De‘ aprobetxategi’ a Paganini
Cada vez que le tocaba pagar la cuenta en un restaurante mi padre lo citaba, incluso santificándolo; decía: “Y ahora, san Paganini”
En la era de las etiquetas, triunfan los calificativos extravagantes. Como aprovechategui (en vasco aprobetxategi), debidamente documentado por Magí Camps al día siguiente de haberlo pronunciado Rajoy. A mí, este uso que recoge la Academia Vasca me recuerda otro apellido a la vasca que se usa entre futboleros para describir a los entrenadores más bien conservadores, estilo Mou: hacer un amarrategui significa que el planteamiento es muy defensivo, como para amarrar el resultado. Cuando yo era niño, este era el planteamiento habitual de la Real Sociedad, el mismo que los italianos denominan catenaccio (cerrojo en italiano). Un tercer apellido vasco que tuvo usos de nombre común es Anasagasti. El político que durante muchos años fue la voz del PNV en Madrid popularizó un peinado consistente en cubrir el coco liso por la alopecia con los pelos de un lateral, tras dejarlos crecer mucho. Para que esta tapa pelosa no deje al descubierto el coco hay que aplicarle mucha gomina. A pesar de ello, siempre existe el peligro de que se descomponga la cobertura y la media greña quede colgando en el lateral correspondiente, cubriendo la oreja, sobre todo en situaciones de una cierta relajación postural. A este peinado de camuflaje bizarre se le llamó un anasagasti. Como la palabra no es expresiva, su pervivencia depende de la popularidad del personaje, que puede decaer con mucha rapidez.
Hay muchos nombres propios que perviven como nombres comunes: ser un fittipaldi o un quijote o ir tirando como el Met de Ribes o, ya puestos, ser un maquiavélico amante del sadomasoquismo más rocambolesco (frase con 4 nombres propios)... Son los denominados epónimos. Pero el caso de aprovechategui introduce una variante interesante, fruto de una derivación coloquial próxima al chiste malo. No me consta que la lista de casos similares sea muy larga, pero como mínimo me viene dos a la cabeza que sean un poco aprovechables, por usar un vocablo con el mismo origen latino de profectus. Ambos, italianos. El primero, el violinista y compositor genovés Niccolò Paganini (1782-1840). Me temo que mi padre no conocía demasiadas composiciones suyas, pero lo tenía muy presente. Cada vez que le tocaba pagar la cuenta en un restaurante lo citaba, incluso santificándolo: “Y ahora, san Paganini”. Diría que es un uso muy extendido. En cambio, tengo más dudas sobre el segundo. Se trata del Nobel de Literatura siciliano Luigi Pirandello (1867-1936), cuyas obras de teatro son aún hoy populares. Pues bien, la proximidad con el verbo pirar (irse) induce a algunos a usarlo para decir que es la hora de irse: “Chicos, Pirandello”. Es una evidencia que hay muchos catalanes que están hartos de tanto Paganini y quieren Pirandello, mientras otros les acusan de ser unos aprovechateguis. Lo único que me parece claro es que nadie quiere volver a hacer un anasagasti.