La mesa de Companys

EL novelista James Salter publicó poco antes de morir un libro espléndido titulado El arte de escribir (Salamandra), donde describe el placer de la literatura. La obra comienza así: “Hay quien se desmaya con solo ver algo, o al oír una noticia o la voz de alguien que daba por muerto, pero nadie se desmaya por leer un libro. Y eso no quiere decir que los libros carezcan de poder sobre nosotros; su poder es de otra índole. Cuando lees, no ves ni oyes nada y, sin embargo te parece que sí”. Lo mismo podría decirse de los discursos, pues pueden emocionar o aburrir, pero su fuerza está más allá de las palabras, las metáforas o las citas. Los discursos no son importantes por lo que dicen, sino por la trascendencia de las propuestas que incluyen. Quim Torra hizo ayer una alocución bien construida y con abundantes referencias literarias (de Fuster a Havel), como se espera de alguien que ha escrito libros e incluso los ha editado. Sin embargo, su mensaje era el predecible, de hecho el guion lo había marcado Carles Puigdemont en su vídeo en YouTube: su Govern seguirá el mandato del 1-O, trabajará para la república, impulsará un proceso constituyente y continuará la internacionalización del caso catalán.

De lo dicho se desprenden más inconcreciones que decisiones. Pero no parece pues que Torra busque el enfrentamiento con el Gobierno, ni que quiera pisar líneas rojas. Lo más decepcionante fue oír a alguien que aspira a presidir el país afirmar que el presidente legítimo es otro y que su principal objetivo será restituirle en el cargo, cuando la prioridad debería ser reactivar Catalunya y sus instituciones. La provisionalidad siempre es mal negocio. Ser el 131.º president de la Generalitat es demasiado importante como para pensar solo en calentar banquillo. La mesa de Lluís Companys deberá ser de Quim Torra y nadie se lo puede prohibir, ni siquiera desde

Berlín. No se trata de sustituirla por una de Ikea por más que también tenga su república.