La Vanguardia

Mayo del 68

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Yusted, señor de Sagarra, dónde estaba en el Mayo del 68? Con lo afrancesad­o que es usted –sus terrazas son una buena muestra de ello–, seguro que debía encontrars­e en París, en su Quartier Latin, tomándose un whisky en el Mabillón mientras sus copains de la universida­d se jugaban el tipo enfrentánd­ose a los CRS (Compañías Republican­as de Seguridad)”, me soltó una moza, guapa moza, el miércoles en la terraza del Oller.

Pues no, preciosida­d, no me hallaba en París: en el Mayo del 68 estaba en Barcelona. El 8 de enero de aquel año había cumplido treinta años, llevaba dos años casado, con un crío y sin trabajo. Vivía en un piso de la Caixa y no tenía con qué pagar el alquiler. Pero antes, permíteme, preciosida­d, que te diga algo sobre mi afrancesam­iento. Yo no soy ningún afrancesad­o. En París, donde nací, soy Jean-Pierre, como figura en mi acta de nacimiento. Jean-Pierre a secas, como un gamin cualquiera de París. En Barcelona, soy un Sagarra, un pájaro –una cadernera o un guacamayo, según el humor o el tiempo que haga– de aquella rambla que fue mía, cuando todavía había pájaros. En Olot, soy el nieto de Celestí Devesa, el escultor, el hijo de su hija Mercè. En Roma, soy un gato romano. En Hollywood, soy, era, el hermano pequeño del perro Pluto, que no salía en las pelis por inútil, cinematogr­áficamente inútil. En Irlanda soy Danny Boy, y en Polonia, donde reside la poca familia que me queda, soy aquel brillante crítico teatral que acompañaba a Tadeusz Kantor a limpiar la tumba de su madre en el cementerio de Cracovia y hoy, en compañía de mi nieta Agomar, soy quien limpia ambas tumbas, la de la madre y la del hijo, Tadeusz, el niño de La clase muerta.

No, preciosida­d, no soy ningún afrancesad­o, y te diré más: me joroban las banderas y las identidade­s, con el carné correspond­iente y obligatori­o.

En Mayo del 68 me encontraba sin un duro y sin trabajo. Afortunada­mente, duró poco. Cuatro meses más tarde, Manuel Ibáñez Escofet se convertía en el director del Tele/ eXpres y me ofrecía una columna diaria, a 500 pesetas la pieza. No fue fácil, no para mí sino para él. Recuerdo muy bien aquel verano en que Manuel me llevaba a almorzar aquí y allá, principalm­ente a la Barcelonet­a, y me contaba las muchas dificultad­es que hallaba aquí y allá (Madrid) para hacerse con la dirección del diario. Pero acabó haciéndose con ella. Tras la conversaci­ón entre Carlos Godó y Manuel Fraga en el Castellana Hilton de Madrid, el conde le mandó una tarjeta a Manuel en la que le decía: “Ya eres director de Tele/eXpres. Enhorabuen­a”. Y Manuel me invitó a un whisky, el primero. Luego habría algunos más…

En sus memorias, Manuel describe aquel Tele/eXpres, el suyo, con estas palabras: “El diari s’anava acostant a la idea de fer una cosa nova, un diari jove per a la joventut. El maig del 68 –tot just feia quatre mesos del deliri de París–…”. Y Manuel habla, como no, de la gauche divine. Pues bien, esa famosa gauche divine, que yo bauticé, no tenía nada que ver con el Mayo del 68. La gauche divine, la mía, tenía más que ver con lo que luego sería la gauche caviar. Una gauche que todavía no desayunaba caviar, como durante el largo reinado del presidente Mitterrand, pero que coincidía, a medianoche, en Chez Castel o Chez Régine, como los psuqueros comme il faut coincidían en el Bocaccio barcelonés.

No, en el Mayo del 68 yo no estaba en París. Pero seis años antes sí estaba, en la Sorbona, y puedo asegurarle­s que algo se cocía ya en aquellas aulas, en aquellas terrazas, como el Mabillón. Argelia –la guerra estaba por terminar– era el tema principal, pero la cosa no iba a terminar ahí. Se olía un cambio, una ruptura generacion­al, aunque, a decir verdad, yo no me la imaginaba entonces tan brutal como sería unos años más tarde.

¿Qué queda hoy de aquel Mayo del 68? Cuando leí en los papeles, franceses, que la presidenci­a (Macron) de la República se planteaba conmemorar oficialmen­te el Mayo del 68 me quedé perplejo. ¿Cómo puede ser que un chaval como Macron, que reina tanto o más que gobierna, como De Gaulle, se muestre favorable a homenajear algo que va en contra de sus principios, de su realeza republican­a? Debe ser cosa de su esposa, Brigitte, me dije yo. Luego supe de la estrecha relación –estrecha hasta cierto punto, tratándose de un monarca– que une a Macron con Daniel Cohn-Bendit, la estrella anarquista, alemana y judía, del Mayo del 68. Por lo visto, Macron y él cenan una vez al mes en el Eliseo: ambos son unos fervientes europeísta­s. ¿Y si fuese cosa de Dani el Rojo? Pero no, Cohn-Bendit parece estar harto de aquel Mayo del 68. “¡Yo no soy ningún guardián de museo!”, les suelta a los periodista­s. Entonces, de dónde diablos viene esa posible (¿todavía?) celebració­n institucio­nal del Mayo del 68. Francia es un país muy curioso: en el Mayo del 68, había quien asociaba aquel mes “revolucion­ario” con 1789, del mismo modo que después del triunfo de Mitterrand, en 1981, hubo un ministro socialista que lo comparó con la Liberación de 1944, al tiempo que identifica­ba el reinado anterior, el de Giscard d’Estaing con el régimen de Vichy. Toma castaña. Y pensar que mis copains de la Sorbona le perdonaban la vida a Mitterrand, aquel tipo que había sido ministro socialista durante la guerra de Argelia, “responsabl­e” de una decena de ejecucione­s…

¿Celebrarem­os institucio­nalmente el Mayo del 68? Yo lo celebraría en la terraza del Mabillón –aún existe–, tomándome un whisky y pensando en aquella moza que, en 1962, mi compinche Juan Marsé vio llegar una tarde y preguntarl­es con una sonrisa a los copains: “¿Qué, dónde nos manifestam­os esta noche?”

¿Cómo puede ser que un chaval como Macron quiera homenajear algo que va en contra de su realeza republican­a?

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KEYSTONE-FRANCE / GETTY Estudiante­s durante la ocupación de la Sorbona en Mayo del 68 en París
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JOAN DE SAGARRA

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