Desafinado

LO peor que podría pasarle a la sociedad catalana es que empezara a tener interiormente una sensación de fracaso colectivo, independientemente de sus distintas posiciones políticas. Pero después de seis meses de haber votado un nuevo Parlament, estamos como el primer día o casi. La cumbre berlinesa de Carles Puigdemont con sus diputados ha aportado pocas novedades. Xavier Domènech, presidente del grupo parlamentario de Catalunya en Comú Podem, se quejaba con razón en la sesión del viernes que “Puigdemont o lo que diga Puigdemont tiene poco que ver con la soberanía del pueblo de Catalunya”, cuando además no tiene un sistema presidencialista. Pero no conseguimos avanzar. En quince días o hay un candidato viable o volvemos a elecciones. “El hombre es un puente y no una meta”, escribió Nietzsche en Así habló Zaratustra, pero los catalanes últimamente le leemos poco.

Acaba de publicarse un libro titulado Las virtudes del fracaso, de Charles Pépin (Ariel), que ha sido un best seller en Francia y que intenta huir del pesimismo actual, recordando que el fracaso está en la base de casi todos los grandes éxitos. Sin embargo, Pépin advierte que hay fracasos que fortalecen la voluntad y otros que permiten su relajación, así como hay fracasos que nos procuran la fuerza para perseverar en la misma vía y los que nos dan impulso para cambiarla. Dicho en otras palabras: el fracaso no nos libra de insistir en el error si hacemos una mala lectura de nuestros actos.

Una de las pistas que da el autor nos conduce a Miles Davis, el intérprete de jazz que decía: “Cuando pulsas una nota, sólo la siguiente te permitirá decir si era justa o si desafinaba”. Ciertamente el músico –y posiblemente el político– tiene la libertad de producir una acertada disonancia. Pero hay que ser un genio para que una nota o una decisión desafinada mejore la partitura. Hasta ahora, no es el caso de Puigdemont. Habrá que ver la nota siguiente.