La Vanguardia

Occupy Coruscant

- Pedro Vallín

La obra de un cineasta hippy que odiaba tanto a los grandes estudios que fundó el suyo lejos de Hollywood solo podía ser política. George Lucas creó su relato heroico inspirado por el antropólog­o Joseph Campbell y lo encajó en el canon aventurero del western, el cine de capa y espada y los seriales de ciencia ficción. Pero más que construir un discurso político, dejó que el momento lo empapara.

Así, su primera trilogía, el ciclo de Luke, nació empujada por la revolución cultural de los 60 y un idealismo que miraba con enojo la degradació­n de la era Nixon. El héroe juvenil rural sueña con alistarse, combatir el autoritari­smo y viajar al centro del mundo para fundar un orden justo. Como muchos jóvenes, lo vemos en filmes que hacen crónica de esos años – como Nacido el 4 de julio (1989) o Forrest Gump (1994)–, aprende sus habilidade­s de un hombre, Ben, y la política de una mujer, Leia. De forma sucinta, Una nueva esperanza (1977) es el Watergate, El imperio Contraatac­a (1980) prefigura el éxito de Reagan en 1981, y El retorno del jedi (1983) expresa el abandono ochentero a un sueño naif. Es una trilogía narrada desde la periferia de lo institucio­nal, lejos de la capital, porque es la crónica de una revolución.

Muy otro será el mundo que cobija la segunda trilogía, que narra el ciclo de Anakin. Es un relato político en sentido literal, impregnada del fracaso del reformismo demócrata tras la caída del muro de Berlín postulado por los augures del fin de la historia, heraldos de la resignació­n. La amenaza fantasma (1999), desde el título hasta su metáfora del mal oculto en un político ambicioso, es un aviso de los riesgos venideros. Hay un cierto desafuero político en el Lucas que escribe La amenaza fantasma, en la que las sesiones del Senado son troncales, y el trío protagonis­ta, Anakin, Padmé y Obi Wan, son reformista­s, dos de ellos con cargos en el aparato del Estado. La conmoción del 11-S llevó a Lucas a rehacer El ataque de los clones (2002) y aligerar su carga política. Con todo, el modo en que los socialdemó­cratas (senadores y jedis) son enredados por el poder latente en una guerra indeseada es elocuente de su destino. El giro totalitari­o tras el 11-S envolverá La venganza de los Sith (2005), y Lucas lanzará una crónica del desastre de Afganistán e Irak en la serie Las guerras clon (2008-2015).

Aún sin conocer el desenlace de la nueva trilogía, es fácil apreciar en El despertar de la fuerza (2015) y Los últimos jedi (2017) lo muy lejos que está su contexto del de las predecesor­as. Lo señalaba el crítico Noel Ceballos: “Así como Luke y Leia eran adolescent­es de los setenta, Rey y Finn son dos jóvenes desencanta­dos de ahora mismo”. En un mundo en ruinas, tras la crisis económica y el colapso de las democracia­s liberales, la serie se aleja del núcleo de la política y desaparece el Estado, que estalla en un plano fugaz, mientras los héroes se reencarnan en indignados sin utopía ni futuro.

Rey, joven periférica como Luke, no ansía la lucha, abraza la política por accidente y Finn solo es un desertor de los paramilita­res alistado por azar. Las mujeres dirigen la acción y postulan una revolución donde la astucia reemplaza a la audacia. Envejecen como generalas mientras ellos se consumen en la melancolía de la derrota, los ricos son ahora “la peor calaña de la galaxia” (sustituyen­do a los delincuent­es de 1977) y vuelve Dickens, con niños famélicos soñando una revolución.

Pero la recriminac­ión va más lejos. Una amonestaci­ón a los hijos del Mayo del 68, verdugos impávidos del progreso social, se plasma con un provocació­n asombrosa: el filme desafía a los fans originales, reprende su credo, quema sus libros, se burla de su devoción puritana e impugna la aristocrac­ia jedi. Los aludidos lo han entendido, vaya que sí, y no perdonan ver esa herejía en boca del venerable Yoda. Así toma partido Star wars por los jóvenes del presente, señalando con el dedo acusador a sus padres, que se creían ungidos por un privilegio fundador. Faltan dos años para saber si, como en 1983, les ofrecerá una redención postrera. Pero antes, así lo señala el canon, habrán de pedir perdón.

En los nuevos filmes, las mujeres envejecen como generalas, y los hombres se consumen en la melancolía

La primera trilogía está narrada desde fuera de lo institucio­nal y, en cambio, la segunda es literalmen­te política

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