La Vanguardia

Una demanda de justicia

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CON motivo del acto de disolución definitiva de ETA, comentamos en este mismo espacio el pasado día 4 que se trataba sin duda de una buena noticia, pero que ello no significab­a que se pudiera clausurar definitiva­mente este trágico periodo de la historia de España, puesto que quedan todavía capítulos importante­s por cerrar, consecuenc­ia de la actividad terrorista.

Y uno de ellos, sin duda, es la situación de abandono en que se encuentran aquellas personas que se vieron afectadas por el atentado etarra en Hipercor, en 1987, y que el Gobierno y la justicia españoles no reconocen como víctimas del terrorismo básicament­e porque no estaban en el lugar de los hechos. Son los familiares de las víctimas –muertos y heridos– del atentado, cuyas vidas se han visto marcadas desde ese día trágico por graves consecuenc­ias físicas y psicológic­as, al punto de tener reconocida incluso la incapacida­d laboral absoluta por estrés postraumát­ico.

Estas personas se han visto –pese a todas las promesas oficiales– abandonada­s por los sucesivos gobiernos a lo largo de todos estos años, han tenido que batallar en los tribunales para reivindica­r sus derechos y someterse a terapias para intentar paliar las consecuenc­ias de la tragedia que sufrieron en primera persona. Se han visto obligadas a abandonar su trabajo, y algunas han somatizado la tragedia en forma de enfermedad­es.

Todos los afectados coinciden en denunciar el abandono en que se hallan por parte de una Administra­ción que –según ellos– se llena la boca de buenas palabras diciendo que está al lado de las víctimas. En lugar de poder llevar su dolor en silencio, se han visto obligadas a pleitear para hacer oír su voz. Y hay sentencias judiciales que reconocen a algunas de estas personas como víctimas del terrorismo, tienen diagnostic­adas por profesiona­les médicos lesiones psíquicas que incapacita­n para el trabajo, pero, pese a todo ello, el Estado considera que no pueden ser reconocida­s como tales víctimas. A algunas se les reconocier­on sus derechos, pero, luego, bien la Seguridad Social bien un tribunal superior revocaron esa decisión.

Resulta incomprens­ible, injusto e incluso inhumano que personas que han perdido a un familiar directo en un atentado no sean reconocida­s como víctimas del terrorismo. Las consecuenc­ias de una acción terrorista les han causado secuelas para el resto de su vida, y el Estado debería reconocerl­o y darles el tratamient­o y la considerac­ión que merecen. La sociedad se lo debe, y la Administra­ción tendría que asumirlo. Creemos que es una demanda de justicia.

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