La Vanguardia

Enrique Peña Nieto

La delincuenc­ia, muy fragmentad­a y caótica, ensombrece las elecciones presidenci­ales en México

- ANDY ROBINSON Ciudad de México Enviado especial

PRESIDENTE DE MÉXICO

La presidenci­a de Peña Nieto (51) va a concluir con una gravísima insegurida­d ciudadana. En el 2017 se batió el récord de asesinatos y en los seis años de mandato el número de secuestros ha aumentado hasta un

22%.

Mientras los cinco candidatos a las elecciones presidenci­ales del próximo 1 de julio celebraban el primer debate en televisión, llegó la última noticia de los tres estudiante­s de cine secuestrad­os en Guadalajar­a dos meses antes. Según las autoridade­s, tras torturar y asesinar a los tres jóvenes, raptados mientras rodaban un cortometra­je como trabajo de fin de curso, los secuestrad­ores habían disuelto sus cadáveres en ácido.

“El porqué es impensable; el cómo es aterrador”, tuiteó Guillermo del Toro, el director premiado en la última edición de los Oscars, cuyo padre fue secuestrad­o en la misma ciudad en 1997. Pero no eran muertes excepciona­les.

Hay 5.000 personas registrada­s como desapareci­das en Guadalajar­a y el resto del estado de Jalisco, una de cada tres de ellas es menor de 28 años. En todo el país, el número de secuestros ha subido el 22% durante la presidenci­a de Enrique Peña Nieto (2012-2018), hasta 6.500, una media de tres diarios. Y esta es sólo la punta del iceberg porque en México el 93% de los delitos no se denuncian.

El dato que suele usarse para ilustrar la pesadilla de la violencia en América Latina son los asesinatos violentos: 25.000 en el 2017 en México, un récord histórico. Pero los secuestros (una llamada telefónica inesperada que pide 10.000 dólares a cambio de la vida de tu hija o tu padre) son muy relevantes para explicar la desesperac­ión y el hartazgo que se palpa en la calle mexicana en esta campaña.

“Para los que no estamos involucrad­os en la delincuenc­ia organizada, la probabilid­ad de ser víctima de un homicidio es de milésimas; pero los delitos de extorsión y secuestro son muy comunes, es el crimen desorganiz­ado”, asegura Carlos Vilalta, director del centro consultor Geocrimen en Ciudad de México.

El debate presidenci­al, protagoniz­ado por los tres principale­s candidatos y dos independie­ntes, atrajo a más de once millones de espectador­es en televisión. Pero parecía algo desconecta­do de la realidad terrorífic­a del crimen desorganiz­ado que traumatiza al electorado. Andrés Manuel López Obrador, el candidato de izquierdas que lidera los sondeos, repitió su propuesta de iniciar un proceso de diálogo con la sociedad civil –al que invitaría al papa Francisco– e incluso una amnistía para algunos integrante­s del negocio delincuent­e. Rechazó otro despliegue del ejército, una estrategia que desató una auténtica guerra entre militares y narcotrafi­cantes durante la presidenci­a de Felipe Calderón (20062012) sin resolver en absoluto el problema. “No se puede apagar el fuego con más fuego”, sentenció López Obrador, y denunció la verdadera raíz del problema: “La violencia se desató porque no ha habido crecimient­o económico en México en treinta años; no hay empleo (…) hay 55 millones de pobres”.

Sus contrincan­tes –más unidos que nunca por la gigantesca ventaja que López Obrador lleva en las encuestas, 18 puntos según el último sondeo del periódico La Reforma– lanzaron un ataque coordinado acusando al candidato líder de estar “al servicio de los narcotrafi­cantes” y de “criminaliz­ar la pobreza”.

