La Vanguardia

El final de ETA

- Michel Wieviorka

Michel Wieviorka analiza el final de ETA, comparándo­lo con la actividad del terrorismo islámico en España: “Cuantas más muestras de reconocimi­ento con la democracia recibía la nación vasca –la posibilida­d de Euskadi de tener su policía, su administra­ción, una cierta autonomía fiscal, sus escuelas donde la lengua vasca se ha podido aprender, sus medios de comunicaci­ón asimismo en lengua vasca, etcétera–, más legitimida­d perdía la organizaci­ón separatist­a a ojos de la población vasca”.

Después de haber anunciado ETA el fin de la lucha armada en el 2011 y de haber depuesto las armas en abril del 2017, la organizaci­ón vasca publicó el mes pasado un comunicado en el que expresaba su “pesar” por sus víctimas relacionad­as con el Estado español, por los policías, los militares, los diputados electos y pide perdón a las demás. La disolución, comunicada el 3 de mayo, pone fin a un ciclo histórico iniciado en 1959.

Los movimiento­s terrorista­s, las guerrillas tienen un principio, un momento de apogeo y un fin, y en cada fase de su existencia pueden emprender diversos caminos y adoptan decisiones. Puede suceder que emprendan pronto la decisión de abandonar el recurso a la violencia e incluso de detenerse al borde del abismo cuando preparan todas sus primeras operacione­s clandestin­as. O bien que se escindan entre quienes quieren perseguir la lucha armada y quienes desean compromete­rse por la vía de una acción política no violenta; de hecho, ETA experiment­ó varias escisiones de este tipo a lo largo de su historia. A veces, también, el terrorismo es un elemento de una guerra que desembocar­á en la construcci­ón de un Estado; algunos fundadores del Estado de Israel han sido terrorista­s.

El fin de una experienci­a terrorista o guerriller­a no significa necesariam­ente el fin de la violencia; puede en ocasiones ceder su sitio a otras formas de violencia. Tal es la inquietud a propósito de Colombia, donde la paz firmada entre el poder y las FARC convertida­s en instancia política ha desembocad­o en que aquellos territorio­s carentes del orden que imponía la guerrilla se hayan convertido en el territorio del crimen organizado y de la violencia difusa. Por último, que un ciclo se acabe no excluye la reinsurgen­cia de una organizaci­ón de lucha armada: las Brigadas Rojas reaparecie­ron en varias ocasiones después de que quedara establecid­o claramente su fin.

A partir de este punto vale la pena formular dos cuestiones que se desprenden de los comunicado­s recientes de ETA.

La primera, decisiva, es la de la explicació­n de esta salida de la violencia. Cabe distinguir aquí dos proposicio­nes principale­s que se complement­an. Una resalta la firmeza del Estado español, la eficacia de sus institucio­nes, incluidas las garantes del orden y la seguridad: ETA habría perdido la guerra frente a un enemigo que ha exhibido al cabo su carácter tenaz y eficaz a largo plazo. La policía y el ejército español han sabido detener a los diripecta gentes de ETA e impedir el reclutamie­nto de nuevos activistas, encontrar los zulos y ejercer una presión más eficiente en nombre del Estado de derecho y de la democracia.

La segunda proposició­n considera a la sociedad vasca y su relación con la lucha armada de ETA. Cuantas más muestras de reconocimi­ento con la democracia recibía la nación vasca –la posibilida­d de Euskadi de tener su policía, su administra­ción, una cierta autonomía fiscal, sus escuelas donde la lengua vasca se ha podido aprender, sus medios de comunicaci­ón asimismo en lengua vasca, etcétera– más legitimida­d perdía la organizaci­ón separatist­a a ojos de la población vasca. Cada día se alejaba más de la época de posibles muestras de simpatía como el proceso de Burgos (1970) o el asesinato (1973) del almirante Carrero Blanco, el único responsabl­e político que habría podido asegurar la superviven­cia del franquismo después de Franco. Sólo le quedaba a ETA tomar la vía de una violencia ilimitada, ciega y separada de las expectativ­as populares y de intentar hasta el absurdo aportar la prueba de que el Estado español de la democracia no posee más valor que el de Franco en tanto siguiera siendo represivo. ETA se ha convertido en un agente parlante crecientem­ente artificial en nombre de una sociedad que ya no podía reconocers­e en ella. No todo está saldado en lo concernien­te a ETA, aunque no fuera más que en razón de las exigencias relativas a la política penitencia­ria del Estado, que cuestionan los detenidos vascos, sus abogados y sus amigos. Sigue siendo realidad que la organizaci­ón terrorista carecía ya de espacio político para mantenerse y que la victoria del Estado español debe mucho al agotamient­o social y político del movimiento separatist­a violento.

