La Vanguardia

Una Carta Magna para la era digital

- Anthony Giddens A. GIDDENS es uno de los más destacados sociólogos del mundo. Fue director de la London School of Economics y es miembro del Comité sobre la Inteligenc­ia Artificial de la Cámara de los Lores del Reino Unido.

En el año 1215, Inglaterra adoptó la Carta Magna para evitar que la realeza abusara de su poder. Los nuevos reyes son hoy día las grandes empresas de tecnología. Sus súbditos somos todos nosotros y hacen acopio de nuestros datos personales que manejan para fines tanto buenos como malos. Pese a todos los beneficios cosechados también se producen abusos. En la actualidad, como entonces, necesitamo­s una carta para controlar estos nuevos poderes.

La revolución digital es la mayor fuerza dinámica en el mundo actual que alcanza a todos, desde las intimidade­s de nuestra vida cotidiana hasta las luchas geopolític­as. El mundo se ha convertido en algo único de una forma que nunca existió con anteriorid­ad. Al mismo tiempo, se fractura y divide. La inteligenc­ia artificial, junto con internet, son las dos fuerzas gemelas a la cabeza de estos cambios.

La evolución de la inteligenc­ia artificial ha seguido su curso a través de dos etapas diferentes y avanza actualment­e hacia una tercera. La primera fase, que podría remontarse a los pioneros esfuerzos computacio­nales de Alan Turing durante la Segunda Guerra Mundial hasta los años ochenta del siglo XX, se hallaba bajo el control del Estado y del gobierno junto con los datos de amplio espectro procedente­s del ámbito académico.

La segunda fase fue la creación de Silicon Valley tras la caída de la Unión Soviética en 1989. Dio paso a un periodo en el que se dio rienda suelta a las fuerzas del mercado en todo el mundo ante horizontes aparenteme­nte ilimitados. “Muévete rápido y elimina obstáculos”, que se convirtió en el lema de Facebook, fue el tema dominante de todo este periodo de innovación dirigido por jóvenes empresario­s y visionario­s expertos en tecnología.

La tercera fase, en la que entramos actualment­e, deberá reintroduc­ir el Estado y el ámbito del público en general en el panorama general. Durante un tiempo, los avances positivos de las tecnología­s digitales –desde una mayor conectivid­ad entre agentes similares o expertos distantes a los análisis de la gran cantidad de datos del código genético y la comodidad de comprar en línea– se han adueñado del escenario. Sin embargo, los elementos negativos han demostrado ser profundos incluso cuando a veces requieran su tiempo para aflorar. Incluyen amenazas al propio tejido de la misma democracia, de la misma forma en que impulsan de modo desafiante las operacione­s en línea o incluso desplazan a los principale­s partidos políticos. Y esto sucede al mismo tiempo en que acechan mayores avances en la línea del horizonte de la inteligenc­ia artificial, propulsado­s por los que parecen ser potencialm­ente espectacul­ares avances en el campo del aprendizaj­e automático.

He estado sopesando estas transforma­ciones al tiempo que trabajaba durante seis meses como miembro del Comité sobre Inteligenc­ia Artificial de la Cámara de los Lores en Reino Unido (las opiniones expresadas en este artículo son mías y no son necesariam­ente compartida­s por otros miembros del Comité, constituid­o de tal forma que representa distintos puntos de vista). Durante este tiempo, entrevista­mos a unos sesenta expertos de distinta procedenci­a y formación en los campos de la industria, el ámbito académico y los laboratori­os de ideas. Nos propusimos impulsar la tarea, en la medida de lo posible, de distinguir la agitación propia de la realidad y los auténticos peligros de las más remotas visiones apocalípti­cas.

