El impacto se impone a la cordura
Corren tiempos rápidos para memorias cortas, características que se trasladan fácilmente al fútbol, donde el valor de las cosas bien hechas empieza a ser menos importante que el fulgor del impacto, de cualquier impacto, el positivo o el negativo. Vean a Vincenzo Montella, hasta hace una semana entrenador del Sevilla. Hace mes y medio, derrotó al Manchester United y se clasificó para los cuartos de final de la Copa de Europa, éxito que no recordaba la hinchada sevillista desde hace 50 años. El equipo también había alcanzado la final de la Copa, después de un enero sembrado de partidos y fatiga. En la Liga no funcionaba bien, pero sin bajar nunca del séptimo puesto. El balance resultaba alentador. El Sevilla había hecho camino. En términos futbolísticos, era un equipo con méritos. Hasta que llegó la final de Copa.
La masacre del Metropolitano significó el despido de Montella. Le resultó peor llegar a la final que a Zidane (Real Madrid), Quique Setién (Betis) o Ziganda (Athletic) estrellarse frente al Leganés, Cádiz o Formentera en las rondas anteriores. Se podría argumentar que las trayectorias del Real Madrid, el Betis y el Athletic eran impecables en las fechas de las eliminaciones coperas, pero no es el caso. En aquellos momentos, el Madrid estaba a casi 20 puntos del Barça, el Athletic naufragaba en la Liga y la afición del Betis había abucheado a su equipo en las derrotas con el Athletic y el Girona en Heliópolis. Los tres entrenadores todavía siguen en sus puestos.
Todo es vértigo ahora. La trayectoria cuenta cada vez menos. A Montella le destruyó el 5-0 en la final de una competición que había consumido buena parte de la energía del equipo. Sólo le habría salvado un impacto igual de grande, pero positivo. Por ejemplo, eliminar al Bayern en los cuartos de final. No estuvo tan lejos. Perdió (1-2) en el Sánchez Pizjuán y empató (0-0) en Munich. Nadie recordó entonces la proeza del equipo en Old Trafford, ni la tremenda dificultad que supone llegar a los cuartos de final de la Liga de Campeones, ni la erosión que significó la larga andadura por la Copa. Montella, de cuya contratación tanto presumió el presidente del Sevilla después de pasar la eliminatoria con el United, era un cadáver futbolístico un minuto después de la final de Copa.
Con menos virulencia, pero con la herida todavía abierta, el Barça sufre el trastazo de Roma. Parece que los títulos de Liga y Copa –un doblete sensacional hasta hace bien poco– no logran enterrar la estrepitosa derrota en Roma, una mala noche en una temporada que tiene al equipo invicto en el campeonato nacional. Está claro que es un mal momento para la ética de la consistencia. El Manchester City batirá todos los récords conocidos de la Premier League, pero se insiste en reprocharle su eliminación ante el Liverpool en los cuartos de final de la Liga de Campeones, que al fin y al cabo es un torneo que se define en siete partidos. Es una competición perfecta para los tiempos que corren: urgente y sin misericordia.
Esta competición, que prefiere el impacto a la fiabilidad, sostiene al Madrid más dubitativo de los últimos años. Le alarga el
Todo es vértigo ahora; la trayectoria cuenta cada vez menos: Montella fue fulminado
Parece que un doblete, sensacional hasta hace bien poco, no cierra la herida de Roma
crédito en la confianza de una victoria en la final, pero el mérito de alcanzarla no le evitará una tormenta crítica en caso de derrota. A este perverso juego de grandiosos impactos comienza a reducirse el fútbol. Lo sabe muy bien el Barça, que desde Roma ha interiorizado la condición de melancólico vencedor de la Liga y la Copa, aunque el clásico de esta noche le permite una oportunidad interesante. Una victoria sobre el Real Madrid, por no hablar de una victoria contundente, tendría el impactante valor que el Barça necesita para cerrar la herida. O para abrirla más, si el Madrid se impone.