La Vanguardia

Regalos del día de la Madre

Tuve la suerte de nacer en una familia en la que ellas son fuertes y a ellos eso no les molesta ni les intimida

- Llucia Ramis

Mi abuela mallorquin­a empezó a fumar con cuarenta años. Se aburría sola todo el día, un verano, mientras sus seis hijos estaban de campamento. Mi abuela belga llegó a Asturias embarazada de la tercera de sus cinco retoños y no sabía ni una palabra de castellano. Ambas se habían casado con hombres atentos que las trataron como reinas. Sus hijas y nietas también tendrían una relación de tú a tú con sus parejas. Sus hijos y nietos serían cariñosos y respetuoso­s con las personas con las que conviviera­n. De mis bisabuelas, una iba en pantalones y conducía un descapotab­le, otra silbaba por la calle, otra viajó sola a África para ver a su marido.

Tuve la suerte de nacer en una familia en la que ellas son fuertes y a ellos eso no les molesta, no les cohíbe ni intimida. Nos educaron para detectar y señalar los tics machistas. No nos daban consejos, debíamos ser libres en nuestras decisiones. Pero siempre han estado ahí por si algo no salía como esperábamo­s. Me han tratado igual que a mis hermanos y primos, y me cuesta acatar la autoridad, cuando en casa todos estamos al mismo nivel. Crecimos sin miedo, pero no me considero valiente, ni tampoco considero así a mi madre o mis abuelas y bisabuelas, aunque lo fueran. Para mí es lo normal.

Luego descubres que el mundo va por otro lado. Que lo comercial, lo que vende (lo obvio), dista mucho de lo que te enseñaron y a lo que te acostumbra­ron, eso a lo que tiendes porque te resulta familiar. De pequeña no jugaba con muñecas y jamás me vistieron de rosa, me parecía cursi. No quise ser princesa, sino arqueóloga, para ensuciarme de tierra en el campo. Pero ya entonces la publicidad determinab­a qué tenía que gustarnos, según fuéramos niños o niñas. Qué nos definía.

De mayores la cosa no cambia, y cuando llega el día de la Madre, los anuncios se llenan de perfumes y cremas antiedad, sets de manicura y depiladora­s. Se identifica a la mujer que te trajo al mundo con los productos de belleza, como si su razón de ser fuera mantenerse bonita. De los padres no se dice que son los más guapos, sino los más poderosos o los más listos. Se valora el sacrificio de las madres y su entrega, como si no tuvieran otro papel que el de la crianza y darse a los demás, no reclamar a cambio más que potingues para la cara el primer domingo de mayo. Se supone que así se sienten realizadas. Ellos crean, ellas procrean. Ellos producen, ellas se reproducen.

No se han pasado la vida en la cocina, ni eran besuconas, ni te recomendab­an que te maquillara­s y fueras femenina. Hicieron bastante lo que les dio la gana, dejaron que yo también lo hiciera. Han sido personas antes que madres, y me transmitie­ron esos valores y su carácter. Por eso, un día como hoy, en el que soy hija sin hijos porque quiero, cualquier detalle se queda corto. Sólo puedo agradecer lo que me dieron. El regalo me lo hicieron ellas.

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