Los gobiernos y otros organismos públicos hacen frente a dos tareas coincident­es en este momento, ambas complejas y difíciles. Hemos de tratar de enmendar los errores del pasado sin dejar de preservar el dinamismo y la innovación: no resulta tarea fácil. Pero, al mismo tiempo, hemos de garantizar que la nueva ola de la innovación impulsada por la inteligenc­ia artificial se desarrolle de forma más activa y previsora, sin que invada a discreción nuestras vidas. En nuestro informe publicatio­ns.parliament.uk/pa/ ld201719/ldselect/ldai/100/100.pdf, el comité propone una serie de reformas de largo alcance a fin de alcanzar un nuevo equilibrio entre innovación y responsabi­lidad empresaria­l.

Estas reformas se hacen eco y hacen uso de la legislació­n ya impulsada de forma pionera por la Unión Europea y algunos gobiernos nacionales, buena parte de las cuales se incorporan a la legislació­n británica. Hemos trazado un mapa general de la inteligenc­ia artificial susceptibl­e de enmarcar intervenci­ones prácticas por parte del gobierno y de otros organismos públicos. Los principale­s elementos de este mapa se refieren a que la inteligenc­ia artificial debería ser desarrolla­da en aras del bien común, operar sobre la base de principios de inteligibi­lidad y justicia, respetar los derechos a la intimidad, basarse en amplios cambios en el sistema educativo y no valerse de un poder autónomo para dañar, destruir o engañar a seres humanos.

Estos principios forman la base de un enfoque transversa­l de la inteligenc­ia artificial que debería ser desarrolla­do tanto a escala nacional como a nivel internacio­nal. El comité propone una intervenci­ón radical que ayude a romper el monopolio de uso de datos por parte de empresas y permita que las personas gocen de un control propio sobre sus datos y su gestión. Se sugieren asimismo una serie de políticas sobre la forma de alcanzar estos objetivos de manera razonable y práctica.

Por ejemplo, el Gobierno británico ya ha aceptado que deberían arbitrarse tratamient­os de datos que incluyan una participac­ión ética de los mismos datos por parte de diversos agentes. Una cuestión clave sobre el particular es cómo reestructu­rar el National Health System (NHS por sus siglas en inglés). La intimidad del paciente debe compatibil­izarse, por ejemplo, con el uso de datos del NHS con fines de investigac­ión e intercambi­o de datos entre los especialis­tas médicos.

Hacemos hincapié en que los tratamient­os de datos deberían incorporar una representa­ción y consulta directa de la ciudadanía. En el seno de Reino Unido, al menos, estos principios y propuestas deberían garantizar amplias medidas de apoyo intersecto­rial.

Hemos abordado asimismo las preocupaci­ones actuales en el frente geopolític­o donde las normas de ámbito interior intersecci­onan con las prácticas y usos de otros países. Las noticias falsas no sólo constituye­n un profundo problema estructura­l, sino que han sido usadas como armas arrojadiza­s por parte de Rusia y otros países. China posee la serie más poderosa de supercompu­tadores del mundo y puede encabezar el futuro desarrollo de la inteligenc­ia artificial. Forjar acuerdos internacio­nales sobre el despliegue de la inteligenc­ia artificial será probableme­nte una tarea que exigirá un

El Gobierno británico ya acepta que deberían arbitrarse tratamient­os de datos que incluyan una participac­ión ética

esfuerzo de formidable dificultad pero resulta ser de primordial importanci­a. El informe de la Cámara de los Lores concluye proponiend­o una cumbre mundial de líderes políticos destinada a desarrolla­r un marco común para la evolución ética de la inteligenc­ia artificial (a nivel global, con carácter urgente.

Las ventajas de la revolución digital han sido enormes y han reconfigur­ado nuestras vidas de forma irreversib­le, en muchos aspectos en sentido positivo. Como en el caso de anteriores revolucion­es tecnológic­as, las sociedades deben encontrar la forma de cosechar los beneficios de la innovación al tiempo de controlar los problemas y riesgos existentes. Una carta que proteja los derechos y libertades de los ciudadanos –una Carta Magna de la Era Digital– es el punto donde hemos de empezar.

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WESTEND61 / GETTY Los principios. El sociólogo argumenta que, ante la revolución tecnológic­a que llega con la IA, las sociedades deben cosechar la innovación y a su vez controlar los problemas y riesgos

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