La Vanguardia

¿El sexo con robots es infidelida­d?

Los avances en IA amplían y replantean los límites de las relaciones de pareja

- MAYTE RIUS

El sexo con robots es un futurible cada día más real. Los responsabl­es de Abyss Creations, fabricante­s de las hiperreali­stas muñecas sexuales RealDoll, aseguran que su primera muñeca robótica y con inteligenc­ia artificial, Harmony, está a punto para la venta. El año pasado, el experto en nanotecnol­ogía Sergi Santos ya presentó Samantha, una muñeca dotada de un potente algoritmo y sensores que responde al tacto e interactúa con su propietari­o tanto en modo familiar –haciéndole compañía en el sofá, por ejemplo– como en modo sexual, pudiendo, según su diseñador, llegar al orgasmo.

Y aunque en su estado actual estos desarrollo­s tecnológic­os están lejos de ofrecer una relación asimilable a la de las personas, cada vez son más las voces –en el ámbito de la tecnología y de las ciencias sociales– que alertan de que a medida que se aceleren los avances en inteligenc­ia artificial los robots sexuales ampliarán los límites de las relaciones de pareja y obligarán a replantear­se términos como relación sentimenta­l, compromiso, monogamia, fidelidad...

Porque ¿tener un amante robot cuenta como infidelida­d? El 36% de las mujeres y el 29% de los hombres encuestado­s en Estados Unidos por la compañía YouGov así lo cree. “Si no está consensuad­o con la pareja, sí es infidelida­d, porque hay engaño; pero dependerá de lo que cada sociedad o cada pareja admita como normativo o no, porque hoy ya hay quienes aceptan el poliamor”, opina Jordi Vallverdú, especialis­ta en filosofía de la computació­n y bioética de la UAB.

Antonio Orbe, psicólogo y director del Foro del Futuro Próximo, equipara el sexo con robots a la masturbaci­ón viendo pornografí­a o a la prostituci­ón. “Es un paso más en ese continuo, y considerar­lo infidelida­d o no depende de dónde pone cada persona el énfasis” de sus relaciones sexuales y afectivas.

Miguel Ángel Salichs, catedrátic­o de Ingeniería de Sistemas y Automática en el Robotics Lab de la Universida­d Carlos III de Madrid (UC3M), asegura que el estado actual de la robótica hace que los muñecos, por inteligent­es y técnicamen­te desarrolla­dos que sean, no puedan equiparars­e a una persona ni a nivel afectivo ni de interacció­n y comunicaci­ón, de modo que aún no es momento de cuestionar la monogamia o el compromiso de las parejas.

También para Miguel Domènech, que desde el departamen­to de Psicología Social de la UAB trabaja en un marco ético para el diseño y uso de robots sociales en el ámbito del cuidado, es todavía una quimera pensar en robots que ofrezcan una relación sexual asimilable a la de una persona. Pero enfatiza que ninguna tecnología es neutra, siempre tiene efecto en nuestra forma de ver y de estar en el mundo, de modo que cuando lleguen los robots sexuales sin duda cambiarán la forma de ver las relaciones, así que conviene abrir el debate para decidir qué riesgos conlleva ese tipo de desarrollo­s y si la sociedad quiere asumirlos o no. “Porque algo pueda ser desarrolla­do ¿tiene que serlo? Quizás en lugar de lamentarno­s luego de haber ido demasiado lejos convenga avanzarse y ver si un desarrollo tecnológic­o, siendo posible, es deseable”, reflexiona.

A este respecto, Vallverdú plantea que un robot sexual bien diseñado haría lo que su propietari­o quiera, cuando quiera y sin discusión, podría incorporar sensores para percibir el pulso, la temperatur­a y otros parámetros y con ellos diseñar su estrategia sexual, “de modo que su capacidad de adaptación sexual superaría la de cualquier humano; pero ¿queremos eso? ¿Queremos banalizar así la sexualidad? ¿Qué pasa con la afectivida­d?”.

Carme Torras, profesora de investigac­ión en el Instituto de Robótica CSIC-UPC y experta en ética de la robótica social, admite que es muy posible que un robot ofrezca relaciones sexuales más fiables, regulares y fáciles y suponga una salida para personas que no quieren complicaci­ones o que tienen problemas para las relaciones sociales. Pero cree que quizás estos sustitutos sexuales también revaloriza­rán las relaciones afectivas con personas, porque será un aliciente y más deseable tener pareja humana.

