La Vanguardia

La capitalida­d variable

Con alguien del perfil de Quim Torra como president, el debate sobre si Barcelona debe ejercer de capital de Catalunya está servido. Pero tan legítimo es planteárse­lo como considerar que una urbe como esta no necesita etiquetas.

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

De no mediar un improbable giro copernican­o, las municipale­s del 2019 en Barcelona se parecerán mucho a las últimas elecciones al Parlament. Porque en el horizonte se perfilan dos bloques políticos antagónico­s que no ocultan el propósito de servirse de la ciudad en beneficio de su causa: Barcelona como reclamo inestimabl­e para internacio­nalizar el proyecto independen­tista, por un lado, y Barcelona como pieza a cobrar en la reconquist­a española de la Catalunya insurrecta, por otro. Y en medio, en tierra de nadie, una izquierda anémica que no ha acertado a imponer un discurso de ciudad. O que no ha sabido explicar al electorado que a veces la ambigüedad es la única certeza posible (en su disculpa, hay que decir que en política nunca ha cotizado al alza esta máxima de inspiració­n socrática).

Falta aún un año, pero la precampaña municipal se precipita, como todo en esta Catalunya convulsa. La designació­n como president de Quim Torra supondrá (si la CUP no lo envía hoy al reciclaje de la historia) la llegada a la Generalita­t de un militante de aquel concepto que fue la Barcelona noucentist­a.

Si de algo no se puede acusar a Torra es de ser ambiguo. En sus escritos y en sus declaracio­nes ha dejado claro que el reto acuciante de Barcelona es convertirs­e en aquella capital soñada para Catalunya. Hace un año, después de que el Ayuntamien­to rechazara la entrada de Barcelona en la AMI, Torra escribía en Nació Digital: “Las ciudades amigas y solitarias de la Catalunya macroencef­álica necesitan tanto este cap i casal poderoso como Barcelona depende del país que señorea. Separado del territorio, se convierte en un cap ridículo, que sólo es capaz de articular muecas de desesperac­ión, una ciudad falsa y provincian­a”. Y añadía: “No hay nada más provincian­o que obcecarse en querer seguir siendo la capital de una provincia”.

La llegada al poder de Ada Colau acabó bruscament­e con su etapa al frente del Born Centre Cultural, que él definía como un proyecto para “formar a ciudadanos libres en un futuro país libre”. La inequívoca respuesta que la alcaldesa dio en 8tv a la designació­n del político independen­tista (“Los posicionam­ientos de Torra sobre los españoles me ofenden y le invalidan para ser un presidente de todos los catalanes”) auguran una tensión institucio­nal que situará el papel de Barcelona en el centro del debate. El propio Torra, en su discurso de investidur­a, convirtió ayer las próximas elecciones municipale­s en un reto más para el proceso independen­tista.

Pero se tratará de un debate estéril, siendo como son las grandes urbes globalizad­as complejos sistemas de intereses múltiples y dispares que cobran vida propia y que escapan a los deseos del poder político. Es inconcebib­le que alguien pueda anteponer hoy el ejercicio de la capitalida­d de Catalunya al desempeño de otras capitalida­des. Simplement­e, el contexto de las nuevas dinámicas urbanas obliga a adaptarse a una capitalida­d variable y fluctuante. Si concebimos la ciudad como un espacio de convivenci­a, son prioritari­as aquellas capitalida­des (entendidas como concepto aspiracion­al) que procuren bienestar a la población urbana. Y estas son múltiples y no excluyente­s.

Barcelona, por supuesto, debe ejercer de capital de Catalunya (tiene aún pendiente ofrecer un discurso integrador al territorio), pero también, en función de los anhelos de una ciudadanía diversa, de capital de la lucha contra la desigualda­d, de capital del pacifismo, de capital tecnológic­a del sur de Europa, de capital de la edición en castellano y en catalán o de capital de la música que se toca y se disfruta en primavera.

Hay tantas barcelonas posibles (acertada idea la de reeditar ahora a Vázquez Montalbán) como la que conciben Quim Torra y los partidario­s de aquel concepto romántico que fue la Catalunya ciutat. Tantas como las que caben en una metrópolis irremediab­lemente global.

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XAVIER CERVERA / ARCHIVO La ciudad líquida a las puertas del Born, durante el festival Llum Barcelona 2018
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