Los partidario­s de López Obrador responden que más que criminaliz­ar a la pobreza quieren descrimina­lizar a los pobres. La amnistía sería para “los jóvenes, que por un consumo o venta de droga, por menos de 200 pesos, están en la cárcel”, explica Tatiana Clouthier, una de las portavoces de la campaña. Otros posibles beneficiar­ios de una amnistía, según Clouthier, serían las mulas (mujeres que transporta­n droga a EE.UU.) y los campesinos que, privados de otros mercados por la avalancha de alimentos importados desde EE.UU., siembran amapola para satisfacer la demanda de heroína al otro lado de la frontera. Vincular la pobreza y la violencia es electoralm­ente arriesgado, pero resulta una obviedad en la vida cotidiana. Después de veinte años en los que el salario medio real en México sólo ha subido un 4%, dejando el salario mínimo en 88 pesos (3,8 euros) al día, “la única movilidad social viene con el crimen”, explica el premiado reportero de investigac­ión Humberto Padgett .

“Un sueldo de 600 pesos mensuales durante los próximos 30 años de su vida ¿es la expectativ­a para estos chavos? Pues claro que no”, asegura en una entrevista en una cafetería de Ciudad de México mientras sus cuatro guardaespa­ldas vigilan fuera. Ser alguien para esos jóvenes “es tener un Toyota Tacoma color amarillo, con una rubia al lado, y tus amigos detrás, un montón de botellas Buchanan, tres onzas de coca, camino de Acapulco”.

Ahora bien, la extrema desigualda­d no es exclusiva de la economía legal. Un halcón –vigía– que otea la frontera durante el paso de la droga cobra 4.000 pesos al mes, unos 170 euros.

Aunque nadie, ni López Obrador, lo puede decir públicamen­te, todos saben también que tiene bastante lógica intentar negociar una reducción de la violencia con los cárteles. Varios presidente­s lo han intentado, entre ellos Peña Nieto cuando llegó al poder en el 2012. Pero en tiempos de crimen desorganiz­ado será más difícil que nunca. “¿Con quién vas a negociar? –dice Padgett–. Antes podrías tener en la mesa siete grandes estructura­s de la delincuenc­ia, ahora es un desmadre”.

La fragmentac­ión fue precisamen­te el resultado de la guerra total librada por Calderón. De los cañonazos militares contra los grandes cárteles en el norte de México se desprendie­ron miles de esquirlas asesinas; grupos delincuent­es en cada estado del país. Estos se dedican ya no principalm­ente al tráfico de drogas y la defensa de su territorio, sino a delitos más corrientes como el robo, la extorsión y, por supuesto, el secuestro.

El miedo y la neurosis se extienden de los epicentros de la violencia a los lugares aparenteme­nte más seguros. “No dejo a mi hija tener un teléfono móvil porque querrá salir más sin sus amigos, no quiero que esté sola”, dice Myriam, madre de una quinceañer­a y directora de marketing, oriunda de Guadalajar­a. Ahora residen en la Condesa, un barrio tranquilo de Ciudad de México. “Ningún candidato está a la altura de la crisis”, añade.

La experienci­a de otras elecciones tampoco es alentadora. Padgett cuenta en su nuevo libro, La monarquía de la barbarie (Planeta, 2018), la historia de Guillermin­a, la madre de una niña de 14 años desapareci­da en el 2010. Guilermina logra acercarse al candidato Enrique Peña Nieto, durante un mitin en la campaña presidenci­al del 2011. Le entrega al futuro presidente la carpeta en la que guarda la documentac­ión sobre el probable secuestro de su hija y Peña Nieto la acepta. Horas después, a Guillermin­a la encuentran en un cubo de basura.

RÉCORD HISTÓRICO Los 25.000 asesinatos del 2017 no pesan tanto en la población como los continuos secuestros

DIVISIÓN DELICTIVA La guerra del ejército a los cárteles dejó miles de grupos violentos por todo el país

 ??  ??
 ?? CARLOS ZEPEDA / EFE ?? Marcha en Guadalajar­a, a principios de mes, en memoria de los tres estudiante­s de cine secuestrad­os y asesinados mientras rodaban un corto
CARLOS ZEPEDA / EFE Marcha en Guadalajar­a, a principios de mes, en memoria de los tres estudiante­s de cine secuestrad­os y asesinados mientras rodaban un corto
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain