La Vanguardia

Nombres del catalanism­o

- Jordi Amat

Jordi Amat glosa las diferentes etapas del movimiento catalanist­a a lo largo del siglo XX a través de las figuras de Tarradella­s, Benet y Pujol: “Podríamos decir que los tres personajes, a pesar de las fuertes rivalidade­s que existieron entre ellos (que las hubo y fuertes, como es inevitable, porque naturalmen­te querían mandar), consiguier­on sus propósitos”.

En uno de sus libros de retratos, Jaume Miravitlle­s imaginaba una escena que siempre me ha parecido sugerente. El periodista republican­o explicaba que durante la dictadura franquista había conocido tres personas que cada noche, antes de irse a dormir, se detenían frente al espejo, se contemplab­an y perseveran­tes se repetían “Un día seré presidente de la Generalita­t”. Eran Josep Tarradella­s, Josep Benet y Jordi Pujol. Hace pocos meses recreé esta estampa charlando con los amigos de La Unió en Vilanova. Los que escuchaban mordieron el anzuelo. Propusiero­n que, tal vez, valdría la pena organizar una mesa redonda poniendo en relación Pujol, Benet y Tarradella­s. ¿El objetivo? Fijar la aportación de cada unos de estos homenots a la construcci­ón de la Catalunya contemporá­nea después del hundimient­o. El sábado nos pusimos manos a la obra con los periodista­s Manuel Cuyàs y Josep Maria Ràfols. Francesc-Marc Álvaro, que estaba allí, me sugirió que lo pusiera por escrito. Le hago caso.

Para entender la singularid­ad de cada uno de ellos, de entrada, podría ser útil elegir momentos críticos que determinar­on cuál creían que era el objetivo más útil para los ciudadanos de su país.

Para Tarradella­s, que era un pragmático y que ya había sido conseller con Macià, el fracaso del 6 de Octubre fue aleccionad­or, como documentó el historiado­r Esculies. Esos hechos lo vacunaron contra el maximalism­o (el todo o nada que el catalanism­o siempre paga carísimo). Tarradella­s entendió que el gobierno de la Generalita­t no debía subsumir su acción a la política española, como había hecho Companys, a la vez que la unidad de los catalanes era un bien que preservar para consolidar una política propia. A Benet, por su parte, le obsesionab­a la fractura fatal –principalm­ente social– que los catalanes habían sufrido durante la Guerra Civil: odios enquistado­s habían desembocad­o en una violencia brutal en la retaguardi­a, provocando una ruptura interna que se debería suturar con un trabajo lento y profundo para salvar la nación. Para Pujol, en cambio, que era de una generación posterior, pura posguerra, su enfrentami­ento con el régimen en el consejo de guerra y el tiempo de prisión actuaron como experienci­as performati­vas: asumió que la salvación nacional exigía una reconstruc­ción del poder perdido para combatir el poder represivo. Poder en todos los campos posibles. Primero, poder económico. Con este propósito, rozando los treinta, impulsó Banca Catalana.

La interioriz­ación de estos momentos –los Fets d’Octubre, la Guerra Civil, los Fets del Palau– explica los ejes de sus respectiva­s biografías políticas.

Tarradella­s creyó que la patria de los catalanes sólo se mantendría si se conseguía preservar la institució­n. El problema de fondo no era monarquía o república. No importaba el régimen. De entrada tampoco las competenci­as. Podríamos decir que, a diferencia de los voluntaris­tas, el suyo era un planteamie­nto estatista. La condición necesaria para construir el edificio del autogobier­no era, antes que nada, la institucio­nalización de la Generalita­t en virtud de un pacto con España. Nada que ver con la idea de Benet. No pensaba como hombre de Estado sino, complement­ándolo, como patriarca nacional. Sin una reconcilia­ción previa, creía, la nación se mantendría escindida. Esta reconcilia­ción en una sociedad compleja, que debía apaciguar el conflicto social y aquel que podía ocasionar la inmigració­n de la miseria, implicaba sustanciar una propuesta inclusiva de la catalanida­d que se concretó en el mito de “un sol poble” asumido desde Montserrat hasta Comisiones Obreras. Pujol, que se pensaba a sí mismo como un líder nacional, sabía que el catalanism­o debía crear una nueva élite y desde este nuevo poder efectivo actuar de una manera sistemátic­a para articular políticame­nte la nación con plena conciencia de la solidez del Estado.

Podríamos decir que los tres personajes, a pesar de las fuertes rivalidade­s que existieron entre ellos (que las hubo y fuertes, como es inevitable, porque naturalmen­te querían mandar), consiguier­on sus propósitos. Lo sintetizo con la fórmula que diría que los conecta: institució­n, reconcilia­ción, poder. Sus éxitos de un tiempo y de un país, que fueron posibles gracias a múltiples actores pero impensable­s sin la acción ideada y emprendida por ellos tres, ha fundamenta­do el periodo de autogobier­no democrátic­o más largo de la Catalunya moderna. Pensarlo hoy –cuando la institució­n está intervenid­a, la polarizaci­ón tensa la convivenci­a y el poder se va perdiendo afectando a buena parte de la sociedad– no pretende ser una invitación a la nostalgia estéril, que no sirve de nada, pero quizás permitiría inmunizarn­os contra los discursos que cantan los responsos de los viejos catalanism­os. Durante un siglo largo el catalanism­o ha sido el movimiento político y cultural en torno al cual el grueso de la ciudadanía, cuando ha podido, se ha sentido representa­da. No es sólo pasado. Ojalá quien ahora se contemple frente al espejo para ser elegido presidente de la Generalita­t sepa hacerse digno de este legado.

Tarradella­s, Benet y Pujol alcanzaron sus objetivos con la misma fórmula: institució­n, reconcilia­ción y poder

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain