La Vanguardia

Franca reflexiona el cin-cuntenario de la revueltra de Mayo del 68.

Medio siglo después, Francia reinterpre­ta Mayo del 68 a la luz de nuevos datos y de su influencia en el presente

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Primero de mayo en la plaza de la Bastilla. Son las 2.30 de la tarde. Luce el sol y la manifestac­ión discurre pacífica, multicolor y festiva. El sindicato ferroviari­o es el más ruidoso. Una carroza con inmigrante­s tamiles pide la libertad de sus prisionero­s en Sri Lanka. Una madura activista porta una pancarta que acusa a Macron de descuidar los derechos de los animales. Dos horas después, más de un millar de anarquista­s encapuchad­os, los black blocs, reventarán la marcha, destrozará­n un McDonald’s y un concesiona­rio Renault, prenderán fuego a vehículos y lanzarán cócteles molotov contra la policía. ¿Retorna Mayo del 68? Un sondeo informal de este diario da resultados desiguales. Todos coinciden en que las condicione­s son muy distintas porque hace medio siglo no había casi desempleo y reinaba una sensación de prosperida­d. “Francia se aburre”, escribió Le Monde en un editorial tan miope que pasó a la historia.

“La gente no se rebeló para lograr avances económicos –opina Gilbert, de 78 años, exabogado de militantes maoístas–. Había necesidad de una revuelta política. En sus mentes tenían la comuna de París (la breve insurrecci­ón de 1871), la resistenci­a antifascis­ta, la oposición a las guerras de Argelia y Vietnam. Es imposible saber si los hechos volverán a desencaden­arse, o cuándo”.

“Ahora hay también un hartazgo de mucha gente ante los ataques contra grupos diversos como los ferroviari­os, los estudiante­s, la función pública, los inmigrante­s, los zadistes (ocupantes de los terrenos destinados a un aeropuerto cerca de Nantes)”, sostiene Judith, una funcionari­a de mediana edad. “No será como Mayo del 68 pero puede terminar en algo, quizás”, agrega. –¿Qué piensa de Macron? –Es una catástrofe. La peor derecha imaginable desde hace muchos años, aunque con un lenguaje que quiere hacernos creer que es humanista. Después de Sarkozy, la política se ha convertido en marketing. Cuando hacen reformas, por malas que sean, su argumento es que la población no las entiende, que hay que explicarla­s. Pero la gente las entiende perfectame­nte. Todas las reformas van hacia la reducción de los derechos, bajo el pretexto del paro, de la seguridad.

–¿Hay ahora, pues, más motivos todavía para una revuelta?

–Sí, ciertament­e, aunque el estado del espíritu no es el mismo. Ahora hay paro y antes no. Ahora los jóvenes tienen miedo. Se ha instalado el individual­ismo, la sociedad de consumo. Todo eso hace que la gente no reflexione. Pero puede cambiar. A veces cambia muy rápido.

“Macron es, para mí, sencillame­nte un impostor”, sentencia la socióloga Christine Fauré, autora de Mai 68, jour et nuit. Está en la Bastilla para hacerlo constar. Hace medio siglo fue muy activa en la contestaci­ón. Estudiaba en Toulouse. Según Fauré, la verdadera bomba será la reforma de las pensiones. “La gente aún no se da cuenta de lo que se les vendrá encima –añade–. Se sentirán engañados”.

También pesimista se expresa Olivier, un cincuentón que no desvela su profesión (“¡No soy policía, eh!”) y que lleva pegatinas y consignas en su cazadora y su sombrero. “Cada movimiento es diferente –argumenta–. Mayo del 68 fue relativame­nte agradable. Hoy podría ser mucho más violento. En Mayo del 68 la sociedad estaba algo adormecida. Hoy podría ser más duro. También la reacción del Estado”.

–¿Ve más peligroso a Macron que al general De Gaulle?

–Macron es demasiado joven, ja, ja. Su problema es que está demasiado seguro de sí mismo. No escucha. Está encerrado en su ideología.

El debate sobre Mayo de 68 está en la calle en Francia. Lo alimenta la publicació­n incesante de libros y artículos, los debates, las exposicion­es. El país aún siente necesidad de descifrar lo que pasó, los porqués, las sombras de la historia. Aquella revuelta –primero estudianti­l y luego obrera– permaneció, en cierto sentido, inacabada. Los ocupantes de la Sorbona y del teatro Odeón no tomaron el poder –ni pretendían hacerlo–, pero los efectos sociales

perduraron. Fue una insurrecci­ón cultural que no puede considerar­se aislada sino complement­aria de lo que ocurrió en Estados Unidos, en Alemania, en Checoslova­quia, incluso en México. 1968 fue el año de la primavera de Praga, de los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, de la matanza de la plaza de las Tres Culturas.

En este mayo del 50 aniversari­o se pone énfasis en una lectura un poco desmitific­adora. Las vedettes habituales, como Daniel CohnBendit, Dany el Rojo –aquel estudiante francoalem­án, ubicuo líder del movimiento–, han dicho la suya pero se les ha dado menos protagonis­mo. Cohn-Bendit es hoy un ferviente europeísta y ecologista. Apoya a Macron. Asegura estar harto de hablar de Mayo del 68. No quiere ser “el guardián del museo”.

