La Vanguardia

Echar a correr

- Cristina Sánchez Miret C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga

Quién no entiende un no? Quien no quiere entenderlo. ¿Quién no entiende qué es una violación? Quien no quiere admitir que lo es. ¿Quién no entiende que un acto sexual no consentido es una violación? Quien no está dispuesto a revisar cuáles son sus prácticas sexuales; quien no quiere admitir que piensa que el cuerpo de los otros –especialme­nte de los que considera inferiores– está a su servicio.

En el caso de La Manada ni siquiera hay nada de todo eso. Sabían que estaban cometiendo una violación, y por eso le cogen el teléfono a la víctima; el ánimo no era robar, era silenciarl­a. Iban de cacería y tampoco era la primera vez. Fardaban ante las amistades, por lo tanto había un patrón preestable­cido y público de actuación antes de llegar a Pamplona. Además, los hechos probados en la sentencia dejan claro que no hay consentimi­ento, por eso es tan sorprenden­te la pena. Y el problema principal no está en el juez que ha emitido el voto particular, sino en que el tribunal no aprecia violencia y lo tipifica, sólo, como abuso sexual.

¿Qué hace falta para cambiar la justicia en España? ¿Revisar el Código Penal como muchos piden? No digo que no, siempre se puede mejorar; ahora bien, no servirá de nada si no cambiamos a partir de qué sistema de valores se interpreta y se aplican las leyes. Ese es el problema principal. La sombra de la tipificaci­ón de los delitos de honestidad es muy larga, pero además queda claro que una parte significat­iva de los jueces en España tiene problemas con el concepto de violencia. Cuando menos a ojos de la comprensió­n –no legal, cierto– de partes importante­s de la ciudadanía. No de toda tampoco –porque no hay unanimidad– y según el tema que nos ocupe, no siempre de la misma. En el caso de la sentencia de La Manada sólo hay que ver qué se dice en la red o qué se dice en las tertulias, tanto las de la calle como las de los supuestos expertos o intelectua­les.

El caso de La Manada además nos expone con mucha crudeza no sólo cómo de machista sigue siendo nuestra sociedad, sino también hasta qué punto lo llega a ser el Estado que supuestame­nte nos representa y, al mismo tiempo, supuestame­nte – y nunca mejor dicho– nos auxilia y vela por nuestra seguridad. Y no sólo lo digo porque directamen­te estén implicados un militar y un guardia civil. Nos lo han dejado bien claro: chicas, sólo nos queda echar a correr.

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