La Vanguardia

Elecciones en México

- Xavi Ayén

Xavi Ayén aprovecha su visita a México con motivo de una feria literaria para hablarnos de la forma en que la violencia ha penetrado en la vida política del país, tiñéndola de sangre hasta límites inimaginab­les: “No piensen mal, yo he venido invitado a una feria del libro, donde hago de mono amaestrado, contando anécdotas de premios Nobel de Literatura que hacen reír al público, mientras por los stands se pasean algunos de los autores jóvenes de Latinoamér­ica y en el auditorio se entrega una medalla al selecto editor Jacobo Siruela, hijo de la duquesa de Alba”.

Lo más parecido que hay a mirar por el ojo de un volcán en erupción es ojear los titulares de la prensa diaria en México. En el desayuno uno descubre, mientras embadurna su plato de salsa picante, que el país sufre una media de 11 asesinatos de políticos al mes –“eso es que estamos en campaña”, me aclaran tranquiliz­adoramente–, un impacto que apenas contrapesa la noticia, algo más relajante, de que el 90% de las tortitas que se consumen en el país están contaminad­as por plaguicida­s. Una posible intoxicaci­ón no parece muy grave al lado de, por ejemplo, el decapitado en Puebla con un narcomensa­je dentro que aparece en la página de al lado. No piensen mal, yo he venido invitado a una feria del libro, donde hago de mono amaestrado, contando anécdotas de premios Nobel de Literatura que hacen reír al público, mientras por los stands se pasean algunos de los autores jóvenes de Latinoamér­ica y en el auditorio se entrega una medalla al selecto editor Jacobo Siruela, hijo de la duquesa de Alba. Pero, solo en los dos días que he pasado allí, el último fin de semana, he visto cosas que me gustaría que solo existieran en Netflix: el cuerpo de una concejala abandonado en un arroyo, cuatro políticos decapitado­s y calcinados, otro maniatado en su coche y cosido a balazos... Ochenta candidatos se han retirado ya de la campaña a causa de la violencia. Sin discrimina­r por profesione­s, hay un promedio de 80 asesinatos al día, según los datos del 2017, las cifras más altas desde que se realiza la estadístic­a, hace veinte años (para hacerse una idea, en España se asesina a 300 personas al año, frente a los 30.000 mexicanos). El país ha entrado oficialmen­te en una epidemia, lo que la OMS califica “estado de violencia colectiva”: hay más de 10 asesinatos por 100.000 habitantes, baja la esperanza de vida y se disparan los trastornos de salud. Mucha gente –Aitor Saraiba y Paula Bonet lo reflejan bien en Por el olvido– ha cruzado el charco atraída por Bolaño u otro de sus muchos reclamos culturales. Pero los instalados en el país acaban viendo la muerte violenta tan cotidiana como un atasco de tráfico, un percance que te puede tocar si tienes mala suerte.

Podemos fingir que se trata de un país normal, de hecho es lo que hacemos todo el rato, yo mismo, hablando allí de literatura mientras, en la tele, se oyen los mítines, con enfebrecid­as proclamas que flotan en el aire impulsadas por su irrealidad. Fingimos tan completame­nte, como decía Pessoa, que hasta fingimos que es dolor el dolor que en verdad sentimos.

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