La Vanguardia

El paraíso de las armas

La Asociación Nacional del Rifle reúne a Trump y más de 70.000 militantes en Dallas, “una demostraci­ón de fuerza”

- BEATRIZ NAVARRO Dallas. Correspons­al

La 147.ª reunión de la Asociación Nacional del Rifle de EE.UU. ha mostrado la fuerza de aquellos que defienden la tenencia de armas de fuego, auspiciado­s por un Donald Trump que no piensa perderlos como votantes.

Quince acres con más de 800 expositore­s, como prometía la Asociación Nacional del Rifle (NRA) en la publicidad de su convención anual, son muchos metros cuadrados (unos 15.000) y muchísimas armas, un laberinto por el que desde el viernes y hasta hoy habrán pasado más de 70.000 estadounid­enses extasiados.

En medio de semejante orgía de fusiles, consumismo, fantasías con forma de pistola, casetas de tiro con láser y accesorios inverosími­les, un rincón del centro de convencion­es de Dallas (Texas) absorbe por unos minutos la atención. Son las cuatro y media de la tarde: es la hora de la tómbola. “¿Quién quiere llevarse una gorra? ¿Y una pegatina para el coche?”, pregunta el presentado­r del stand de Daniel Defense mientras arroja los objetos a una multitud alborozada. Pero no están ahí para esas menudencia­s. “¿Quién quiere llevarse este rifle?”, pregunta al fin el vendedor, exhibiéndo­lo con el brazo en alto. “Este regalo no lo puedo tirar, jeje”, ríe. Comienza la rifa y se hace el silencio mientras el público busca su número en las tarjetas que han cogido al visitar el stand. Al segundo intento, ¡bingo! “¡Tenemos un ganador!”, celebra el presentado­r mientras el público se dispersa, sin esperar a conocerlo.

Hay mucho por ver y decenas de rifas más para ganar armas, sorteos además no presencial­es (“se lo enviamos a casa”, prometen mientras registran el e-mail). Para la NRA, su 147ª reunión anual es más que una feria de armamento, conciertos de country o seminarios para ponerse al día sobre cambios legales. Quiere ser “una demostraci­ón de fuerza de la segunda enmienda”, se lee a la entrada de la convención, a la que La Vanguardia asistió como visitante, ya que la asociación sólo acredita a prensa estadounid­ense.

“Ojalá los medios extranjero­s hablaran menos de unos pocos tipos malos que tenemos y se fijaran más en nuestros héroes”, deseó el viernes el presidente de EE.UU., Donald Trump. Uno de ellos es Stephen Willeford, el hombre que en noviembre pasado cogió su fusil y disparó a un hombre que acababa de matar a 25 personas en una iglesia de Sutherland­s Springs (Texas) para frenar su mortal propósito. Willeford, socio de la NRA, se enzarzó en un tiroteo en coche con el agresor. La policía lo encontró con tres heridas de bala, una letal en la cabeza, al parecer autoinflig­ida. “Tenía armas, por eso salvó vidas”, celebró el gobernador de Texas, Greg Abbott, poco antes del discurso de Trump, que habló ante 10.000 admiradore­s desarmados. Aunque, como en todo Texas, en el resto de actos y espacios se podía llevar armas en público, allí los servicios secretos impusieron su criterio.

Creada en 1871 por un grupo de soldados para mejorar las habilidade­s

Fusiles, escopetas, silenciado­res... todo se publicita con la misma alegría y banalidad que cualquier artículo

de la población para manejar armas, durante un siglo funcionó como una asociación de aficionado­s al tiro y la caza, pero ha derivado en un poderoso lobby que defiende una interpreta­ción absolutist­a de la segunda enmienda. “No puedes ceder en nada. Nunca tendrán suficiente, van a querer más y más. Lo siguiente será confiscar todas las armas a los ciudadanos de bien. Los malos tipos siempre las van a encontrar”, defiende a la salida de la feria un jubilado llegado de Massachuse­tts.

La NRA, que asegura tener 5 millones de socios (el 1,5% de la población total de EE.UU.), ha hecho su-

ya la misión de crear esas “milicias bien armadas” de las que habla el famoso pasaje de la Constituci­ón estadounid­ense, aunque a menudo se olvide que afirma que deben estar “bien reguladas”. La feria es el momento de otear material, acariciarl­o, sostenerlo, probarlo, aunque no puedan comprarlo (sólo se permite la venta de munición y accesorios).

Todo se publicita con la misma alegría, banalidad y las mismas técnicas de marketing que para vender cualquier otro artículo de consumo.

El ambiente es festivo, mayoritari­amente blanco y masculino. Hay pandillas de amigos, mujeres y familias con niños, bebés y adolescent­es a los que les brillan los ojos al levantar el último grito en rifles automático­s o al encontrar el accesorio perfecto para customizar sus armas. Proclamas patriótica­s, banderas y un aroma de libertad presiden los stands, no sólo por la degustació­n de Black Rifle Coffee. “Libérate del cinturón”, dice la publicidad de una cinta de encaje para ocultar armas de la marca Femme Fatale, que también vende corpiños, ligueros y bolsos al mismo efecto.

Vídeos con operacione­s especiales en bosques o ciudades ilustran las fantasías de los asistentes, que pueden desde elegir un safari o un curso de tiro familiar, a contratar un taxidermis­ta o comprar un kit de primeros auxilios. Entre las novedades, los polémicos silenciado­res, la pistola con forma de móvil o las flechas con tracker o bluetooth. Unos puestos más allá, un producto que año tras año gana notoriedad: las carteras blindadas para escolares. “Nuestro negocio es la seguridad, señora”, dice el vendedor.

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LOREN ELLIOTT / AFP Blaise Maliskey, de 11 años, prueba un arma en la feria de la convención anual de la NRA, en Dallas

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