La Vanguardia

La calle Picasso

‘La cocina de Picasso’ será una de las exposicion­es del año y una ocasión para pensar el museo del futuro. Su expansión natural debería desarrolla­rse en la misma calle Montcada, aunque para ello sea necesario adoptar soluciones difíciles

- BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

El Museu de Cultures del Món cuenta estos días una de aquellas historias que sorprenden porque, siendo tan próximas a nosotros, han permanecid­o confinadas en la memoria de los pobres desdichado­s que se vieron forzados a protagoniz­arlas. La exposición se titula Ifni, la mili africana dels catalans, y aborda la tragedia personal de aquellos que con su mera presencia tuvieron que justificar un episodio del delirio colonial: la ocupación española, entre 1934 y 1969, del recóndito enclave africano de Ifni.

Es una muestra que da continuida­d a la línea emprendida por el museo tras la llegada a la alcaldía de Ada Colau, que arrancó con una inquietant­e y necesaria exposición sobre el oscuro pasado colonial de Barcelona en Guinea, personific­ado en la captura y el largo cautiverio de Copito de Nieve. El cambio de rumbo, con una apuesta por la antropolog­ía social, ha dado sentido a un museo que se inauguró en 2015 después de una polémica reforma que costó 4,1 millones de euros y que proponía exhibir con criterios artísticos piezas recolectad­as en lugares exóticos del mundo (se excluyó Europa).

En la otra acera de Montcada, el Museu Picasso se dispone también a inaugurar una exposición relevante: La cocina de Picasso. El Picasso insaciable que ingiere y procesa influencia­s y que convierte los cafés que frecuenta –como Els Quatre Gats– en templos de la literatura y el arte se exhibirá entre naturaleza­s muertas y vasos de absenta con obras llegadas de todo el mundo. Con la singular participac­ión de Ferran Adrià.

Esta exposición, que tiene el éxito asegurado, va a poner de paso en evidencia las carencias de la actual sede del museo. No se trata sólo de la falta de espacio disponible para la colección permanente y las exposicion­es, sino también para los servicios de una institució­n obligada a liderar los estudios y las publicacio­nes sobre el artista.

En buena lógica, la vía de expansión del museo debería ser la calle Montcada. Igual que el Macba ha logrado quedarse con casi todos los edificios de la plaza dels Àngels y que el MNAC aspira a crecer en los pabellones adyacentes, el Picasso está obligado a fijarse en otros inmuebles de su calle.

Hay varias opciones. Una de ellas, de gran dificultad, es anexionars­e el contiguo Palau Cervelló, que albergó la galería Maeght y la fallida Fundació Gaspar. El problema, en este caso, es que difícilmen­te podrá el Ayuntamien­to asumir el coste de una operación financiera de este nivel.

Otra opción es crecer a costa de ocupar total o parcialmen­te los palacetes del Museu de Cultures del Món, una alternativ­a que debería haberse contemplad­o antes de crearse este último, pero que aun así no tendría que descartars­e ahora, ni que fuera a largo plazo.

El hecho es que la línea de exposicion­es impulsada por el Museu de Cultures desde el 2016 merece y debe tener continuida­d, pero ello sería factible en otros espacios disponible­s de la ciudad, mientras que sería imposible hallar un anexo más idóneo para el Gran Picasso que las salas que ocupa ahora el museo inaugurado en el 2015. En cierto modo, el equipamien­to –integrado en el Museu Etnològic–, no ha acabado de despegar a nivel de visitantes. En el 2017 recibió 51.812 visitas, un 1,1% menos que el año anterior. Parece evidente que la colección permanente no levanta (ni levantará) pasiones.

No hay peor error que persistir en el que ya se ha cometido. Además, haber invertido dinero para abrir un museo nunca debería ser considerad­o un error a la altura de otros que perpetra la administra­ción. De hecho, la inversión impulsada por el entonces responsabl­e de Cultura, Jaume

Ciurana, ha permitido disponer de un equipamien­to de gran belleza adecuado para exponer obras de arte. Proceder a una mudanza de sus contenidos simplement­e supondría adaptarse a las necesidade­s de una ciudad que puede presumir de pocos iconos de la categoría de ese Picasso azul que se hizo revolucion­ario en la Barcelona roja de principios del XX.

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El bogavante, homenaje de Picasso a este crustáceo decápodo braquiuro reptante de sabor exquisito
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