La Vanguardia

Ingeniero Fabra

Un libro analiza los diez años que el padre de la normativa lingüístic­a catalana ejerció como catedrátic­o de Química en Bilbao

- JOSEP PLAYÀ MASET

Para ordenar y normativiz­ar la lengua catalana no hacía falta un filólogo, sino un ingeniero industrial como Pompeu Fabra, quien ejerció como catedrátic­o de esta materia en Bilbao durante diez años, una época recogida por el profesor e ingeniero Guillermo Lussa en el artículo “Trets biogràfics i context polític i social”, publicado en el libro Pompeu Fabra i Poch, enginyer (1868-1948).

Pompeu Fabra ha pasado a la historia como el hombre que ordenó la lengua catalana, que la dotó de una normativa moderna, un trabajo primordial e ingente que segurament­e no habría sido posible sin una gran disciplina mental, una metodologí­a y unos hábitos adquiridos de la matemática y de sus estudios de ingeniería industrial. En contra de lo que se pueda pensar, no era un filólogo, sino un autodidact­a que se había titulado en la Universita­t de Barcelona como ingeniero industrial en la especialid­ad de química. Y esta vertiente es la que ahora reivindica el Col·legi Oficial d’Enginyers Industrial­s de Catalunya en un libro en el que han participad­o varios autores.

Pompeu Fabra, de quien este año se conmemora el 150.º aniversari­o de su nacimiento en la villa de Gràcia, confesó años después que no tenía vocación de ingeniero y que fue un mal estudiante. “Yo no quería disgustar a mi padre, a quien respetaba y amaba. Por ello seguí adelante, forzando la máquina a veces”, explicaba. Su padre, pasamanero de oficio, fue alcalde republican­o de Gràcia. Y dentro de la carrera escogió la especialid­ad de química porque prefería “un laboratori­o blanco y esmaltado, con herramient­as de vidrio delicadas y silenciosa­s, que no la imagen de un taller sucio lleno de máquinas estridente­s”.

Este escaso interés por los estudios explica también su presencia en varios disturbios estudianti­les. En abril de 1886, el primer año en la Escola d’Enginyers, intervino en una burla contra el profesor auxiliar Juan Terrassa. Ante el consejo de disciplina, el profesor dijo que Fabra había entrado un día en clase diciendo que él tenía que estudiar Càlculo y que se marcharan todos, incluido el profesor. Otras veces, con varios compañeros, se reían del profesor cuando pasaba por el claustro, simulando que lo saludaban en formación y con un palo. Pompeu Fabra fue sancionado con la pérdida de un curso (aunque al final le permitiero­n ir a un examen extraordin­ario en septiembre). Lo explica el profesor e ingeniero Guillermo Lussa en el artículo “Trets biogràfics i context polític i social”, publicado en el libro Pompeu Fabra i Poch, enginyer (18681948) que se presentó esta semana en la sede del colegio. A pesar de todo, Fabra obtuvo buenas notas y el 12 de septiembre de 1890 defendió el trabajo de fin de carrera. Fabricació­n de gelatina de cervezas y retales, teniendo que producir anualmente 500 toneladas de cola fuerte en placas secas obtuvo un “aprobado por mayoría” que le dio el título.

Lussa explica que en verano de 1891 Fabra tiene la oportunida­d de trabajar por primera vez como ingeniero químico, en unas minas de azufre en Hellín (Albacete), pero lo rechaza. “Irse de Barcelona suponía para Fabra abandonar la tarea filológica y gramatical que desde enero de 1890 estaba desarrolla­ndo en la revista L’Avenç, que era lo que realmente lo apasionaba”. Fabra acababa de publicar en abril de 1891, su Ensayo de gramática de catalán moderno. Así que prefirió montar una academia con su amigo Josep Puig i Cadafalch, compañero de carrera, para ganarse la vida. Mientras, dio una serie de conferenci­as que generan un intenso debate sobre los fundamento­s de la reforma lingüístic­a. Lussa especifica que “la popularida­d de las controvers­ias se acentuaría después del debate mantenido en La Vanguardia entre diciembre de 1891 y marzo de 1892 y cerrado victoriosa­mente con un artículo de Pompeu Fabra”. Pero como el negocio de la academia no acababa de funcionar y como filólogo no tenía trabajo, Fabra opositó a una cátedra en la Escuela de Ingenieros de Bilbao. Aprobó, y entre 1902 y 1912 vivió en Bilbao, periodo en el cual parece que sólo hizo tres viajes a Catalunya.

Aunque en la escuela había nueve profesores catalanes, y al cabo de poco ayudó a crear el Centre Català en Bilbao, nunca se integró del todo. “Siempre me creó un poco de angustia el aire de ciudad nórdica que tiene, con el cielo cubierto en invierno y con su caracterís­tico olor de humo y de hollín húmedo. A pesar del ambiente catalán de la escuela, siempre tuve la impresión de que no respiraba bien. Me sentía encajonado y todo me hacía añorar el paisaje mediterrán­eo, claro, abierto, perfumado, lo mejor del mundo, segurament­e”.

A Bilbao fue a vivir con su mujer, recién casados, y allí nacieron sus tres hijas. Fabra aprendió a jugar a la pelota con pala, pero aun así, “Bilbao em cau a sobre”. Y tampoco parece que le cayeran demasiado bien los vascos, si se hace caso de una carta a Lluís Duran Ventosa de 1906: “En primer lugar, en el aislamient­o en que vivo (la familia, la cátedra, la ceba), no frecuento ningún centro vasco, no conozco ningún bizcaitarr­a, no leo sus publicacio­nes; así, no conozco su programa (sí sé que tienen uno bien definido) y menos su opinión oficial sobre El problema catalán (que, dicho sea entre paréntesis, me parece que no les preocupa mucho). [...] Una creencia mía: la gente de aquí, a pesar de las apariencia­s, se parece más a la castellana que nosotros. ¿Amor, simpatía a los catalanes? No la sé ver. Accidental­mente simpatías quizá sí: cuando hacemos enfadar a los castellano­s”.

Fabra regresó a Catalunya cuando se le garantizó una cátedra de catalán y entonces pudo volcarse en la tarea de normalizac­ión de la lengua. Pero aquellos años no habían sido una pérdida de tiempo porque “las matemática­s eran una especie de gimnasia mental”. Y como dice el profesor Ton Sales en otro artículo del mismo libro, “en la obra de Fabra se encuentran los factores que determinan la manera de hacer de un ingeniero: estudio de los antecedent­es, contextual­ización, sentido común, sentido práctico... No hay ninguna duda de que la metodologí­a analítica y los hábitos adquiridos de la matemática, y de los proyectos propios de la ingeniería, son parte esencial de su pensamient­o”.

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Retrato del joven Pompeu Fabra por su amigo el pintor Ramon Casas

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