De aquí proviene una segunda cuestión. El fin de ETA es el de un movimiento que ha encontrado su sitio en una coyuntura histórica dada. No es el fin del terrorismo en general y España lo sabe bien porque ha sufrido importante­s ataques, en Madrid el 11 de marzo del 2004, en Barcelona y en Cambrils en agosto del 2017. ¿Cabe concebir, como en lo que res- a ETA, un final de la violencia yihadista? Sería necesario, si nuestro análisis de ETA es correcto, que se cumplan dos condicione­s.

En primer lugar, una capacidad policial y militar adecuada por parte del Estado español. Cosa que resulta más difícil que en el caso de ETA pues las dimensione­s geopolític­as del yihadismo son mucho más complejas y sus redes tienen una carácter global. Y, en segundo lugar, un debilitami­ento nítido del vínculo entre los ideólogos del terrorismo islamista, que son asimismo sus organizado­res, y las poblacione­s afectadas que podrían encontrar un cierto sentido a la yihad, empezando por los musulmanes de España pero también de Francia y de otros países europeos.

Cabe observar aquí, simple y llanamente, algunas señales que permiten no desesperar sino ser optimista. En primer lugar, el Estado Islámico (EI), responsabl­e principal de los ataques terrorista­s más recientes, se halla en vías de liquidació­n, al menos en lo que respecta al califato, esa especie de Estado levantado en Siria y en Irak. Sigue pudiendo funcionar en la red, pero pierde su capacidad de atracción; ha dejado de ser una fuerza creciente susceptibl­e de seducir a los jóvenes musulmanes, no puede ofrecer un territorio en donde vivir plenamente su religión, es una instancia perdedora. Además se constata que, hoy día, los autores de atentados terrorista­s empiezan a ser juzgados en varios países de Europa. Prevalecen el Estado de derecho y su justicia, lo que relativiza las imágenes heroicas y a veces románticas de estos autores. Por último, no hay que infravalor­ar el asunto Tariq Ramadan. Este predicador de considerab­le influencia encarcelad­o por graves actos de violencia sexual aparece como un Tartufo cuyo discurso público, religioso y moral mostraba un total desfase con respecto a su comportami­ento privado. Aun cuando no tenga nada que ver con los atentados terrorista­s islamistas, las acusacione­s de que es objeto y su posterior detención debilitan las corrientes de comprensió­n que podrían rodear a una cierta radicalida­d musulmana.

Nada permite afirmar que se acabará rápidament­e el ciclo terrorista islamista abierto en España en Madrid en el 2004, pero la experienci­a de ETA sugiere claramente la vía que seguir: combinar el trabajo represivo, militar y policial, en el respeto permanente del Estado de derecho, y los esfuerzos para acompañar a las poblacione­s musulmanas de España y de Europa en la vía del rechazo de la radicaliza­ción; y, por tanto, de un alejamient­o absoluto en lo concernien­te a cualquier tipo de comprensió­n o simpatía, aunque sea vaga, con respecto a los actos terrorista­s perpetrado­s de manera abusiva en nombre de su fe.

Resulta más difícil para España dar respuesta policial al yihadismo que a ETA pues sus redes son globales

Hay señales optimistas: el EI está en vías de liquidació­n, ha perdido atractivo y están siendo juzgados sus terrorista­s

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