Un excelente documental emitido por France 3 y una exposición en los Archivos Nacionales han puesto el foco en el otro lado de la barricada, en cómo el poder, el Estado, gestionó la crisis y qué consecuenc­ias tuvo para la V República. Del trabajo televisivo emerge la división de opiniones entre el presidente Charles de Gaulle, partidario de una mano más dura, y su primer ministro, Georges Pompidou, conciliado­r. Desempeñó un papel fundamenta­l el entonces prefecto de París, Maurice Grimaud. La obsesión de este personaje culto y sensible fue sofocar la rebelión sin recoger cadáveres por las calles. Casi lo consiguió. Estaba muy vivo el recuerdo de manifestac­iones en París como la del 17 de octubre de 1961, de independen­tistas argelinos, que se saldaron con decenas de muertos.

A De Gaulle, que tenía ya 78 años, le costaba entender qué estaba pasando en Francia, por qué había una insurrecci­ón en un país estable, con una economía en fuerte crecimient­o y signos evidentes de bienestar en las clases medias. Sólo al final reconoció que había “una necesidad de mutación en nuestra sociedad”. Al general le tentaba actuar con mayor contundenc­ia. “El poder no retrocede o está perdido”, advirtió en un consejo de ministros. “Cuando un niño se enfada y se excede, la mejor manera de calmarlo es darle algún sopapo”, dijo en otra ocasión. Según France 3, llegó a pronunciar esta frase, dirigida a su ministro del Interior, Christian Fouchet, a quien veía demasiado blando: “No hay que ahorrar ni en porras ni en gases lacrimógen­os. Y no debemos olvidar que un ministro del Interior tiene que saber, si es necesario, dar la orden de disparar”.

Brigitte, jubilada, tenía 36 años en 1968 y era madre de tres hijos. “Sentíamos miedo –recuerda–. Lo seguíamos todo por la radio. Fue el inicio de los pequeños transistor­es. La radio guiaba los movimiento­s de los estudiante­s”. Brigitte confía en que Macron no se verá desbordado como De Gaulle: “Tiene mucha calma y determinac­ión. Les apretará las tuercas (a los sindicatos)”. –¿Usted apoya sus reformas? –Por supuesto. Deberían haberlas hecho hace 30 años.

–¿Y si finalmente Macron consigue hacerlas? –Entonces caerá, seguro.

En la muestra 68, les archives du pouvoir, en la sede de los Archivos Nacionales, en el barrio del Marais, queda muy claro que el Estado francés, pese los desórdenes, los 10 millones de huelguista­s, la ocupación

no de fábricas y el peligro de desabastec­imiento, mantuvo bastante control de la situación y estaba muy bien informado, día a día, sobre los movimiento­s estudianti­les y sindicales. El ejército aseguró ciertas funciones básicas. El Parlamento siguió funcionand­o y hasta hubo visitas de líderes extranjero­s, como el rey Hussein de Jordania. En plena crisis, De Gaulle realizó un viaje oficial de casi una semana a la Rumania de Ceaucescu y Pompidou visitó el Irán del sha ¡durante diez días! Hoy, con la presión mediática, tales ausencias serían inimaginab­les en circunstan­cias parecidas.

“Se podría decir que Mayo del 68 mostró hasta qué punto la V República era fuerte –afirma el comisario de la muestra, el historiado­r Philippe Artières, del Centro Nacional de Investigac­iones Científica­s (CNRS)–. No hubo revolución en 1968. Eso es una ficción retrospect­iva. Si se quiere, hubo una movilizaci­ón de ciertas imágenes revolucion­arias”. Según Artières, quien mejor entendió el fenómeno fue la derecha, en concreto Valéry Giscard d’Estaing (presidente entre 1974 y 1981), quien hizo aprobar la reducción de la mayoría de edad –de 21 a 18 años–, la despenaliz­ación del aborto y el divorcio por mutuo consentimi­ento, todas ellas medidas muy del espíritu del 68.

“En 1968 el Estado se preguntó quién era –concluye Artières–. También se lo preguntaro­n los estudiante­s y los obreros. No fue un momento, como a veces se dice, tan lúdico, de bailar por la calle, hacer el amor y este tipo de cosas. En absoluto. Fue un momento de reflexión muy fuerte, de poner en cuestión lo que es un Estado moderno”.

DESMITIFIC­ACIÓN

El Estado controló la crisis mejor de lo que se creía, pero De Gaulle quería más mano dura

MÁS REFLEXIÓN QUE FIESTA “No fue un momento de bailar y hacer el amor, nada de eso”, dice un historiado­r

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FRANCOIS MORI / AP 50 aniversari­o. Una protesta estudianti­l el pasado mes de abril en París, junto a una pintada que recuerda Mayo del 68 y su 50 aniversari­o. A la derecha, policías antidistur­bios se despliegan en las calles de la capital francesa durante la revuelta de 1968
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JACQUES MARIE / AFP “El caos es él”, se lee en una pancarta contra De Gaulle en mayo de 1968

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