre lo ocurrido, destacó sobre ella la clara desvincula­ción de los jóvenes de la violencia con fines políticos así como su empatía con las víctimas.

La conclusión a la que llegaron fue incuestion­able: “La vida tiene mucho valor, más que cualquier país o bandera”.

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VINCENT WEST / REUTERS
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GUILLAUME SOULARUE/ONLYWORLD.NET / AFP
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