Sectarismo ideológico
Miguel Ángel Aguilar escribe: “Según se aproxima la fecha fijada para la comparecencia ante las urnas, los ciudadanos pasan a ser vistos como votantes potenciales y los candidatos se multiplican para complacerles fomentándoles sus más bajos instintos. Desde las bases se reclama a los líderes que se envilezcan dando más leña a los partidos rivales. Cuanto se dice de razonable en los actos públicos pasa a producir efectos desilusionantes”.
Las campañas son ejercicios de seducción donde los partidos contendientes buscan ganarse a los electores agudizando o suavizando el perfil de sus programas, según traten de vigorizar a los incondicionales o de ampliar el perímetro de los afines asimilables recurriendo a eufemismos que difuminen las áreas de confrontación. En periodo de campaña, los líderes políticos entran en celo y los votantes de a pie son convocados a ejercicios de adoctrinamiento para inocularles los argumentarios pertinentes. Además, los mítines y debates requieren movilizaciones que refuerzan la solidaridad horizontal de los convocados y activan mecanismos automáticos de obediencia disciplinada. En definitiva, se afina el encuadramiento, que da la medida de la superioridad instrumental de la organización de que se trate.
Según se aproxima la fecha fijada para la comparecencia ante las urnas, los ciudadanos pasan a ser vistos como votantes potenciales y los candidatos se multiplican para complacerles fomentándoles sus más bajos instintos. Desde las bases se reclama a los líderes que se envilezcan dando más leña a los partidos rivales. Cuanto se dice de razonable en los actos públicos pasa a producir efectos desilusionantes, mientras que las críticas –cuanto más acerbas, descalificadoras y desmesuradas, cuanto mejor configuren al adversario en enemigo que batir– generan en la audiencia entusiasmos que se incendian en aplausos fulminantes. Esa es la senda jalonada de excesos verbales de la que luego hay que regresar. Porque el ruido del encono, que tanto excita al elector y atornilla su voto, se convierte al día siguiente del escrutinio de las papeletas en el mayor inconveniente para la tarea de gobernar en equilibrio.
Llegar al gobierno requiere tener los votos suficientes pero quien llegue en absoluto puede circunscribirse a satisfacer a los adictos. En el mismo momento de jurar o prometer el cargo un presidente como el de la Generalitat debería asumir el compromiso de gobernar para todos. Aducir el presunto mandato del 1-O para servir sólo a la parte que se acaudilla y lanzarla al combate contra la otra, identificada como el enemigo que batir, sería encaminarse hacia un desastre asegurado que será imposible.