Normas de cortesía
LOS catalanes no somos lo que éramos. Unamuno aseguraba que nos perdía la estética, las ganas de quedar bien, el exceso de ceremonia. Ciertamente nos preocupaban las maneras, los modos, las formas. No era impostura, sino más bien un afán de cortesía, como si nos tuviéramos que hacer perdonar alguna cosa. Los franceses le llaman a todo esto politesse, que es una manera de abordar el trato personal. En cualquier caso, también parece que a nuestros vecinos el asunto les ha ido preocupando menos con el tiempo. Frédéric Rouvillois ha escrito un Dictionnaire nostalgique de la politesse, cuyo título resulta significativo de lo que pudo haber sido y no fue.
Puede que hubiera un tiempo en que la estética nublaba nuestros ojos y que hiciera pensar a Francesc Pujols que un día los catalanes podríamos ir sin un céntimo en el bolsillo porque lo tendríamos todo pagado (o al menos nos darían crédito con sólo oír la sonoridad de nuestra lengua), pero eso pasó a la historia. Pongo un caso: ¿a alguien se le puede ocurrir que el día que un candidato a presidir la Generalitat pronuncia su discurso de investidura, su predecesor –que además es quien lo ha propuesto– dé una entrevista para explicar hacia dónde debe ir Catalunya? ¿Verdad que no? ¿No creen que es un despropósito que en el fondo deslegitima al político propuesto para sucederle? Pues eso es lo que hizo Carles Puigdemont. Y los lectores de La Stampa de Turín –y, a través de su web, los ciudadanos que les viniera en gana– podían enterarse de sus opiniones sobre el futuro: “Habrá elecciones en octubre si el Estado sigue con la persecución”. Por cierto, la decisión de disolver la Cámara sólo compete al presidente real de la Generalitat y no al virtual, al exterior, al de Berlín o como se le quiera llamar. Decía Jean de La Bruyère que la politesse es conducirse de modo que los demás queden satisfechos de nosotros y de ellos mismos. ¿Acaso la cortesía no es también un valor republicano?