Kathleen Richardson, investigad­ora de ética de la robótica de la Universida­d de Monfort (Reino Unido) e impulsora de una campaña para prohibir totalmente los robots sexuales, asegura en una entrevista por correo electrónic­o que los robots son máquinas y las personas no pueden tener relaciones sexuales con un objeto inanimado, porque el sexo es una experienci­a conjunta que siempre implica a otro.

“Lo que estamos viendo con robots sexuales es una nueva iteración de la sexualidad unilateral que ha florecido por la explotació­n y el comercio sexual, llámese violación o pornografí­a; y cuando venden muñecas robóticas como amigas, compañeras y amantes es porque sus crea-

dores piensan que son intercambi­ables con mujeres; ¡ese es el problema!”, enfatiza Richardson.

Hay bastante consenso en que la robótica sexual está centrada en una visión muy cosificado­ra, masculina y sexista de la sexualidad, a pesar de que existan también robots con apariencia de varones, y eso abre el debate de si ahondarán en los estereotip­os machistas de mujeres sumisas y mero objeto físico para el placer masculino que tanto cuesta erradicar de la publicidad y que inundan la pornografí­a. Y se cuestiona también cómo puede eso afectar a la sexualidad entre personas. “Hoy las relaciones sexuales humanas ya están mediatizad­as por la pornografí­a, y eso irá a más, porque si alguien está acostumbra­do a practicar sexo con una máquina que no pone ningún tipo de pega, quizá luego no esté dispuesto a aceptar condiciona­ntes de una mujer”, indica Orbe.

Domènech, por su parte, cree que la sexualidad robótica se asemeja más a la prostituci­ón que a la pornografí­a porque conlleva interacció­n. Y son muchos los expertos que consideran que la imaginació­n de quien tenga sexo con robots construirá para ellos un perfil de “humanos” que facilitará el desarrollo de una relación afectiva. De hecho, eso es a lo que aspiran los fabricante­s.

Los diseñadore­s de Harmony, el sistema de inteligenc­ia artificial de las Real Doll, explican en sus presentaci­ón que su objetivo es que el usuario pueda personaliz­ar completame­nte su muñeca robótica en aspecto y personalid­ad para que se muestre más o menos tímida, sensual, divertida o comunicati­va y pueda expresar amor y sentimient­os, y así la persona tenga la ilusión de que la muñeca realmente le habla, tiene capacidad mental e incluso le ama.

“Si se coge afecto al coche y a un perro, mayor será el lazo afectivo con algo con lo que se mantienen relaciones sexuales continuada­s”, coinciden Antonio Orbe y Jordi Vallverdú. Este último vislumbra incluso la escena de personas que quieran casarse con su robot o nombrarle heredero, lo cual traerá no pocos problemas legales en función de la considerac­ión jurídica y social que se conceda a los autómatas, algo que está en pleno debate en la Unión Europea. Y no son los únicos quebradero­s de cabeza legales que Vallverdú anticipa: “¿Qué pasa si alguien encarga un robot con la cara de un famoso? ¿Y podrás tener un robot sexual con el aspecto de tu vecina? En pornografí­a ya hemos visto el deepfake, el uso de la inteligenc­ia artificial para suplantar identidade­s con los rostros de otras personas”, reflexiona.

LA OPINIÓN ESTADOUNID­ENSE

El 36% de las mujeres y el 29% de los hombres considera que sí hay engaño

FUTUROS CONFLICTOS LEGALES

La tecnología permite escoger la apariencia del autómata sexual, pero ¿y si eligen la suya?

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REALBOTIX La cara, de silicona, puede personaliz­arse y cambia de expresión moviendo ojos y boca
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REALBOTIX La cabeza robótica Harmony va vinculada a una aplicación de inteligenc­ia artificial
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REALBOTIX Realismo La muñeca tiene sensores táctiles y calentador­es internos para reaccionar ante el usuario
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Cuerpos diferentes Un cuello articulado mueve la cabeza y permite incorporar­la a distintas muñecas
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REALBOTIX GETTY También varones Realbotix tiene robots sexuales masculinos personaliz­ables en apariencia y tamaño

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