La trompeta, pese a todo, más humana
En la decimoquinta edición de la Enciclopedia Británica –de 1985– ni existe. En la actual versión electrónica, el espacio dedicado a glosarle es razonablemente extenso y se le llega a considerar figura de culto. Cosas que pasan cuando se trata de Chet Baker, una figura tan brillante como controvertida de la historia del jazz, cuya dimensión popular ha sido paradójicamente creciente una vez falleció de forma trágica el 13 de mayo de 1988. De hecho, cuando se produjo el óbito, el prestigioso periodista y crítico musical Jon Pareles, del
New York Times, encabezaba la noticia con “Chet Baker, un trompetista de jazz...”.
Hoy, pues, hace treinta años de su desaparición física. Su dimensión musical es razonablemente conocida a estas alturas de la historia del género. Dotado de una facilidad innata para tocar la trompeta y para asimilar partituras, Baker (Yale, Oklahoma, 1929) brillaría especialmente por ser uno de los trompetistas más líricos de la posguerra, cuyo tono más bien frágil de tocar le ubicó en la escena del cool jazz de la Costa Oeste. Ya saben, una escena musical caracterizada por el soleado jazz angelino, playas del Pacífico o descapotables de vértigo y poco que ver con la densidad de Harlem o de Nueva Orleans.
Se codeó y colaboró con algunos grandes, como Charlie Parker o Gerry Mulligan pero, a grandes trazos, sucumbió a los efectos secundarios de la fama y a la atracción de las drogas, especialmente de la heroína. Una lacra que le acompañaría el resto de su vida, aunque fuera una existencia discográfica mente muy productiva e intensa en cuanto a giras, tanto en Estados Unidos como posterior discográfica
mente en el continente eurpopeo.
Es evidente que no era un virtuoso de la trompeta pero su magia sonora residía sobre todo en el instinto, tan carnal, que se sumaba a una sonoridad impecable y dulce sin caer en lo empalagoso. Y esos solos, de una rara perfección y que habrán sido la banda sonora de infinidad de situaciones placenteras en cualquier rincón del planeta: My funny Valentine, The
touch of your lips... Hasta Ricard Gili, también trompeta y alma de La Locomotora Negra, confiesa que “aunque echo a faltar el punch, el ataque de los trompetas de la época del swing le reconozco una gran melodiosidad, una gran delicadeza en el fraseo; no es de mi absoluta devoción, pero tiene una sensibilidad tremenda”. Y encima todo esto acompañado de una presencia vinílica espectacular, ya que en más de un centenar de discos suena él, ya con la trompeta, ya con su voz de tono también y frágil cuando no balbuciente.
Y este océano discográfico de la obra bakeriana se ha visto agrandado estos días de forma lujosa gracias a Jazz Images, una serie que junta grandes solistas con los fotógrafos que les inmortalizaron. El año pasado vio la luz el magnífico libro del fotógrafo francés Jean-Pierre Leloir en la cercanía con glorias del jazz, y
ahora la iniciativa auspiciada por Distrijazz y el equipo del coleccionista barcelonés Jordi Soley se acaba de materializar de forma espectacular: la caja antológica Chet Baker. Portrait in jazz by William
Claxton, con 18 compactos de Chet Baker. Como cuenta Soley –uno de los mayores coleccionistas del género en Europa, y suministrador de la entrada del último concierto del trompetista en Barcelona aquí reproducida–, todos los discos de la caja fueron grabados originalmente por el sello Pacific Jazz a los que ahora se han sustituido sus portadas originales por fotografías de Claxton, excepto la de Chet Baker and crew, reproducida a la izquierda de estas líneas. “Los discos que ahora publicamos me parece que son los de su etapa dorada, cambiando de formaciones y ya poniéndose a cantar”.
Mientras vivió, su condición de músico cotizado y aplaudido por razones estrictamente artísticas fue notoria en los cincuenta y sesenta, aunque posteriormente su nombre solía despuntar en las noticias por razones extramusicales, normalmente ligadas a su estado de salud y a sus drogodependencias. Esta imagen y también realidad de músico e intérprete que podría haber llegado a lo más alto del olimpo jazzístico derivó en un áurea controvertida y trágica que en los decenios posteriores fueron y son motivo de periódica atenquedo